lunes

CHARLES BUKOWSKI - JAMÓN Y CENTENO (LA SENDA DEL PERDEDOR) - 16


15


Mi padre siempre sacaba corriendo de casa a los chiquilines del barrio. Me prohibía jugar con ellos, pero yo igual bajaba a la calle para mirarlos.

-¿Eh, boche! -me gritaban. -¿Por qué no volvés a Alemania?

De alguna manera había descubierto el lugar donde nací. Lo peor era que todos tenían mi edad y se juntaban no solamente por ser del mismo barrio, sino porque también iban a la misma escuela católica. Eran muchachos duros que se pasaban horas jugando al fútbol y casi todos los días por lo menos dos de ellos terminaban agarrándose a piñazos. Los cuatro principales eran Chuck, Eddie, Gene y Frank.

-¡Eh, boche, volvé a Chucrutlandia!

No tenía sentido pelearme con ellos.

Entonces un chiquilín pelirrojo se mudó al lado de la casa de Chuck. Iba a una especie de escuela particular. Yo estaba sentado en el jardín cuando él salió de su casa. Se sentó al lado mío.

-Hola, me llamo Red.

-Yo me llamo Henry.

Nos quedamos sentados viendo jugar al fútbol a los chiquilines.

-¿Por qué usás un guante en la mano izquierda? -pregunté.

-Tengo un solo brazo -dijo él.

-Esa mano parece de verdad.

-Es de mentira. Tengo un brazo postizo. Tocalo.

-¿Qué?

-Tocalo. Es postizo.

Lo toqué. Era duro como una roca.

-¿Qué te pasó?

-Nací así. El brazo es postizo hasta el codo. Tengo unos dedos chiquitos al final del codo, con uñas y todo. Pero no sirven para nada.

-¿Tenés amigos? -pregunté.

-No.

-Yo tampoco.

-Yo tengo un balón.

-¿Lo podés agarrar?

-Claro.

-Andá a buscarlo.

-Bueno.

Red fue hasta el garaje de su casa y salió con el balón. Me la tiró. Después corrió para atrás por el jardín de su casa.

-Dale, tiralo…

Lo tiré. Levantó su brazo bueno y después el malo y lo agarró. El brazo le chirrió un poquito al agarrarlo.

-Bien -dije. -¡Ahora tirámelo a mí!

Levantó el brazo y lo hizo volar. Vino como una bala y recién pude atraparlo cuando se me clavó en el estómago.

-Estás muy cerca -le dije. -Colocate un poco más atrás.

Por fin, pensé, un poco de práctica con el balón. Era realmente lindo.

Entonces me tocó lanzar a mí. Di un paso atrás, eludí a un marcador invisible y lancé un tiro en espiral. Quedé corto. Red corrió para adelante, saltó, agarró el balón y rodó unas cuantas veces sin soltarlo.

-Sos bueno, Red. ¿Cómo aprendiste?

-Me lo enseñó mi padre. Practicamos mucho.

Entonces Red dio un paso atrás y me lo lanzó. Mientras corría a agarrarlo pensé que iba a escapárseme. De golpe me tropecé con la cerca que había entre la casa de Red y la de Chuck. El balón pegó en lo alto de la cerca y cayó del otro lado. Di la vuelta hasta el patio de Chuck para recogerlo. Chuck me lo alcanzó.

-Así que ahora tenés un amigo lisiado, ¿eh, boche?

Dos días después Red y yo nos pusimos a jugar con el balón en su jardín. Chuck y sus amigos no estaban en la calle. Red y yo jugábamos cada vez mejor. Todo lo que se precisaba era practicar. Todo lo que precisaba una persona era tener una oportunidad. Siempre había alguien controlando quién podía tener una oportunidad y quién no.

Agarré un tiro que me llegó a la altura del hombro. Giré y se lo volví a tirar a Red, que lo agarró de un salto. A lo mejor algún día jugaríamos para a Universidad del Sur de California. Entonces vi a cinco chiquilines bajando por la vereda hacia nosotros. No era de mi escuela. Eran de nuestra edad y parecían peleadores. Red y yo seguimos tirándonos el balón y ellos se quedaron mirándonos.

Entonces uno de los chiquilines entró en el jardín. El más grande de todos.

-Tirame la pelota -le dijo a Red.

-¿Por qué?

-Quiero ver si la puedo agarrar.

-A mí no me importa si la podés agarrar.

-¡Tirame la pelota!

-Tiene nada más que un brazo -dije yo. -Déjenlo tranquilo.

-¡Vos no te metas, cara de mono! -Entonces miró a red. -Tirame la pelota.

-¡Andate a la mierda! -dijo Red.

-¡Agarren la pelota! -les dijo el más grande a los otros, que vinieron corriendo hacia nosotros. Red se dio vuelta y tiró el balón al techo de su casa. Era un tejado inclinado y el balón bajo rodando, pero al final se quedó atascado en una canaleta. Entonces se vinieron encima nuestro. Cinco contra dos, pensé, no podemos con ellos. Me dieron un piñazo en la sien, y yo les tiré otro y le erré. Otro me dio una patada en el culo. Fue una buena patada y me ardió toda la columna vertebral. Entonces oí una especie de crujido seco, casi como un disparo de rifle, y uno de ellos cayó agarrándose la frente.

-¡A la mierda -dijo-, tengo el cráneo machacado!

Red esta parado en el medio del pasto. Sostenía la mano de su brazo postizo con la mano buena. Era como una cachiporra. Entonces le pegó otra vez. Se escuchó otro crujido y otro de los chiquilines cayó en el pasto. Empecé a envalentonarme y le encajé un piñazo a uno directamente en la boca. Vi cómo le empezaba sangrar el labio. Los otros dos se escaparon corriendo. Los dos más grandes se levantaron y los siguieron. No se sacaban las manos de la cabeza. El de la boca ensangrentada se quedó parado en el pasto. Entonces retrocedieron todos juntos hacia la calle. Cuando ya estaban bastante lejos, el más grande se dio vuelta y dijo, “¡Volveremos!”.

Red empezó a correr atrás de ellos y yo atrás de Red. Los dejamos de perseguir cuando dieron vuelta a la esquina. Volvimos, encontramos una escalera en al garaje, bajamos el balón y empezamos a jugar.

Un día Red y yo decidimos ir a nadar a la piscina pública de la calle Bimini. Red era un tipo raro. No hablaba mucho, pero yo tampoco hablaba mucho y nos llevábamos bien. Además no teníamos mucho que decirnos. Lo único que le llegué a preguntar era cómo era su escuela, pero lo único que me dijo fue que era una escuela especial y que a su padre le costaba bastante plata.

Llegamos a la piscina a primera hora de la tarde, conseguimos nuestros armarios y nos cambiamos. Llevábamos los trajes de baño abajo de la ropa. Entonces vi cómo Red se sacaba el brazo y lo ponía en el armario. Era la primera vez desde el día de la pelea que lo veía sin el brazo ortopédico. Traté de no mirarle el brazo que terminaba en el codo. Fuimos hasta el lugar donde te tenías que mojar los pies en una solución de cloro. Olía horrible, pero te prevenía del pie de atleta o algo así. Entonces nos metimos en la piscina. El agua también olía horrible, y enseguida de entrar hice pichí. En la piscina había gente de toda edad, hombres y mujeres, niños y niñas. A Red le gustaba de verdad el agua. Se zambullía y saltaba continuamente. Largaba chorros de agua por la boca. Yo trataba de nadar. No podía dejar de mirarle el brazo a Red, era imposible dejar de mirarlo. Cuando lo observaba trataba siempre de asegurarme de que él estaba mirando para otro lado. Se terminaba en el codo, en una especie de muñón, y se le podían ver los deditos. No lo quise mirar muy fijamente, pero parecía haber nada más que tres o cuatro, muy chiquitos, un poco torcidos. Era muy rojos y cada uno tenía una uñita. Ya no iban a desarrollársele más. No quería pensar en eso. Me sumergí. Quería asustar a Red. Pensaba agarrarle las piernas por atrás. Me encontré con algo blando donde se me hundió completamente la cara. Era el culo de una gorda. Después sentí que me sacaba del agua agarrándome de los pelos. Llevaba un gorro de baño azul ajustado con una cinta que se le clavaba en la papada. Tenía unos dientes de plata y olía a ajo.

-¡Vos, degeneradito! ¿Tratando de meterme la mano, eh?

Yo me solté y retrocedí, pero ella me seguía levantando una ola con sus tetas enormes,

-Asquerosito. ¿Querés chuparme las tetas? ¿Tenés la cabeza podrida, eh? ¿Querés comerte mi caca? ¿Te gustaría comer un poco de casa, asquerosito?

Yo seguí retrocediendo hasta la parte más honda. Ahora estaba detenido en puntas de pie. El agua se me metía en la boca. Ella seguía acercándose, como si fuera un barco a vapor. Yo no podía retroceder más. Venía derecho hacia mí. Tenía unos ojos pálidos, blancos, sin ningún color. Después sentí que me tocaba con el cuerpo.

-Tocame la concha -dijo. -Sé que me la querés tocar, así que no te reprimas. Tocame la concha. ¡Tocámela, tocámela!

Esperó.

-Si no me la tocás, le voy a decir al guardapiscinas que trataste de abusarte de mí y vas a ir preso. ¡Así que tocámela!

Yo no podía. De repente ella se me abalanzó, me agarró los huevos y me pegó un tirón. Casi me arranca todo. Caí para atrás en la parte honda, me hundí, pataleé y salí a la superficie. Estaba a un metro y medio de ella y empecé a nadar hasta la parte menos profunda.

-¡Voy a decirle al guardapiscinas que quisiste abusarte de mí! -gritó.

Entonces se nos acercó un hombre nadando.

-¡Este hijo de puta! -gritó ella señalándome-. ¡Me agarró la concha!

-Señora -dijo el hombre-, a lo mejor el chiquilín pensó que era la rejilla del sumidero.

Yo nadé hasta donde estaba Red.

-¡Tenemos que irnos! -le dije. -Esa gorda le va a decir al guardapiscinas que le toqué la concha!

-¿Y por qué se la tocaste? -me preguntó Red.

-Quería saber qué se sentía.

-¿Y qué se siente?

Salimos de la piscina y nos duchamos. Red se puso su brazo y nos vestimos.

-¿Se las tocaste de verdad? -me preguntó.

-Alguna vez hay que empezar.

Más o menos un mes más tarde, la familia de Red se mudó. De repente, ya no estaban. Red no me había avisado nada. Así. Se había ido, el fútbol se había ido, y aquellos deditos rojos con sus uñitas, se habían ido. Era un buen tipo.

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