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ANTONIO MUÑOZ MOLINA “NUESTRO MUNDO SOLO PRODUCE BASURA, ANSIEDAD Y RUIDO”


Con la gran tradición del XIX a sus espaldas y acompañado de Poe, de Baudelaire, de Thomas de Quincey o de Walter Benjamin, Antonio Muñoz Molina (Jaén 1956) convierte su última novela, 'Un andar solitario entre la gente' (Seix Barral), en un gran paseo. Escrito al ritmo del caminar, este último trabajo de Muñoz Molina recoge algunos de los temas abordados en 'Todo lo que era sólido' para reelaborarlos bajo una mirada estetizante que, en el caminar, recoge los desechos de unas ciudades - París, Madrid, Nueva York- que, a pesar de su lento y aparentemente inevitable derrumbamiento, entre el tráfico, la especulación y la publicidad, esconden su belleza.

"El gran poema de este siglo solo podrá ser escrito con materiales de desecho". Una afirmación muy contundente.

Hoy en día, el desecho es muy abundante y define nuestro mundo, es aquello que tenemos más a mano, que nos rodea y no hay que olvidar que cada cultura ha hecho arte con lo que tenía a mano. Nosotros lo que tenemos más a mano es el desecho, puesto que nuestro mundo se basa en la fabricación de basura. Los residuos orgánicos aún se reciclan, pero ¿qué hacemos con todo lo demás? No solo tenemos los océanos llenos de basura, sino que hay una galaxia de objetos girando a nuestro alrededor, la basura espacial. Además, hacer arte con desechos no es algo nuevo, sino que se inscribe en la tradición del reciclado y del collage.

En su respuesta veo que se mezclan dos discursos, por un lado, un discurso artístico en torno a la tradición del collage y, por el otro lado, un discurso ecologista.

Sí, cierto y, de hecho, en el libro propongo un planteamiento ecologista y, por tanto, político. Por lo que se refiere a la cuestión artística, hay una reflexión acerca de cómo crear a partir de lo que se desecha. El hecho de que modificando o cambiando de lugar un objeto de desecho sea posible hacer arte es una idea que me ha estimulado siempre tanto como aficionado al arte como a pensar en términos de ecologismo político.

Además de hacer una lectura ecologista, la idea de deshecho puede leerse desde una crítica al capitalismo como el exceso de producción y como la consecuencia de los excesos de la producción.

El exceso es la consecuencia lógica de un sistema económico que se basa en la fabricación constante y en el usar y tirar, en lo que se suele llamar “obsolescencia programada”. En el libro establezco un nexo entre el desecho material y el desecho verbal de la publicidad, que continuamente está alentando a comprar cosas destinadas a convertirse en desecho. En este sentido, el libro tiene un componente político muy fuerte, al partir de la idea de que este mundo, basado en la novedad permanente, no es sostenible porque lo único que produce es basura, ansiedad y ruido.

Usted se muestra entusiasta ante lo inacabado. Llega a decir en su novela que la 'Divina comedia' hubiera estado mejor si no se hubiera terminado.

Sí, pienso en esos edificios que no se han terminado de construir y que tienen una enorme belleza o en la Catedral de Granada que tiene una sola y no las dos que se habían proyectado. En el libro, a propósito de ello, cito los pensamientos de Pascal, que son los borradores de un libro que él no pudo hacer porque murió. Y, evidentemente, si hablamos de obras inacabadas, hay que citar a Benjamin: 'El libro de los Pasajes' es un proyecto heroico, reflejo de la profunda rebeldía y perseverancia de un hombre que se empeña en seguir haciendo su trabajo a pesar de las condiciones atroces en las que estaba. El propio Benjamin afirmaba que era un libro que no iba a poder escribir y cuanto tú te enfrentas a él te das cuenta que es así.

El caminante, el flâneur, es una figura burguesa y, actualmente, la figura literaria del caminante ocioso sigue representando un privilegiado que puede gastar su tiempo en caminar y observar.

Hay que matizar. Nuestra idea del caminante es, evidentemente, una idea burguesa y acomodada, pero originariamente el flâneur no era así. Poe, Quincey, Baudelaire o Benjamin caminaban muchas veces en estado de desesperación y de necesidad; caminaban porque no podían trasladarse de otra manera, caminaban porque iban a cobrar algo, porque iban a buscar una amante… Su caminata no era turística ni privilegiada, su caminata era la del trabajador, la de quien no tiene sitio en la sociedad. Eran personas desclasadas, empujadas a una marginalidad económica porque hacen algo que en la sociedad capitalista hacen algo superfluo, aunque da dinero a otros: Poe enriquece a los editores, pero él está en la miseria. Por debajo de esta idea del caminar burgués está la posición precaria y explotada del artista en la sociedad capitalista.

Es decir, considera que hoy el escritor y, más en general, el artista está condenado a una situación precaria.

El artista hasta el siglo XVIII tenía un mecenas y, por lo tanto, era un criado. Con la Revolución Industrial, con la aparición de los periódicos y de la economía de mercado el artista es un filántropo. No hay un sistema de retribución justo para el trabajo del arte. ¿Por qué? Porque hay mucha piratería y porque el escritor cobra una mierda, puesto que no tiene una manera de ser remunerado en base al beneficio que produce su trabajo. A esto se le llama explotación.

Desde hace años, usted colabora habitualmente en periódicos. ¿Cómo ha influido la escritura periodística en el momento de pensar esta novela?

Ha influido mucho. Este libro tiene que ver con lo primero que yo publiqué: unos artículos semanales en un periódico de Granada. En aquellos artículos me hacía llamar el Robinson urbano y quería contar las sensaciones urbanas; en el primero que escribí, cité a los mismos autores que menciono en este libro: a Poe, a Quincey, a Baudelaire… A mí me ha influido mucho el periodismo, porque me ayudó a conseguir disciplina y la aceptación de que las limitaciones pueden ser tremendamente útiles y hay que aprender a trabajar con ellas. Escribir en periódicos me enseñó que la creatividad utiliza lo que tienes a la mano y, en esos primeros artículos, aprendí que no tenía otra opción que escribir para un día determinado y respetando una extensión determinada.

Escribía en 'Todo lo que era sólido: “La corrupción, la incompetencia, la destrucción especulativa de las ciudades y de los paisajes, la multiplicación alucinante de obras públicas sin sentido…” ¿Hasta qué punto aquel libro puede leerse como la nota a pie de página de 'Un andar solitario entre la gente'?

Puede ser interesante esta lectura, no se me había ocurrido, pues, si bien Todo lo que era sólido es un ensayo político, el fundamento de ambas obras es el mismo y en ambos libros utilizo la publicidad, en uno para analizarlo y en el otro para crear a partir de ella. Y, además, lo que observo en ambos libros es que en nuestro tiempo basta un camión, como sucedió en Niza, para sembrar el caos, para derrumbar todo aquello que dábamos por supuesto, todo lo sólido. Y el caos no solo aparece en situaciones trágicas con un atentado, sino bastan cuatro bromistas para sembrar el pánico; pienso, por ejemplo, en toda la historia de los payasos diabólicos espantando a la gente

“Lo natural es la barbarie”, escribía también en su ensayo.

Efectivamente. Basta la ideología adecuada para que aparezca la barbarie.

Usted ha escrito en medios de comunicación sobre temas tan actuales como la educación o el nacionalismo. ¿Para usted una de las tareas del escritor es participar en debates sociales o políticos?

No necesariamente. Yo no creo que un escritor o un artista tenga la obligación de nada. Otra cosa es el ciudadano. El escritor tiene que hacer lo que le pide el cuerpo, es decir, hace aquello que no puede dejar de hacer; muchas veces, el escritor no hace lo que quiere hacer, sino lo que no puede dejar de hacer.

Defiende el derecho a contradecirse.

Claro, pues cuando las cosas y los hechos cambian, yo cambio de opinión.

En una entrevista decía: “No nos fiemos de los intelectuales. La historia intelectual del siglo XX está llena de disparates. Los únicos de verdad lúcidos y racionales han sido muy pocos: Orwell, Albert Camus, más recientemente Claudio Magris…” ¿Ya no nos creemos al escritor-intelectual?

El escritor-intelectual es un prototipo presente en Francia, en América Latina y, por derivación, en España, mientras que en Estados Unidos es, actualmente, muy poco frecuente. Puede que tuviera mayor presencia en los años sesenta y setenta por deriva del modelo europeo y, de hecho, ahí están nombres como el de Susan Sontag, pero hoy en Estados Unidos es muy poco habitual que haya un escritor que ejerza públicamente de intelectual; un Don DeLillo o una Joan Didion no escriben en la prensa sobre asuntos políticos, ellos escriben sus libros. Para mí, ese modelo del intelectual a la francesa, generalmente masculino, es reflejo de una gran arrogancia, puesto que lo que transmite es que por el hecho de escribir libros uno tenga una mirada privilegiada de la realidad política. Por el contrario, creo que las personas cuando pensamos sobre la política lo hacemos con la parte más tonta de nosotros mismos. Dicho esto, no hay que olvidar cuántas causas defendidas por intelectuales de primera línea eran causas cuestionables o directamente criminales.

Al menos en España la indulgencia es menor: el binomio escritor-intelectual o escritor que actúa en la esfera pública que tanto peso tuvo en los años de la Transición, ahora está bastante cuestionado. Basta ver las reacciones, en las redes y fuera de las redes, a determinados artículos de Vargas Llosa o Javier Marías.

Aquí se juntan, principalmente, dos cosas: por un lado, está ese hábito español y europeo del escritor-intelectual que tiene una presencia pública sobre cuestiones política de forma continua y, por el otro lado, están las redes sociales, que han favorecido aquello que Jaron Lanier ha definido como “maoísmo digital”, que es esa necesidad de escandalizarse de inmediato por cualquier cosa. Por una parte, creo que los disparates políticos que comete un escritor, sea grande o sea pequeño, no están justificados por su obra y, por otra parte, creo que en una sociedad libre todo el mundo tiene derecho a expresarse dentro de unos límites que están muy claros y si a ti te ofende alguna cosa, te aguantas. A mí me ofenden muchas cosas, pero no tengo necesidad de reaccionar inmediatamente; no entiendo este deseo de sumarse a lapidar a alguien cuando todos lo están lapidando. Yo no estoy de acuerdo con muchas cosas y me aguanto, lo que pasa es que estamos en un momento en que todo el mundo está impaciente por sentirse ofendido por el motivo que sea, porque se quiere formar parte de un grupo y para formar parte de él este grupo debe ser ofendido.

¿Está habiendo un retroceso en cuanto a la libertad de expresión?

Sí, estamos retrocediendo mucho. Hay cosas disparatadas que tienen que ver con las leyes y cosas disparatadas que tienen que ver con el panorama actual del mundo. Hoy leía que Facebook ha censurado la Venus de Willendorf ¿Cómo es posible? Esto es algo muy americano. Yo empecé a ir a trabajar a los Estados Unidos a principios de los noventa y ahí vi una presión intolerante, muchas veces en nombre de causas progresistas, que me asustó mucho. Esa presión ha llegado ahora aquí. Recuerdo perfectamente la impresión que me provocó el ver que, en una biblioteca pública, se prohibió Dónde está Wally. ¿La razón? En uno, había que buscar a Wally en la playa y, entre las mil figuras microscópicas que había representadas en esta playa, se veía una teta. ¡Cómo hay que estar de enfermo! Tristemente, nosotros hemos llegado a esos excesos de los Estados Unidos y hay que defenderse. Hay que defender la libertad de expresión y, sobre todo, la libertad de espíritu, porque si no tienes libertad de espíritu de nada te sirve tener libertad de expresión.


(El Confidencial / 4-3-2018)

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