sábado

Los años felices de Van Gogh en Londres, donde fue marchante, profesor, predicador y no pintó un cuadro


Carlos Fresneda

La Tate Britain explora la influencia de sus tres años en la capital. "El Van Gogh que conocemos nació realmente en Londres", afirma el director del Museo Van Gogh

Vincent Van Gogh llegó a Londres en 1873, enchufado por su tío. Tenía 20 años, pero entonces no se veía a sí mismo como un artista. Hacía bocetos en los cuadernos, nada serio. Se ganaba la vida como "marchante de arte" en Goupil & Co, vendiendo litografías. El primer año a orillas del Támesis fue el más feliz de su vida. Descubrió el amor y se convirtió en algo así como un aprendiz de 'gentleman', con sombrero incluido... "Empiezo a ser un verdadero cosmopolita, y eso significa que no soy un holandés, ni un inglés, ni un francés, sino simplemente un hombre".
Hubo, eso sí, una segunda parte no tan radiante. El flechazo acabó en desengaño, le despidieron del trabajo, sintió el azote de la pobreza en los arrabales de Londres. Leyó todo Dickens, y a Thomas Carlyle y a George Eliot (el seudónimo de Mary Ann Evans). Se hizo profesor, se rebeló contra la injusticia social, sufrió una iluminación religiosa. Fue aprendiz de predicador y su idea era convertirse en un "misionero urbano".
Al final se fue de Inglaterra, rumbo al París impresionista, con un inglés casi perfecto (también hablaba francés y alemán) pero sin pintar realmente un solo cuadro. Todo lo más, un boceto de una de las casas donde vivió y una vista desde la escuela de Ramsgate donde trabajó... "Y aún así, el Van Gogh que todos conocemos nació realmente en Londres",asegura sin pestañear Louis van Tilborgh, director del Museo Van Gogh en Ámsterdam.
Recoge el testigo en Londres Carol Jacobi, comisaria de Van Gogh in Britain, la exposición con la que la Tate Gallery reivindica a estas alturas el poderoso influjo que las islas británicas tuvieron en la intensa obra del pintor, que se hizo finalmente artista a los 27 años y tuvo apenas una década para exprimir su paleta hasta su trágica muerte en 1890.
"En estos tiempos que corren es especialmente importante destacar el valor y la riqueza del cruce cultural", advierte Jacobi, sin necesidad de mentar el Brexit. "Aquí tenemos esencialmente a un pintor europeo, con el bagaje artístico de los Países Bajos y con su peculiar 'educación inglesa', encontrando finalmente su lugar en el mundo en el sur de Francia".
Más de 80 años después de aquella exposición sobre el post-impresionismo que relanzó a Van Gogh tras la Segunda Guerra Mundial, la Tate Britain ha querido iluminar no sólo las fuentes de las que bebió el pintor en ciernes en su época de marchante (las litografías de The Graphic, los paisaje de Constable, las lecturas de Dickens) sino su influencia directa en artistas como Francis Bacon, Walter Sicket o Harold Gilman, que cada vez que pintaba un nuevo cuadro empezaba con un dedicatoria a modo de ritual: "A toi, Van Gogh!".
"Londres era la capital de la modernidad con todas sus virtudes y sus defectos", recuerda Carol Jacobi. "A Van Gogh le fascina de entrada por sus museos y sus parques, por el bullicio urbano, por las innovaciones tecnológicas [se acababa de inaugurar el metro]. Durante un año vive un romance con la ciudad, interrumpido por un breve salto a París. A la vuelta, cuando pierde su privilegiado trabajo, empieza a conocer el lado oscuro, cae en una crisis personal, se deja invadir por la melancolía".
De Londres se lleva Van Gogh una colección de más de 2.000 litografías y grabados. Hasta tiempo después no vendrá con la idea de convertirse en "pintor del pueblo para el pueblo", pero aquellas imágenes londinenses servirían con el tiempo de inspiración para obras como Anciano afligido (en el umbral de la eternidad) o El patio de la prisión, pintados en 1890 .
Dos meses después, a los 37, se quitó la vida de un disparo. "Su enfermedad mental y su muerte le han dado siempre un aura de héroe trágico", admite Carol Jacobi. "Pero hay un elemento que le define muy claramente desde joven, y es su curiosidad intelectual. Su paso por Londres le hace abrir los ojos y la mente, y es también aquí donde acaba forjando ese espíritu de artista autodidacta que vemos en La noche estrellada sobre el Ródano, Los girasoles, Los olivos o su último autorretrato de 1889".

(El Mundo, España 26/3/19)

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