1º edición WEB: elMontevideano Laboratorio de Artes /
2018
DEL
BARRIO 1
Era demasiado temprano para que alguien anduviera por ahí. El desfile
arruinado igual había terminado tarde. Bautista caminaba la calle en una línea
recta perfecta. Pasaba la mano por los grandes yuyos mientras los reconocía con
su tacto torpe de cactus: iba otra vez al Colador.
El Payaso lo esperaba impaciente en una plaza. Sin embargo, cuando el Bauti
pasara por ahí iba a fingir un encuentro casual. Es que ayer mismo se le había
aparecido un tipo con traje de pingüino a pedirle que no sólo terminara de
filmar todas las escenas que pudiera sino que también recuperara la memoria
extraíble que el Despeinado le había dado al Bauti.
Era la segunda vez que veía a aquel gorila pelado. La primera había sido
dos semanas atrás, cuando recibió un trabajito. El Payaso siempre había sido
una persona derecha que eligió la pobreza antes que la comida sucia. Pero el
hambre viene cada vez más pesada y se tuvo que vender. “Grabate unos videítos con
todo lo que puedas sobre el barrio y te tiro unos billetes.” No parecía nada
malo, así que aceptó. Será para algún informativo de la capital, pensó.
“Si esto sale bien te vamos a contactar para el verdadero trabajo, el que
te puede sacar de este chiquero”. Esta segunda parte del breve diálogo sonaba un
poco más perturbadora pero es verdad que el barrio le gustaba cada vez menos al
Payaso blanco. Lo que el Payaso no sabía es que este segundo trabajo iba a
aparecer aquella misma tarde, un día antes de que la partida de ajedrez terminara:
un día antes de que el Justo Cortez muriera.
Tanto recuerdo se vio interrumpido cuando la silueta flacucha y derecha del
Bauti se vio a lo lejos. El Payaso se puso su gorro de cono anaranjado con
flecos de bolsa de nylon y se sentó en una piedra. En seguida se vendó los ojos
con un pedazo de tela.
El Bauti le pasó por al lado. Con un ojo lo miró atento mientras que con el
otro se preocupaba. Frenó cuando el Payaso (con su nariz de tapita de refresco
y sus ojos todavía vendados) le habló:
-Pequeñín, si pudieras tener sólo un sentido: ¿cuál sería?
-El sentido común, obvio.
-Interesante. Pero sólo con ese no podrías conocer nada del mundo que te
rodea.
-Si no voy a entenderlo aunque sea un poco, ¿para qué conocerlo?
-Buen punto.
El Payaso (único capaz de captar la atención del Bauti con tanta facilidad)
se sacó el pedazo de tela que hacía de venda. Unas cuadras más allá, la
preocupación de Mamá Lucha le seguía el rastro al niño perdido.
-Bauti, vos que sabés un poco de todo: ¿sabías que las pestañas fueron
creadas originalmente como rejas para los ojos?
-¿En serio?
-Sí. Era cuando los ojos no entendían que se tenían que quedar en sus
órbitas y salían a volar.
-Pero entonces yo no quiero mis pestañas.
-Yo tampoco quiero las mías, pero ya probé a cortarlas y los ojos no
quieren volar.
-Se deben haber olvidado cómo se hace.
-Probablemente. Son muchos años los que llevan encerrados.
Mamá Lucha llegó corriendo hasta la plaza y vio aliviada que el Bauti se
había detenido. Respiró un par de veces y saludó al Payaso con cariñoso
respeto. Él le hizo una exagerada reverencia sacándose su gorro de cono y
siguió con su conversación. (Mientras, el Bauti no le perdía pisada al vuelo
errático de una mosca.)
-Yo hace tiempo que estoy buscando algo nuevo.
-No te va a entender, él es un niño especial.
-Y no sabés lo difícil que es porque la única pista que tengo es que no
puede ser como las cosas que ya conozco.
-Te dije, querido Payaso, que no te va a entender porque-
-¿Me va a decir a mí, señor Payaso? (Las palabras porfiadas del Bauti
salieron como bostezando.) Yo llevo ya años tratando de encontrar un color
nuevo. Es imposible.
-Si sabré. Igual no me hagas caso. Este viejo es como una parroquia
abandonada: no tiene cura.
-No entiendo. ¿Cómo usted puede ser igual a un edificio?
-Es un chiste que el Payaso te estaba contando, Bauti. Es un juego de
palabras.
Sí, no era nada más que eso. El que era muy bueno con las palabras era el
Despeinado.
-¿Conoce a mi amigo el Despeinado?
-Claro que lo conozco. Pasábamos mucho rato juntos porque teníamos un proyecto
secreto.
-¿En serio?
-Sí. Íbamos a hacer juntos un documental. Era difícil porque él sabía que
lo iban a matar.
-Sí. Siempre lo decía.
-Pero era tan inteligente que le dejó su memoria a alguien muy especial. Y
ahora yo tengo la misión de encontrar a esa persona. Va a ser un trabajo muy
difícil: hay mucha gente en el barrio. ¿Querés ayudarme?
-No creo que sea una buena idea porque justo estábamos por irnos a casa,
¿verdad, Bauti?
-De hecho, yo estaba yendo para el Colador a buscar una respuesta: ayer fui
pero no había nadie. Pero puedo ayudarlo, señor Payaso.
-Él no precisa que lo ayudes, Bauti. (Esta vez porfió Mamá Lucha.)
-No se preocupe, señora Lucía.
-Sólo Lucía, mi cielo.
-Yo soy el que tiene la memoria. Yo soy la persona especial a la que mi
amigo el Despeinado se la dejó. Aquí la tiene, señor Payaso.
-No sabés lo feliz que me hacés, Bauti. Tu misión está terminada. Creo que
lo mejor es que ahora vuelvas con Mamá Lucha a casa. El Despeinado debe estar
feliz.
-Seguro que sí: muerto como la hermana y feliz.
El Payaso miró a Mamá Lucha y ella dijo gracias moviendo los labios sin
hacer ruido. Ni siquiera se pregunto de dónde había salido aquella memoria pero
era mejor que el Bauti ya no fuera parte de todo eso. El Payaso le devolvió una
guiñada, se puso su gorro y se fue. La mujer abrazó al Bauti para caminar. Él
se zafó del abrazo opresor pero caminó obediente a su lado. Entre el silencio
preguntó con certera fragilidad:
-Viste que hay alguien pagando para que hagamos documentales del barrio.
Nos está controlando. También nos estamos matando más que antes. Vamos matando
tres niños en menos de tres semanas y también murió papá. No creo que sea una
casualidad.
-Así es la vida, Bauti. Así es la vida.
-¿Qué vamos a hacer cuando ya no queden muertes por morir?
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