Louise Eugénie Alexandrine Marie David, más conocida por su pseudónimo
Alexandra David-Néel (24 de octubre de 1868, Saint-Mandé - 8 de septiembre de
1969, Digne-les-Bains) fue sucesiva o simultáneamente orientalista, cantante de
ópera, periodista, exploradora, anarquista, espiritualista, budista y escritora
franco-belga.
Es conocida
principalmente por su visita a Lhasa (1924), capital del Tíbet, ciudad
prohibida a los extranjeros. Escribió más de 30 libros acerca de religiones
orientales, filosofía y sus viajes. Sus enseñanzas fueron trasmitidas por sus
principales amigos y discípulos: Yondgen y el francés Swami Asuri Kapila (Cesar
Della Rosa). Sus obras han sido muy bien documentadas e influyeron en los
escritores "beat" Jack Kerouac y Allen Ginsberg, así como en el
filósofo Alan Watts.
Infancia y juventud (1868-1904)
Nacida en París, a
los seis años se mudó a Ixelles (una de las comunas de Bruselas). El padre de
Alexandra fue profesor (y militante republicano a raíz de la revolución de
1848, amigo del geógrafo anarquista Élisée Reclus), y su madre una mujer
católica que quiso para ella una educación religiosa. Alexandra frecuentó
durante toda su infancia y su adolescencia a Élisée Reclus. Éste la lleva a
interesarse por las ideas anarquistas de la época (Max Stirner, Mijaíl
Bakunin...) y por las ideas feministas que le inspiraron la publicación de Pour
la vie. Por otra parte, se convirtió en colaboradora libre de La fronde,
periódico feminista administrado cooperativamente por mujeres, creado por Marguerite
Durand, y participó en varias reuniones del «consejo nacional de mujeres
francesas» o italianas, aunque rechazó algunas posiciones adoptadas en estas
reuniones (por ejemplo, el derecho al voto), prefiriendo la lucha por la
emancipación a nivel económico, según ella causa esencial de la desgracia de
las mujeres, que no pueden disfrutar de independencia financiera. Por otra
parte, Alexandra se alejó de estas «amables aves, de precioso plumaje»,
refiriéndose a las feministas procedentes de la alta sociedad, que olvidaban la
lucha económica a la que debían enfrentarse la mayoría de las mujeres.
La mujer casada (1904-1911)
El 4 de agosto de
1904 se casó en Túnez con Philippe Néel, ingeniero en jefe de los ferrocarriles
tunecinos, conocido en el casino de Túnez, y de quien era amante desde el 15 de
septiembre de 1900. Aunque su vida en común fue a veces tempestuosa, estuvo
siempre impregnada de respeto mutuo. El matrimonio se terminó definitivamente
el 9 de agosto de 1911 por su marcha para su segundo viaje a la India
(1911-1925). No obstante, después de esta separación ambos esposos entablaron
una abundante correspondencia que no acabaría hasta la muerte de Philippe Néel
en febrero de 1941. Desgraciadamente, de esta correspondencia sólo se conservan
las copias de las cartas escritas por Alexandra; parece que las escritas por su
marido se perdieron debido a las tribulaciones de Alexandra en la guerra civil
china, a mediados de los años 1940.
Viajes y vida mística
Sus intereses
ideológicos atrajeron a la joven desde el principio, por medio de sus viajes
famosos y largas estancias en el Tíbet fue adquiriendo gran conocimiento de los
lamas budistas. Alexandra llegó a pasar largos años de enseñanza y, su nervio
curioso, la motivaba a querer siempre más, elevar su conocimiento.
En especial, una
práctica, un juego peligroso, algo que no debió conocer nunca fue el inicio de
su particular verano. Alexandra se mostró muy interesada por una práctica
budista denominada creación de un tulpa. Los lamas budistas le advirtieron que
era una enseñanza nada recomendable, pues consiste en la creación de un
fantasma generado a través de nuestra mente. Alexandra fue advertida de que
estas creaciones podían volverse peligrosas o incontrolables. Demasiado tarde,
Alexandra estaba fascinada con la idea e ignoró la advertencia de sus
educadores.
Bajo la concepción
del mundo según los lamas, el universo en el que vivimos es una proyección
creada por nosotros mismos, no hay fenómeno que exista si no es concebido por
el espíritu humano. Los tulpas son entidades creadas por la mente de los lamas
y son generalmente utilizados como esclavos. Son figuras visibles, tangibles,
creadas por la imaginación de los iniciados.
Alexandra se alejó
del resto de sus compañeros y, una vez aislada de todo, comenzó a concentrarse
en dicha práctica. Ella visualizó en su interior lo que quería crear,
imaginando un monje de baja estatura y gordo. Quería que fuese alegre y de
inocente actitud. Tras una dura sesión, aquella entidad apareció frente a ella.
Aquella entidad era
algo así como un robot, sólo realizaba y respondía a los mandatos de su
creadora. Con una sonrisa fija en su rostro, el monje accedía sin rechistar a
lo que ella le ordenaba. Lamentablemente, no siempre fue así y aquel tulpa
comenzó a realizar actividades que no les había sido encomendadas. Tal era la
independencia de aquel fantasma de apariencia corpórea que los demás monjes lo
confundían con uno más. Aquella entidad comenzaba a ser un ser con voluntad
propia.
A medida que iba
siendo más independiente, los rasgos físicos que aquel bonachón monje fantasma
fueron cambiando. Su afable sonrisa fue cambiada por otra más pícara, su mirada
pasó a ser malévola y nada afable para todos los que convivían con aquel
extraño ser. La propia Alexandra comenzó a sentir miedo.
En su libro
publicado, Magic and Mystery in Tibet,
Alexandra David-Néel narra los seis duros meses que duró el invertir aquel
proceso, conseguir que su creación se desvaneciera. Aquel monje se había hecho
insoportable y Alexandra tardó antes de conseguir invertir aquel proceso. “No
hay nada extraño en el hecho que pueda haber creado mi propia alucinación. Lo
interesante es que en estos casos de materialización, otras personas ven las
formas de pensamientos creadas.”- declaró la antropóloga cuando posteriormente
se le galardonó con una medalla de oro por La Sociedad Geográfica de París y
nombrada Caballero de la Legión de Honor.
Los tulpas son la
materialización física de nuestros pensamientos y emociones. Cuantos más
pensamientos, emociones y creencias se junten, con mayor realidad se mostrará
esta materialización.
Alexandra escribió
mucho tras su regreso a París sobre estas creaciones mentales y otras grandes
vivencias que tuvo en el Tíbet, le llamó también la atención los kilómetros que
podían los lamas recorrer sonámbulos sin cansarse.
Como gran
luchadora, emprendió un último viaje a sus 100 años para conocer el Himalaya,
donde Alexandra buscaba la iluminación rodeada de muchos peregrinos. Sin duda,
fue una vida enteramente dedicada al descubrimiento. Tal fue el grado de su
pasión que Alexandra dejó todo lo demás como secundario en su vida. En una de
sus estancias en la India, recibió un telegrama que le notifica que su marido
ha muerto.
Su marido había
mantenido correspondencia con ella de manera muy asidua, puesto que los viajes
de ella siempre lo mantenían distanciado. Cuando Alexandra leyó el telegrama,
le dijo a los que le rodeaban en ese momento: “He perdido un maravilloso marido
y a mi mejor amigo”. No sabemos si se refería a perderlo porque había muerto o
al ser consciente que cuando leía aquello caía en la cuenta de que llevaba
veintiocho años sin acercarse a verle.
“La aventura será
mi única razón de ser”- sentenció una vez, antes de sumergirse en un nuevo
reto. Alexandra era una mujer de retos, como cuando se propuso pasar dos largos
años en una cueva y dedicar todo el tiempo a la meditación. Acompañada
únicamente por su maestro, Alexandra aprendió tibetano y el tantrismo budista
en una cueva a 4.000 metros de altitud y a punto de morir congelada al sólo
llevar una fina túnica de algodón. Pero para ella, todo aquello era excitante.
“Será duro, pero increíblemente interesante”- comentó la exploradora a sus
amigos antes de meterse en la cueva.
Su resistencia era
algo que Alexandra preparaba concienzudamente, no quería que ninguna práctica
no le fuese posible debido a alguna limitación física. Por ello, se preparaba a
fondo caminando a diario 40 kilómetros. La antropóloga fue capaz de superar
temperaturas extremas, animales salvajes, hambre y enfermedades. “Para aquél
que sabe mirar y sentir, cada minuto de esta vida libre y vagabunda es una
auténtica gloria” – confesaba emocionada a sus seguidores, disfrazada de
mendiga, con la cara ennegrecida por el hollín y el cabello oscurecido con tinta
china.
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