domingo

MINA LOY - LA CREADORA DEL PRIMER MANIFIESTO FEMINISTA


A Mina Loy no le servía con ser especial. No le valía la teoría de que ella era una excepción. Filippo Tommaso Marinetti no dejaba de repetírselo cuando se conocieron en Florencia en 1913 y ella no dejó de recordarle que su concepto era erróneo. El fundador del futurismo sentía un desprecio absoluto hacia las mujeres, a las que definió como “juguetes trágicos, animales maravillosos” pero consideraba que Loy, que su genialidad, la diferenciaba ampliamente de las demás.

Mina Loy había nacido en Reino Unido pero pronto se fue a Alemania para aprender pintura y terminó su juventud en París y Florencia, donde los movimientos artísticos e intelectuales le abrían sus puertas a los pocos segundos de conocer sus obras. Sus versos sin reglas, sin sintaxis, su poesía mezclada con pintura, su concepto de la sexualidad, la autonomía, la belleza… la ponían en el foco de los grandes.

“A principios del siglo XX el incipiente movimiento de emancipación de las mujeres entra en acción a empujones, nutriéndose de brillantes creadoras en todas las ramas artísticas que expresan con transgresión otras maneras de percibir y reclamar el espacio que les es negado en las artes y en la vida”, asegura Ana Muiña en la introducción de Mina Loy. Futurismo, Dadá, Surrealismo (Ed. Lalinterna sorda), que explica y recoge a esta británica tan poco traducida y conocida en nuestro país.
Es allí donde situamos a Loy. En ese paso del XIX al XX donde las mujeres comienzan a tomar conciencia de su situación de debilidad respecto a los hombres y se lanzan a las artes como reivindicación. Así, Mina Loy es una mujer rebelde, nómada. Es poeta, dramaturga, pintora y sus textos deslumbran a grandes nombres como Gertrude Stein, Ezra Pound o James Joyce. “Se trata de una mujer libre con una vida bohemia y trágica”, asegura Muiña, que realiza una profunda reflexión sobre los distintos movimientos artísticos que abarcó Loy y porqué estos son esenciales para entender su mentalidad expansiva y excitante.
Mina Loy descubre el futurismo durante una de sus estancias en Florencia, en 1913. “A los pocos meses de escribir entusiasmada Aforismos sobre el futurismo, redacta uno de sus escritos emblemáticos, el Manifiesto Feminista, a modo de desahogo y ruptura con dicho movimiento, haciendo constar que, como mujer, no había futuro en el futurismo”.

“El movimiento feminista tal como está instituido en la actualidad resulta inadecuado. Mujeres si queréis realizaros -os encontráis en víspera de una convulsión psicológica devastadora- todos vuestros complacientes engaños han de ser desenmascarados. No puede haber medias tintas. Rascar la superficie de la basura de la tradición, No lo logrará la Reforma, el único método es la Demolición Absoluta”, asegura en el primer párrafo de este manuscrito, que envió por carta a su amiga Mabel Dodge Luhan y que jamás fue publicado mientras Loy vivía. (La primera vez que se ha traducido al castellano ha sido en la publicación de Muiña).
Escribió este primer manifiesto y cientos de poemas sobre distintos ámbitos que afectan a su sexo. “La necesidad de autoconstrucción feminista llevó a Loy y otras creadoras a abordar temas como la sexualidad, el parto, el aborto, los derechos y la autonomía de las mujeres, el nuevo prototipo de belleza…”, añade Muiña. También la llevó del futurismo al movimiento dadaísta, donde se convirtió rápidamente en una de sus mayores exponentes en Nueva York.
Loy, tras su ruptura con el movimiento italiano, emigró a Estados Unidos donde entabló muchísima amistad con otras pioneras, otras ‘chicas libres’. “Emma Goldman, Louise Bryant, Mina Loy, Isadora Duncan… Coinciden en El Greenwich Village y en idearios emancipadores”, asegura la autora. Sus poemas, sus obras, fueron consideradas como pornográficas y muchas de ellas sufrieron la censura americana. Pero fue en aquella ciudad donde conoció a Arthur Cravan, un poeta anarquista, boxeador y sobrino de Oscar Wilde, que se convertiría en el amor de su vida, además de en uno de sus pilares.

Se conocieron en 1917 y no tardaron en casarse. Vivieron durante algunos meses en Ciudad de México, donde pasaron bastantes estrecheces económicas y donde ella se quedó embarazada. Sería durante su embarazo cuando Cravan se embarcó rumbo a Argentina y cuando no se volvió a saber nada más de él. Su barco naufragó en el Atlántico, jamás se encontró su cuerpo y Loy nunca volvió a respirar con la misma intensidad.

La británica decidió volver a Europa para tener a la hija de ambos, que nació en abril de 1919. (A lo largo de su vida tuvo cuatro hijos de tres hombres distintos, mostrando su absoluta libertad sexual, su idea del amor libre).  Desde ese momento, hasta el final de su vida, pasó su tiempo entre Estados Unidos, París (donde se zambulló en el surrealismo) o Florencia. Dicen que nunca dejó de buscar a Cravan, igual que nunca dejó de luchar por su concepto de la mujer, por su lugar igualitario en la sociedad. Al cabo de unos años de la desaparición del poeta y boxeador protagonizó la siguiente entrevista:
-¿Cuál fue el momento más feliz de su vida?
-Todos los que pase con Cravan.
-¿Y el más desgraciado?
-El resto de mi vida.

Murió a los 83 años, en 1966, dejando multitud de obras, de collages formados por materiales encontrados en la calle, de libros escritos con pasión y rabia, de poemas; incluso dejando artículos de decoración como lámparas o arreglos florales. “Fue una mujer que brilló con luz propia, una artista relevante, una feminista apasionada”.


(EL INDEPENDIENTE / 7-3-2018)

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