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MIGUEL ÁNGEL SOLÁ “HEMOS DEJADO QUE LA MEDIOCRIDAD SE INSTALE EN LA CONCIENCIA DE LA GENTE”


Por Emanuel Bremerman

"Pero mirá que viejo que está Miguel Ángel Solá". El comentario puede salir de la boca de cualquier espectador que, a partir de este jueves, vaya a ver la última película del actor argentino. No, Miguel Ángel Solá no está tan viejo. Recién tiene 67 años. Sucede que en El último traje, el actor se transforma de una manera impresionante y suma 20 años más a su rostro con una suculenta capa de maquillaje, algo que lo hace irreconocible. La película, que fue premiada por el público en la última edición del Festival Internacional de Cine de Punta del Este y que tuvo su estreno allí, cuenta las peripecias de Abraham, un viejo sastre judío que viaja hasta Polonia para encontrar a un amigo que lo salvó de las garras nazis sobre el fin de la guerra.

Desde el festival, evento que además distinguió su trayectoria en el cine, Solá conversó sobre El último traje, la "basura" que hizo que se alejara de los protagónicos y sus concepciones sobre la muerte.

Tengo entendido que usted no fue la primera elección para el papel por la diferencia de edad con el personaje ¿Cómo le llegó?

Sí, es cierto. Pasó algo raro, porque los tres actores a los que se lo ofrecieron no lo pudieron hacer por cuestiones diferentes. Ni Héctor Alterio, ni Pepe Soriano, ni Norman Briski. Por eso después decidieron saltar de generación y me lo ofrecieron a mí.

¿Cómo trabajó esa diferencia de edad? ¿Fue un problema?

No, no lo fue. Me cayó muy bien, porque a mí me gusta mucho el trabajo de la composición. He hecho muchos personajes que no tenían la edad que no tenía yo durante mi carrera. Siempre me gustó hacerlo. Me gustó componer el personaje y esta historia. Me parece una película necesaria y bella para el público.

¿Cómo fue la transformación diaria en el personaje? Sé que hubo mucho trabajo se maquillaje.

Todos los días hacían una obra de arte en mi cara. Yo colaboraba apuntando los rasgos y muecas que después tendría que hacer. Aplicar el maquillaje y la cobertura de látex llevaba dos horas, y una hora más para sacarlo. La maquilladora Almudena Fonseca hizo el maquillaje y es la responsable de este trabajo artístico. Yo tengo problemas en la piel y soy alérgico a los materiales químicos, entonces el látex lo sentía mucho y me perjudicaba físicamente. Me sacaba el maquillaje y tenía la cara hinchada y roja. Lo sentía mucho más en los momentos en los que no estábamos en acción, porque me desesperaba mucho lo que me picaba la cara, me ardía y no podía rascarme porque podría destruir el trabajo. Era complicado, bello y muy difícil, todo al mismo tiempo.

Ha mencionado que es su último protagónico ¿Por qué?

Es algo que presiento. Ya no se escriben personajes con mi edad. No existen. Estamos en una época donde todo lo que importa sale del Bailando (el certamen de Marcelo Tinelli), una contracultura espantosa contra la que no se puede luchar porque tienen todas las horas de televisión posible. Y la gente consume eso que le dan. No es que pidan expresamente eso, porque cuando viene no saben lo que van a ver. Pero lo comienzan a consumir por la cantidad de promoción que se le hace ese tipo de basura. Entonces, en términos culturales, la gente de mi profesión está descalificada. No hay promoción para esto. Yo tengo 67 años, 47 de profesión, he hecho siempre buenas cosas para la gente y quiero seguir haciéndolo. Va a ser difícil y presiento mi alejamiento. Además, me cansa mucho trabajar al ritmo en el que se trabaja hoy. Si uno piensa idílicamente, la mejor forma de trabajar está en Norteamérica. Incluso el cine independiente de allá tiene tres veces más producción que una superproducción de acá. Imaginate entonces el comercial, que es lo que más consume la gente.

¿La industria que tenemos es también culpable de que actores veteranos se retiren antes?

Nosotros tenemos la obligación de vivir, de criar a nuestros hijos, darles comodidad, y eso hace que todo sea muy diferente. Nuestra vida es muy diferente de la de los actores de allá, que cobran millones. Y eso no se toma en cuenta y se nos mide con la misma vara.

¿Que haya tantas películas hollywoodenses en el cine es un problema, entonces?

No, porque entre los grandes tanques a veces viene una película como Coco, que podés disfrutar con tus hijos. Y de repente surgen cosas muy bonitas, como la película de Meryl Streep y Tom Hanks (The Post). Hay muchas películas que son muy bellas, pero tienen atrás la posibilidad de hacer media escena por día. Y acá tenemos que hacer 16 secuencias por día. Y eso es una diferencia de trabajo muy grande. No siento tristeza, sino que es el devenir de las cosas. No luchamos lo suficiente para prevenir que eso suceda. Hemos dejado que la mediocridad se instale en la conciencia de la gente. Y no reclamamos. Pero eso también lo hacemos con nuestros gobiernos. Seguimos haciendo paros y marchas como en el tiempo de la carreta. No sabemos decir no con criterio y conocimiento, porque estamos pensando que otro va a decir que sí y nos va a quitar el lugar.

¿Usted se siente culpable de no haber dicho "no" con criterio alguna vez?

No es que me sienta responsable, luché con lo que tenía. Yo no consumo lo que consume la gente, lo que dicen que piden a gritos. Consumo lo que me gusta, lo que le hace bien a mi espíritu, lo que considero bello.

¿Qué tan importante es para usted ser reconocido como uno de los grandes actores argentinos?

Siento satisfacción por todo lo que hecho. Creo que nunca le vendí porquerías a la gente, me dediqué a vender belleza, y voy a terminar mis días haciéndolo. Y si tengo que vender algo que no sea belleza, será porque debo darle de comer a mis hijas. Hasta ahora, por suerte, no tuve que hacerlo. Me siento un privilegiado por eso, por nunca venderle porquerías al público para después comprar prestigio. Yo expuse mi capacidad y me han juzgado de acuerdo a ella.

¿El alejamiento de los protagónicos en el cine se replica también en el teatro?

No. El teatro es el único reducto donde la mediocridad no la podés esconder. Ahí se ve todo. Es aquí y ahora y en este momento. Y todas las noches. En el teatro dejás la vida. El teatro es mi reducto, soy actor de teatro sobre todas las cosas, me gusta hacerlo y además entrego cada noche pan recién horneado para el público. No hago figuritas, no me acomodo en la incomodidad.

¿El personaje de El último traje lo hizo pensar más en la muerte que de costumbre?


Considero a la muerte parte de la vida, tengo conciencia de que soy mortal y eso me hace pensar en la vida de los demás. Trato todos los días de hacer mejor mi trabajo para hacer mejor la vida de las demás. He visto morir a todos mis familiares, salvo a mi mujer, a mis hijas y a mi hermana. Los vi morir de las formas más descarnadas en solo nueve años. Mi madre murió en mis brazos pesando 30 kilos. Sé lo que es la muerte y no necesito que me la cuenten. El personaje fue una manera de exorcizarla, porque eso es lo que cuenta. Si dentro de cinco minutos te avisan que te vas a morir, ¿qué hacés? Abraham se lanza al vacío sin paracaídas y cuenta cómo quiere vivir esos días, esos meses, esos años.

(El Observador / 2-3-2018)

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