por June Fernández
Donostia. Mesa redonda sobre acción directa en un encuentro feminista.
La media de edad de las ponentes es de 25 años. En el turno de debate, una
mujer de 55 años —pelo corto y coletilla, menuda y fibrosa, jovial y vivaracha—
opina sobre las intervenciones y añade, para desconcierto del auditorio: “Y ya
va siendo hora de que en el feminismo hablemos de la menopausia”. Es Bego
González, la Txispas, integrante del colectivo feminista del barrio, Galtzagorri. Así nace
este reportaje.
Hay un mutismo sospechoso acerca de las posibles bondades de la
transición menopáusica, quizá temiendo que pueda producirse un entusiasmo
colectivo y contagioso por parte de las mujeres “afortunadamente sin regla”.
Una rebelión de mujeres mayores, sabias y libres. Anna Freixas
Tirá los tampones, las toallas sanitarias. Hacé una hoguera con ellas en
el patio de tu casa. Desnúdate. Bailá la danza ritual de la madurez. Y
sobreviví como sobreviviremos todas. Gioconda Belli
Infierno y pérdida
El médico francés C. P. L. de Gardanne acuñó el término menopausia en
1816 definiéndola como “la edad crítica” y “el infierno de las mujeres”, cuenta
la psicóloga e investigadora Anna Freixas en su libro Nuestra
menopausia, una versión no oficial. La primera psicoanalista que teorizó
sobre la menopausia en 1945, Helene Deustch, la describía como una pérdida
simbólica ligada a la interrupción de la función reproductiva. “Las mujeres que
se muestran felices en la menopausia son anormales, no femeninas y
vergonzantes”, sentenciaba.
Bego atribuye al poso de ese estigma que ni las feministas hablen de su
menopausias con la normalidad con la que anteriormente comentaban sus reglas:
“Se ha tratado siempre como una condena; dejas de ser mujer porque dejas de
servir para el sexo y para la reproducción”.
LETICIA: “LA MENOPAUSIA Y LA VEJEZ SE ASOCIAN A PÉRDIDA Y YO PREFIERO
ASOCIARLAS A CAMBIOS. GANAS EN TRANQUILIDAD”
Ella tenía unos 44 años cuando, después de una ruptura sentimental,
empezó a sudar mucho y a tener reglas abundantes y dolorosas. La perimenopausia
la pilló por sorpresa. Le hubiera gustado tener información, como cuando le
bajó la regla por primera vez y pensó que iba a morir desangrada. Ahora hace
activismo cotidiano hablando de su menopausia con naturalidad y en un tono positivo.
“Mis amigas dicen que estoy obsesionada”, ríe.
La menstruación y la menopausia son dos procesos que las mujeres hemos
aprendido a disimular. Ni sangrar ni sudar están bien vistos en las
damas. El tabú, transformado en tensión, agrava las molestias físicas y
la montaña rusa emocional. Pero, así como es habitual que se dedique
algún taller o exposición a la menstruación en espacios feministas, la
menopausia no suele entrar en agenda.
En todo caso, pensadoras, antropólogas y médicas han cuestionando el
modelo biomédico occidental que, a partir de los años 60, empezó a caracterizar
la menopausia como una enfermedad hormonodeficiente, evitable y curable
mediante el consumo de estrógenos artificiales. Resulta muy rentable
patologizar un proceso por el que pasarán todas las mujeres1 y
ofrecer “una panacea para aliviarnos de la enfermedad de la vejez”, interpreta
Freixas. La autoridad médica advierte a las mujeres de la amenaza de sufrir
osteoporosis o Alzheimer si no se medican. Este consejo no acaba de convencer a
la población femenina, especialmente desde que la prensa se hizo eco de
estudios que indicaban que, en mujeres con predisposición a desarrollar cáncer
de mama o de útero, ese riesgo aumenta con la ingesta de estrógenos
artificiales. Mientras la medicina occidental detalla las amenazas para la
salud que introduce la menopausia, las feministas señalan a una sociedad
sexista y edadista como la verdadera amenaza.
Hacer las paces con la edad
Nadie echa a Leticia los 50 años que acaba de cumplir, aunque ahora use
gafas para la presbicia y su pelo haya pasado de rubio ceniza a gris. Esta
activista lesbofeminista —menuda y fibrosa como Bego— está asumiendo
los cambios en su cuerpo: “He perdido mucha vista. La piel es menos elástica y,
al sentarme, en el abdomen se marca un pellejo nuevo. Me están saliendo manchas
en las manos. Y me canso antes”.
En una sociedad que premia la belleza y la juventud como dos valores
indisolubles, sobre todo en las mujeres, la menopausia se relaciona con la
decadencia de envejecer. Anna Freixas considera que la falta de modelos
atractivos de mujeres mayores con los que identificarnos “nos impide vivirla
con naturalidad y complacencia”, lo cual enriquece a la industria farmacéutica
y cosmética que nos vende productos “antiedad”.
BEGO: “LA VAGINA ESTÁ MÁS RÍGIDA Y LUBRICAS MENOS, PERO TU SEXUALIDAD NO
ESTÁ EN TU COÑO, LA QUE MANDA ES TU CABEZA”
Por ello, Leticia considera urgente poner en valor la vejez,
también en el feminismo. “Se afronta con mucha soledad, en particular la mayoría
de lesbianas, que no tenemos hijos. Se respeta poco la sapiencia y las
experiencias de la gente mayor”. Ella valora su momento vital: “La menopausia y
la vejez se asocian a pérdida y yo prefiero asociarlas a cambios. Ganas en
tranquilidad, vives con menor ansiedad. Eliges mejor, ya no eres tan kamikaze”.
El edadismo impacta directamente en el malestar asociado a la
menopausia. Cuenta Freixas que, en contextos culturales en los que se venera a
las personas mayores y en los que las ancianas gozan de mayor estatus, las
mujeres apenas sienten molestias. “La desesperanza que sentimos no se cura a
través de los psicofármacos porque no estamos enfermas, sino heridas por la
estigmatización social del envejecer”, concluye la psicóloga.
¡Que viene el sofoco!
“Mira, ¿ves? Ahora me está dando un sofoco. ¿A que se me pone la cara
roja?”. Bego se quita el jersey en mitad de la entrevista. En seguida se dio
cuenta que si se expresaba, si no se resistía, le afectaba menos. Ahora, cuando
el calor irrumpe en medio de uno de sus talleres de bricolaje, anuncia con
desparpajo: “Chicas, me ha dado un sofocón menopáusico. Ya sabéis qué es eso,
¿verdad?”.
Los sofocos son el síntoma que más incomoda a las mujeres, por su
carácter incontrolable, señala Freixas. A Leticia la menopausia no le pilló por
sorpresa porque, a diferencia de Bego, sus amigas le hablaron de ella. Pero
reconoce que “ese calor que te nace de dentro es algo muy chocante”. Trabaja
como informática con catorce hombres jóvenes. Más allá del trajín de ponerse y
quitarse el jersey, no habla de su menopausia en la oficina, pero la comparte
mucho con sus amigas. “Esquiando con una colega, empezamos a tener
sofocos en el telesilla. ¡Qué risas! La mente es muy poderosa; cuanto más lo
niegas o lo ocultas, más te afecta”.
Bego salió con una mujer que lo pasaba fatal cuando le venían en el
trabajo y empezaba a sudar. “Si estás atacada o estresada por algún motivo, te
dan más sofocos. Si te dejas arrastrar, te angustias. A mí me ayuda estudiarme,
contar cuántos segundos dura”. La Txispas también destaca la importancia de
escuchar al cuerpo. El suyo empezó a rechazar la carne y a reclamar una
alimentación más ordenada. Optó por la medicina naturista: salvia y aceite de
onagra. “Si aportas a tu cuerpo un equilibrio tanto mental como alimentario, la
menopausia se desmadra menos”, sostiene.
“Coge el lubricante, nena”
La falta de lubricación y de deseo son otros de los síntomas que se
suelen asociar a la menopausia. Lo primero tiene fácil solución. “Coge el
lubricante, nena. Y actúa con naturalidad, que si necesito algo te lo voy a
pedir”, ha indicado Bego a sus amantes más jóvenes.
Anna Freixas encuestó a 35 mujeres para su libro. La mitad contaba que
su vida sexual había empeorado, pero lo asociaba a otros factores como el estrés,
el cansancio, el desgaste en la pareja o la ausencia de ella. Pero la mitad
también destacaron que con la edad disfrutaban del sexo de una manera
más rica, madura, equilibrada, despreocupada, hedonista y juguetona, libres del
miedo a un embarazo no deseado. La evidencia científica disocia la libido
de la menopausia; otra cosa es que los cambios corporales y emocionales, y el
prejuicio social de que las mujeres mayores son asexuales y poco atractivas
inhiba el deseo, afirma Freixas. En Nuestra menopausia, se centra
de manera implícita en las mujeres heterosexuales y, aunque señala al
imaginario heterosexual como una lacra, no indaga si las lesbianas con
menopausia viven la sexualidad con menos lastres.
Leticia cree que en las lesbianas también cala la idea de que una mujer
mayor no es sexy: “En el Wapa [una aplicación para ligar entre
mujeres] pones que tienes más de 40 años y no te entra nadie. Yo tenía ese
miedo, igual porque tampoco deseo a mujeres mayores. En la vida real te
encuentras con que sí que hay gente que te desea”. Ella se sorprendió con los
cambios en la excitación y en los orgasmos; “no en el deseo, porque ganas
tienes”. Su compañera es joven y han descubierto juntas los cambios, sin
reparos y con sentido del humor.
A Bego lo que le sorprendió fue lo viva que seguía su libido. “Yo decía:
“¡Coño, si tengo mogollón de ganas de follar! Pues o no tiene nada que ver o
será que a mí no me pasa”. Además, ahora se conoce mejor a sí misma y se ha
liberado de muchos corsés mentales: “El agujero está más rígido y lubricas
menos, pero tu sexualidad no está en tu coño, la que manda es tu cabeza. Cuando
alguna amiga me dice que la menopausia le ha quitado las ganas, le pregunto:
‘¿Pero tú antes cuánto follabas? ¿Y por qué follabas? ¿Deseas al tipo con el que
llevas mil años casada? ¿Qué cara pone si no te entra su polla?’”.
¿Menopáusica tú?
—Es que estoy con la menopausia.
—¡Cállate! ¡Qué vas a estar tú menopáusica! Pero si eres muy joven.
—¿Necesitas ver el diagnóstico de un señor médico para que me creas?
MARÍA: “SOLO VEÍA COMPRESAS TENA LADY Y YOGURES DENSIA. ME ENFADA QUE
ESA SEA LA IMAGEN QUE TENEMOS DE LA VEJEZ”
María Viadero tiene 40 años y quiere
contar su historia porque se ha sentido “muy negada”. Lleva un año
diagnosticada y medicada. En quince meses solo había tenido dos reglas. “Era la
chica predictor porque, con tantas faltas y retrasos, siempre
pensaba que estaba preñada”. También lo achacó al estrés. Los ginecólogos se
resistían a contemplar la opción de una menopausia precoz, que fue confirmada
por los análisis hormonales y una ecografía.
María está enfadada por la falta de empatía y de información de calidad
en la atención médica: “Me he topado con el ginecólogo que me infantilizaba y
al que le molestaba que interviniera en la conversación y con la ginecóloga que
banalizó mi situación, diciendo que casi mejor. ¿O sea que la regla es un
engorro y chutarme con hormonas es estupendo?”. Le recomendaron tomar terapia
hormonal hasta los 45 años, edad en la que se considera “normal” tener la
menopausia. La aceptó porque los sofocos, muy continuos, le provocaban insomnio
y le alteraban el ánimo, y porque le alertaron de riesgos cardiovasculares y
óseos. Pero, como feminista crítica con la patologización y medicalización de
la salud de las mujeres, esa decisión “táctica y temporal” le ha provocado
mucha contradicción.
El fármaco cuesta 45 euros cada tres meses. Interrumpe los sofocos y los
cambios de humor. No sabe si otros síntomas, como la menor libido o la
sensación de hinchazón, se deben a la menopausia o a la hormonación. “Es muy
loco, porque vuelves a sangrar, aunque en menor cantidad, y tienes que entender
que ya no ovulas. El endometrio está confundido”.
María se reconoce muy removida. Siente que ha cedido al peso de los
estereotipos y clichés sexistas: “Me sentía una histérica y solo veía compresas
Tena Lady y yogures Densia. Me enfada que esa sea la imagen que tenemos de la
vejez”. Tenía claro que no quería tener hijos, pero aún así la
menopausia convertía esa decisión en irreversible. “He vivido un pequeño
duelo”, admite.
Pero no todo es enojo. Esta socióloga extrovertida y dicharachera
destaca que el proceso le ha servido para entender mejor su cuerpo y que se ha
sentido muy arropada por un entorno “feminista y amoroso”. Como Bego, también
está contando su experiencia a los cuatro vientos: “Estoy reivindicándome mucho
como menopaúsica”.
María ha tenido su primer orgasmo múltiple con la menopausia. Piensa que
igual por haber perdido el miedo a quedarse embarazada. El ginecólogo solo le
habló del riesgo de atrofia vaginal.
¿Y ahora qué hacemos?
—Agustín, Beatriz ya es mujer.
La madre lo anuncia con timidez y solemnidad. El padre se queda
pensativo y termina esbozando una sonrisa de orgullo. Pronto se entera todo el
pueblo. ¿Se nos ocurre alguna escena sobre la menopausia tan mítica como la
primera regla de Bea en Verano azul?
El documental La luna en ti, cursos con pedagogas
menstruales, muestras de arte menstrual, fotos de pantalones sangrados
censuradas por Instagram, el ritual de regar las plantas con tu sangre… Las
feministas encontramos sendas para reconciliarnos con la regla, pero no para
dar la bienvenida a la menopausia. Leticia lo atribuye al fervor esencialista
que considera la menstruación como el símbolo de la feminidad. La bajada de los
estrógenos evoca vientres yermos, flores marchitas.
Anna Freixas anhela “un rito femenino bello y liberador” sobre la
menopausia, inspirada por la lectura de autoras como Germaine Greer,
quien ve en esta revolución hormonal una ventana hacia el despertar
espiritual y la toma de control sobre la vida. Las mujeres —libres de
la atención sexual masculina— dejan de vivir para los otros.
Mis entrevistadas rumian otros formatos para fortalecer la sabiduría
popular en clave feminista: “Hay que pensar algo atractivo, que funcione.
Feministas diversas podríamos sentarnos en círculo con la gente, compartir
nuestra experiencia y luego charlar entre todas”, imagina Bego. María,
integrante del grupo de clown feminista Las Kapritxosas, se
propone transformar sus diarios en un monólogo teatral. “Me sentaría yo sola,
frente al público, sin nariz, a contar tantas cosas que quiero compartir. Sería
terapéutico”.
1En realidad, esta afirmación obvia a las mujeres trans, a algunas
intersexuales, a mujeres cisgénero que han visto interrumpida su regla en la
juventud por otros motivos; y también cabe citar la realidad de trans
masculinos. Uso el genérico “las mujeres” sin olvidar esta matización.
(Pikara 5 / 24-3-2018)
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