por Roberto Appratto
Roberto Appratto deja ver, en esta oportunidad, a la poesía como un arte
que une palabras que suenan a un absurdo sin representación aparente, elegidas
por una suerte de combinación lógica que les permite vivir en los versos
escritos por Jorge Medina Vidal.
Cuando se leen
uno o dos poemas de Medina Vidal, se percibe un lenguaje extraño, una situación
de estricta poesía. Por ejemplo: «Señor tasador /mi herencia actual / una
terraza […] Llegan a la terraza / los que van a morir completamente / los que
tienen, en cambio, un mundo a ganar […] ni hablo ni escucho / como la dalia en
el tintero»; todo eso brilla como una imagen sin representación,
absurdos verbales que salen de un universo restringido y quedan en el mismo
sitio. Da la impresión de que Medina sustituye un discurso invisible por otro
que se arma por combinación, por oído, como una serie de
dislocaciones lógicas que nombran ese universo y se disuelven.
En todo caso, lo
que se dice ahí no podría decirse en otra parte ni de otro modo. Es cierto
que la poesía es otro uso de los significados, pero la singularidad de Medina
se impone sin levantar la voz. La súbita aparición del
discurso («Amar es vivir despreocupado. Punto»), su evolución,
obedece a una sintaxis enrarecida en el esfuerzo por decir lo que no está
a la vista pero alimenta su lenguaje. Al salir, las palabras asumen una forma.
Pasaba lo mismo en sus clases de Literatura: su enunciación seguía ese mismo
ritmo de entrada y salida respiratoria, como si fuera entendiendo lo que decía
mientras lo pronunciaba; como si asumiera la oscuridad necesaria para ser
claro, para simular un relato del mundo que solo provisoriamente tomara la
forma de una información.
«Basta que toque un rayo de sol en su plumaje / para que surja Amor, /
como una novia etíope de su blanca litera.» Son versos aéreos, emanados
de una sabiduría desconocida, que adquieren en su
movimiento una solidez innegable: como si se hubiera dado cuenta
de una conexión entre palabras y frases («así fueran juramentados o andaluces»,
«se veían caer cosas al mundo / extrañísimas cosas, / cargamentos») y las
afirmara, como cuando hablaba de Shakespeare y cortaba de golpe la
referencia para mandarse a otro lado. La rareza en continuidad, que se
elevaba de golpe, asombraba por igual a alumnos y lectores. Escribir poesía es
eso: asombrar con una visión alternativa del mundo que depende
solo del lenguaje; un gesto que permite entender la literatura casi sin
moverse. Lo que hacía Medina era convencer de la exactitud de ese gesto.
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