CANCIÓN 15
Nuestro
lecho florido,
de
cuevas de leones enlazado,
en
púrpura tendido,
de
paz edificado,
de
mil escudos de oro coronado.
DECLARACIÓN
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Está este lecho del alma “enlazado” de estas virtudes, porque en este estado de
tal manera están trabadas entre sí y fortalecidas unas con otras y unidas en
una acabada perfección de el alma, que no queda parte, no sólo para que el
demonio pueda entrar, mas también está amparada para que ninguna cosa del
mundo, alta ni baja, la pueda inquietar ni molestar ni mover; porque, estando
ya libre de toda molestia de las pasiones naturales y ajena y desnuda de la
tormenta y variedad de las cosas temporales, goza en seguro de la participación
de Dios. Esto es lo que deseaba la esposa en los Cantares (8,1) diciendo: “Quid
det te mili fratrem meus sugerent uvera matris meae, ut inveniam te solum
foris, et deosculaer te, et jam me nemo despiciat?”; quiere decir: “¿Quién te
me diese, hermano mío, que mamases los pechos de mi madre, de manera que te
halle yo solo afuera, y te bese yo a ti, y no me desprecie ya nadie?” Este beso
es la unión de que vamos hablando, en tal cual se iguala el alma con Dios por
amor. Que por eso desea ella, diciendo que “quién le dará al Amado que sea su
hermano”, lo cual significa y hace igualdad; y que “mame él los pechos de su
madre”, que es consumirle todas las imperfecciones y apetitos de su naturaleza que
tiene de su madre Eva; y “le halle solo afuera”, esto es, se una con él solo,
afuera de todas las cosas, desnuda según la voluntad y apetito de todas ellas;
y “casi no la despreciará nadie”, es a saber, no se le atreverá ni mundo, ni
carne, ni el demonio, porque, estando el alma libre y purgada de todas estas cosas
y unida con Dios, ninguna de ellas la puede enojar. De aquí es que el alma goza
ya en este estado de una ordinaria suavidad y tranquilidad que nunca se le
pierde ni le falta.
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Pero, allende de esta ordinaria satisfacción y paz, de tal manera suelen
abrirse en el alma y darle olor de sí las flores de virtudes de este huerto que
decimos, que le parece a la alma -y así es- estar llena de deleites de Dios. Y
dije que suelen abrirse las flores de virtudes que están en el alma, porque,
aunque el alma está llena de virtudes en perfección, no siempre las está en
acto gozando el alma (aunque como he dicho, de la paz y tranquilidad que le
causan si goza ordinariamente), porque podemos decir que están en el alma en
esta vida como flores en cogollo, cerradas en el huerto, las cuales algunas
veces es cosa admirable ver abrirse todas, causándolo el Espíritu Santo, y dar
de sí admirable olor y fragancia en mucha variedad. Porque acaecerá que vea el
alma en sí las flores de “las montañas” que arriba dijimos, que son la
abundancia y grandeza y hermosura de Dios; y en estos entretejidos los lirios
de “los valles nemorosos”, que son descanso, refrigerio y amparo; y luego allí
entrepuestas las rosas olorosas de “las ínsulas extrañas”, que decíamos ser las
extrañas noticias de Dios; y también embestirla el olor de las azucenas de “los
ríos sonorosos”, que decíamos era la grandeza de Dios que hinche toda el alma;
y entretejido allí y enlazado el delicado olor de el jazmín de el “silbo de los
aires amorosos”, de que también dijimos gozaba el alma en este estado; y, ni
más ni menos, todas las otras virtudes y dones que decíamos de el conocimiento
sosegado y “la callada música” y “soledad sonora” y la “sabrosa y amorosa cena”.
Y es de tal manera el gozar y sentir estas flores juntas algunas veces el alma,
que puede con harta verdad decir: “Nuestro lecho florido”, “de cuevas de leones
enlazado.” ¡Dichosa el alma que en esta vida mereciere gustar alguna vez el
olor de estas flores divinas! Y dice que este lecho está también
en
púrpura tendido.
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