domingo

LOS CANTOS DE MALDOROR (153) - CONDE DE LAUTRÉAMONT (ISIDORE DUCASSE)


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El oyente aprueba en su interior ese nuevo ejemplo aportado para apoyar sus repugnantes teorías. Como si a causa de un hombre, en otro tiempo esclavo de la bebida, se tuviera el derecho de acusar a toda la humanidad. Tal es al menos la reflexión paradójica que intenta hacer penetrar en su espíritu; pero que no logra expulsar de este las fundamentales enseñanzas de la severa experiencia. Consuela al loco con simulada compasión. Lo lleva a un restaurante y comen a la misma mesa. Van a casa de un sastre de moda y viste al protegido como un príncipe. Llaman a la portería de una gran casa de la calle Saint-Honoré, instala al loco en un suntuoso departamento del tercer piso. El bandido lo obliga a aceptar su bolsa y, tomando el orinal de debajo de la cama, lo pone sobre la cabeza de Aghone. “Te corono rey de las inteligencias”, exclama con énfasis premeditado; “acudiré al menor de tus reclamos; saca a manos llenas de mis baúles; te pertenezco en cuerpo y alma. De noche, volverás a colocar la corona de alabastro en su sitio habitual, con autorización para usarla; pero de día, desde que la aurora ilumina las ciudades, la repondrás sobre tu frente como símbolo de tu poderío. Las tres Margaritas revivirán en mí, sin contar que yo seré tu madre.” Entonces, el loco retrocedió algunos pasos como si fuera presa de una ofensiva pesadilla; las líneas de la felicidad se dibujaron en su rostro, arrugado por las amarguras; se arrodilló, lleno de humildad, a los pies de su protector. ¡El agradecimiento había penetrado como un veneno en el corazón de un loco coronado! Quiso hablar y su lengua no le obedeció. Inclinó su cuerpo hacia adelante y volvió a postrarse en el embaldosado. El hombre de labios de bronce se retiró. ¿Qué fines perseguía? Adquirir un amigo incondicional, lo bastante ingenuo para obedecer cualquier orden suya. No podía haber encontrado nada mejor, y el azar lo había favorecido. El que ha encontrado, tendido sobre un banco, no sabe ya, a raíz de un acontecimiento de su juventud, diferenciar el bien del mal. Era justamente Aghone a quien necesitaba.

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