domingo

LOS CANTOS DE MALDOROR (152) - CONDE DE LAUTRÉAMONT (ISIDORE DUCASSE)


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Mi madre las llamó repetidas veces; no emitieron el sonido de ninguna respuesta. Agotadas por las emociones precedentes, sin duda dormían. Ella registró todos los rincones de la casa sin descubrirlas. Siguió a la perra, que le tiraba del vestido, hasta la casilla. La mujer se agachó para colocar la cabeza en la entrada. El espectáculo del que tuvo la posibilidad de ser testigo, dejadas a un lado las exageraciones malsanas del espanto maternal, no podía ser sino lacerante, según las presunciones de mi espíritu. Encendí una candela y se la ofrecí; de ese modo no se le podía escapar ningún detalle. Ella retiró la cabeza, cubierta de briznas de paja, del prematuro sepulcro, y me dijo: “Las tres Margaritas están muertas.” Como no las podíamos sacar de ese sitio, pues retened bien esto: estaban estrechamente abrazadas las tres, fui a buscar al taller un martillo para romper la morada canina. Me apliqué, en el acto, a la obra de demolición, y los que pasan pudieron creer, por poca imaginación que tuvieran, que el trabajo no holgaba en nuestra casa. Mi madre, impaciente por esa demora que, con todo, era indispensable, se rompía las uñas contra las tablas. Por fin, la operación del alumbramiento negativo terminó; la casilla deshecha, se entreabrió por todos lados; y retiramos de los escombros, una tras otra, después de haberlas separado con dificultad, a las hijas del carpintero. Mi madre abandonó el país. No he vuelto a ver a mi padre. En cuanto a mí, me dicen que estoy loco e imploro la caridad pública. Lo que sé es que el canario no canta más.”

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