domingo

LECCIONES DE VIDA (87) - ELISABETH KÜBLER-ROSS Y DAVID KESSLER


11 / LA LECCIÓN DE LA PACIENCIA (1)

Jessica tenía un padre maravilloso: era divertido, aventurero y un poco travieso. Pero también era impredecible, y tras divorciarse de la madre de Jessica, desaparecía a menudo durante semanas enteras o incluso meses.

Cuando sus padres se separaron definitivamente, Jessica, que tenía catorce años, continuó unida a su padre. Su madre justificaba con bondad sus ausencias y le decía: “Él es así. No tiene nada que ver contigo.”

Jessica sabía que su padre iba a desaparecer cuando le compraba un regalo aunque no fuera su cumpleaños o Navidad. Y si intentaba abrirlo, él se lo impedía. “Paciencia, Jessica, es para más adelante”, le decía. Después de unos días o unas semanas, cuando ella lo añoraba de verdad, su madre le permitía abrirlo.

Cuando Jessica se convirtió en una mujer, el cariño que sentía por su padre aumentó. Incluso después de finalizados los estudios, cuando trabajaba de consejera matrimonial y familiar u tenía un esposo y dos hijos, ella y su padre de setenta y tantos años seguían tan unidos como siempre. Siempre que planeaba marcharse él la telefoneaba y le decía que se iba de viaje y que la vería a su regreso.

Un día se marchó y no regresó. Pasaron unos meses y Jessica se preocupó de verdad: sentía que, esta vez, era distinto. Cuando los amigos de su padre le dijeron que tampoco sabían nada de él desde hacía tiempo, Jessica denunció su desaparición a la policía.

Cuatro años más tarde recibió una llamada. Habían localizado a su padre en una residencia de ancianos en Las Vegas, y no lo habían identificado como persona desaparecida hasta que ingresó en un hospital por una infección grave. Los empleados de la residencia le dijeron a Jessica que su padre había manifestado repetidamente que no tenía familia. Jessica se sintió confundida, pero cuando llegó a Las Vegas descubrió lo que pasaba. Su padre no la reconocía porque padecía de Alzheimer.

Jessica estaba contenta porque había encontrado a su padre, pero muy apenada al ver el estado en que se hallaba. Una vez que se hubo recuperado de la infección, Jessica lo trasladó a una residencia cercana a su domicilio. En el fondo de su corazón esperaba que mejorara y la recordara.

“Pensé que así era él y que, una vez más, ponía a prueba mi paciencia. Era como si lo hubiese encontrado y, al mismo tiempo, no lo hubiera hecho.

“Creí que si tenía paciencia, tarde o temprano mi padre recuperaría la memoria. Día tras día y semana tras semana, lo visité. Pero estaba enfadada. Ahí estaba él, pero yo no lo conocía a él ni él a mí. La única cosa que me recordaba a mi padre era la paciencia que necesitaba para cuidar de él. Intenté hacerme a la idea de que el padre que conocía estaba allí, en algún lugar. Como consejera solucionaba problemas ajenos, pero no podía solucionar el mío. Lo único que podía hacer era tener paciencia.”

El estado físico de su padre empeoró poco a poco. Enfermó de neumonía, y al final falleció.

Cerca de un año más tarde, mientras organizaba la venta de objetos usados de su domicilio, Jessica encontró un viejo contestador automático. A Jessica se le quebró la voz cuando nos explicó lo que había ocurrido:

“Pensé que era mejor probarlo antes de ponerlo a la venta, así que lo enchufé y lo puse en marcha. Me sorprendió mucho lo que oí. Se trataba del último mensaje de mi padre. Ya lo había escuchado cuando se fue, pero no había vuelto a hacerlo desde entonces. Decía: ‘Jessica, cariño, sólo quería decirte que me voy. Espero que te acuerdes de mí durante mi ausencia. Pienso en ti todos los días, aunque no hablemos. Sé que te preocupas por mí, pero quiero que sepas que, donde voy, estaré bien. Te quiero mucho y espero verte de nuevo’.”

Jessica se enjugó las lágrimas.

“Ese era mi padre. Siempre me enseñaba a tener paciencia. Y también era típico de él dejarme un regalo para que lo abriera más tarde.”

Muchas situaciones y enfermedades, como el Alzheimer, nos enseñan grandes lecciones sobre la paciencia y la comprensión. A veces, esas lecciones están dirigidas a la familia y a los amigos más que al enfermo.

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