PRIMERA
PARTE “LAS
ENSEÑANZAS”
(Una forma yaqui de conocimiento)
VII
(5)
Sábado,
28 de diciembre, 1963
Desperté ayer, al
terminar la tarde. Don Juan me dijo que yo había dormido apaciblemente casi dos
días. La cabeza me dolía como si fuera a romperse. Bebí un poco de agua y
vomité. Me sentía cansado, extremadamente cansado, y después de comer volví a
dormirme.
Hoy me hallaba
perfectamente relajado de nuevo. Don Juan y yo hablamos de mi experiencia con
el humito. Pensando que él deseaba, como siempre, el relato completo, empecé a
describir mis impresiones, pero me detuvo diciendo que no era necesario. Dijo
que yo en realidad no había hecho nada y me había quedado dormido
inmediatamente, así que no había nada de qué hablar.
-¿Y cómo me sentí? ¿No
importa para nada? -insistí.
-No, con el humito no.
Más tarde, cuando aprendas a viajar, hablaremos; cuando aprendas a meterte en
las cosas.
-¡De veras se “mete” uno
en las cosas?
-¿No recuerdas? Te
metiste en esa pared y saliste por el otro lado.
-Pienso que en realidad
me salí de mis cabales.
-No, no fue eso.
-¿Se portó usted igual
que yo cuando fumó por primera vez, don Juan?
-No, igual no. Tenemos
distinto carácter.
-¿Cómo se portó usted?
Don Juan no respondió.
Planteé de otro modo la pregunta y la hice de nuevo. Pero él afirmó no recordar
sus experiencias, y dijo que mi pregunta era comparable a interrogar a un
pescador sobre lo que había sentido la primera vez que pescó.
Dijo que el humito como
aliado era único, y le recordé que también había llamado único a Mescalito.
Arguyó que cada uno era único, pero que diferían en especie.
-Mescalito es un
protector porque te habla y puede guiar tus actos -dijo-. Mescalito enseña la
forma debida de vivir. Y puedes verlo porque está fuera de ti. El humito, en
cambio, es un aliado. Te transforma y te da poder sin mostrarse jamás. No
puedes hablarle. Pero sabes que existe porque se lleva tu cuerpo y te hace
ligero como el aire. No obstante, nunca lo ves. Pero allí está, dándote poder
para que lleves a cabo cosas que ni te imaginas, como cuando se lleva tu
cuerpo.
-Sentí de veras que había
perdido mi cuerpo, don Juan.
-Pues sí.
-¿Quiere usted decir que
yo en realidad no tenía cuerpo?
-¿Tú qué piensas?
-Bueno, no sé. Nada más
puedo decirte lo que sentí.
-Eso es todo lo que hay
en realidad: lo que sentiste.
-¿Pero cómo me vio usted,
don Juan? ¿Qué parecía yo?
-No importa cómo te haya
visto. Es como cuando agarraste la estaca. Sentiste que no estaba allí y le
diste vuelta para estar seguro de que estaba allí. Pero cuando saltaste
volviste a sentir que no estaba de veras allí.
-Pero usted me vio como
soy ahora, ¿no?
-¡No! ¡No eras como eres
ahora!
-¡Cierto! Lo admito.
¿Pero tenía mi cuerpo, verdad, aunque yo no pudiera sentirlo?
-¡No! ¡Carajo! ¡No tenías
un cuerpo como el cuerpo que tienes hoy!
-¿Qué pasó entonces con
mi cuerpo?
-Creí que entendías. Tu
cuerpo se lo llevó el humito.
-¿Pero adónde fue a dar?
-¿Cómo demonios quiere
que sepa eso?
Era inútil persistir en
tratar de obtener una explicación “racional”. Le dije que no quería discutir ni
hacer preguntas estúpidas, pero si aceptaba la idea de que era posible perder
mi cuerpo, perdería toda mi racionalidad.
Dijo que yo exageraba,
como de costumbre, y que no perdí ni iba a perder nada a causa del humito.
No hay comentarios:
Publicar un comentario