domingo

LAS ENSEÑANZAS DE DON JUAN (61) - CARLOS CASTANEDA


PRIMERA PARTE “LAS ENSEÑANZAS”
(Una forma yaqui de conocimiento)

VII (5)

Sábado, 28 de diciembre, 1963

Desperté ayer, al terminar la tarde. Don Juan me dijo que yo había dormido apaciblemente casi dos días. La cabeza me dolía como si fuera a romperse. Bebí un poco de agua y vomité. Me sentía cansado, extremadamente cansado, y después de comer volví a dormirme.

Hoy me hallaba perfectamente relajado de nuevo. Don Juan y yo hablamos de mi experiencia con el humito. Pensando que él deseaba, como siempre, el relato completo, empecé a describir mis impresiones, pero me detuvo diciendo que no era necesario. Dijo que yo en realidad no había hecho nada y me había quedado dormido inmediatamente, así que no había nada de qué hablar.

-¿Y cómo me sentí? ¿No importa para nada? -insistí.

-No, con el humito no. Más tarde, cuando aprendas a viajar, hablaremos; cuando aprendas a meterte en las cosas.

-¡De veras se “mete” uno en las cosas?

-¿No recuerdas? Te metiste en esa pared y saliste por el otro lado.

-Pienso que en realidad me salí de mis cabales.

-No, no fue eso.

-¿Se portó usted igual que yo cuando fumó por primera vez, don Juan?

-No, igual no. Tenemos distinto carácter.

-¿Cómo se portó usted?

Don Juan no respondió. Planteé de otro modo la pregunta y la hice de nuevo. Pero él afirmó no recordar sus experiencias, y dijo que mi pregunta era comparable a interrogar a un pescador sobre lo que había sentido la primera vez que pescó.

Dijo que el humito como aliado era único, y le recordé que también había llamado único a Mescalito. Arguyó que cada uno era único, pero que diferían en especie.

-Mescalito es un protector porque te habla y puede guiar tus actos -dijo-. Mescalito enseña la forma debida de vivir. Y puedes verlo porque está fuera de ti. El humito, en cambio, es un aliado. Te transforma y te da poder sin mostrarse jamás. No puedes hablarle. Pero sabes que existe porque se lleva tu cuerpo y te hace ligero como el aire. No obstante, nunca lo ves. Pero allí está, dándote poder para que lleves a cabo cosas que ni te imaginas, como cuando se lleva tu cuerpo.

-Sentí de veras que había perdido mi cuerpo, don Juan.

-Pues sí.

-¿Quiere usted decir que yo en realidad no tenía cuerpo?

-¿qué piensas?

-Bueno, no sé. Nada más puedo decirte lo que sentí.

-Eso es todo lo que hay en realidad: lo que sentiste.

-¿Pero cómo me vio usted, don Juan? ¿Qué parecía yo?

-No importa cómo te haya visto. Es como cuando agarraste la estaca. Sentiste que no estaba allí y le diste vuelta para estar seguro de que estaba allí. Pero cuando saltaste volviste a sentir que no estaba de veras allí.

-Pero usted me vio como soy ahora, ¿no?

-¡No! ¡No eras como eres ahora!

-¡Cierto! Lo admito. ¿Pero tenía mi cuerpo, verdad, aunque yo no pudiera sentirlo?

-¡No! ¡Carajo! ¡No tenías un cuerpo como el cuerpo que tienes hoy!

-¿Qué pasó entonces con mi cuerpo?

-Creí que entendías. Tu cuerpo se lo llevó el humito.

-¿Pero adónde fue a dar?

-¿Cómo demonios quiere que sepa eso?

Era inútil persistir en tratar de obtener una explicación “racional”. Le dije que no quería discutir ni hacer preguntas estúpidas, pero si aceptaba la idea de que era posible perder mi cuerpo, perdería toda mi racionalidad.

Dijo que yo exageraba, como de costumbre, y que no perdí ni iba a perder nada a causa del humito.

No hay comentarios:

Related Posts Plugin for WordPress, Blogger...
Google+