También es cierto que Sebastián
llevaba en sí toda la ciencia musical que necesitaba; la había conquistado con
una vida de estudio incesante y paciente. Enriquecía su espíritu con todas las
piezas musicales que llegaban a sus manos y no desdeñaba el aprender hasta en
composiciones de músicos de méritos muy inferiores a los suyos. Complacíale
siempre ver y oír lo que los otros habían producido, y ningún compositor joven
tenía que temer la intolerancia o incomprensión de su parte, aunque sus
correcciones eran siempre severas. Con mucha frecuencia le suplicaban que
compusiese alguna pieza sencilla para que la tocasen en el clavicordio los que
no estuvieran todavía todavía muy adelantados, y siempre respondía con la misma
amabilidad:
-Ya veré si puedo hacer algo.
En esos casos, elegía siempre un tema
muy sencillo; pero, apenas empezaba a desarrollarlo, acudía a su cabeza tal cúmulo
de ideas que pronto dejaba de ser una pieza sencilla. Cuando notaba lo que le
había sucedido, solía decir con una sonrisa medio bondadosa, medio picaresca:
-¡Ejercitaos con aplicación y ya veréis lo fácil que es!
No hay comentarios:
Publicar un comentario