domingo

LA PEQUEÑA CRÓNICA DE ANA MAGDALENA BACH (88) - ESTHER MEYNEL


También es cierto que Sebastián llevaba en sí toda la ciencia musical que necesitaba; la había conquistado con una vida de estudio incesante y paciente. Enriquecía su espíritu con todas las piezas musicales que llegaban a sus manos y no desdeñaba el aprender hasta en composiciones de músicos de méritos muy inferiores a los suyos. Complacíale siempre ver y oír lo que los otros habían producido, y ningún compositor joven tenía que temer la intolerancia o incomprensión de su parte, aunque sus correcciones eran siempre severas. Con mucha frecuencia le suplicaban que compusiese alguna pieza sencilla para que la tocasen en el clavicordio los que no estuvieran todavía todavía muy adelantados, y siempre respondía con la misma amabilidad:

-Ya veré si puedo hacer algo.

En esos casos, elegía siempre un tema muy sencillo; pero, apenas empezaba a desarrollarlo, acudía a su cabeza tal cúmulo de ideas que pronto dejaba de ser una pieza sencilla. Cuando notaba lo que le había sucedido, solía decir con una sonrisa medio bondadosa, medio picaresca:

-¡Ejercitaos con aplicación y ya veréis lo fácil que es!

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