por Pablo Torres
El 23 de febrero de 1917 en Rusia (08
de marzo en el calendario occidental de la época), una huelga de mujeres
obreras textiles arrastró a los trabajadores y soldados de Petrogrado a la
huelga general, la insurrección y sublevación contra la monarquía. La caída del
zar sería cosa de días. Las mujeres trabajadoras iniciaron la revolución social
más grande de la historia.
A 100 años de cumplirse la Revolución Rusa, conocer los hechos que la caracterizaron, las batallas y combates que se desarrollaron, los debates estratégicos que cruzaron a sus partidos y en particular en la izquierda, es central para extraer lecciones y desafíos que nos permitan actualizar la vigencia de la revolución socialista en el siglo XXI.
Que las nuevas
generaciones de trabajadores, estudiantes y mujeres, decenas de miles empiecen
a simpatizar con las ideas de izquierda y “revolución” y miles a buscar un
camino hacia la militancia, conozcan la Revolución Rusa en su significado y
desarrollo, con las polémicas que la caracterizaron, es de un valor indudable.
Es lo que buscan borrar historiadores, periodistas, escribanos y políticos de
la clase dominante. Borrarla de la historia. O si la reconocen, que la conozcan
como una “gran tragedia”, como ejemplo del totalitarismo estalinista (que
contribuyó a defenestrar el marxismo y el socialismo como ideas en amplios
sectores de masas) y que no hay horizonte más allá del capitalismo.
Otros,
“reivindicándola”, le quitan sus lecciones revolucionarias para oponer al
horizonte de la revolución, meras reformas sociales. Desde estas páginas
queremos conmemorar el centenario de la Revolución Rusa, buscando actualizar
sus lecciones al calor de los hechos en el desafío de poner en pie una nueva
perspectiva revolucionaria y anti-capitalista de los trabajadores.
La irrupción violenta de las masas en sus destinos
Para el
revolucionario ruso León Trotsky, “La historia de las revoluciones es
para nosotros, por encima de todo, la historia de la irrupción violenta de las
masas en el gobierno de sus propios destinos.” Esto es lo que
precisamente empezó a ocurrir en aquellos días del 23 de febrero de 1917.
Rusia se encontraba
en guerra. El atrasado Estado zarista ruso era protagonista de la Primera
Guerra Mundial, como aliado del imperialismo inglés y francés en el bloque de
los “Aliados”, que enfrentaban al imperio alemán y austro-húngaro. Una guerra
“imperialista” la definirían los bolcheviques.
Rusia, el “último
baluarte de la reacción” (Marx) se decidió unir su destino a la guerra
imperialista. Sin embargo, su rol histórico, más que agotado, se encontraba en
estado de abierta descomposición. Desastre tras desastre en la guerra había
transformado todo anhelo “patriótico” y “unitario” en un agudo descontento y
creciente agitación social y política. Derrotas, muertes, hambre, miseria, eran
el caldo de cultivo de una gran conmoción social.
En la estancada
guerra de trincheras, previo al inicio de la revolución rusa y el ingreso de
Estados Unidos en la guerra (23 de marzo de 1917), en los palacios, las cortes
y salones de la aristocracia, los terratenientes y también de la burguesía
liberal, se buscaba planear una “revolución palaciega”: hacer caer al zar, un
golpe de Estado para proteger a Rusia (sus negocios y tierras) de un
descalabro: la revolución.
El desastre de la
guerra, la hambruna y miseria creciente en las masas trabajadoras y campesinas,
estos últimos llevados al frente de guerra a combatir por los intereses de la
alianza burguesa-monárquica, aceleraron la agitación, e inquietaba en los
círculos del poder.
Si por arriba se
planeaba como deshacerse de un zar aislado y debilitado, duques y diputados
monárquicos, junto a la embajada británica, en la madrugada del 16-17 de
diciembre de 1916 asesinaron al odiado Rasputín, “Amigo Santo” y principal
consejero de la zarina, a la vez principal consejero del zar; por abajo desde
comienzos de 1917 se venía profundizando procesos de organización y actividad
del movimiento de masas, que desencadenaron una gran insurrección.
Las mujeres obreras iniciaron la insurrección en el
Día de la Mujer
Durante enero se
sucedieron una oleada de huelgas y manifestaciones. El 18 de febrero, 30.000
obreros de la fábrica Putilov, en el corazón de la barriada obrera de Viborg,
que sería vanguardia de la revolución, deciden irse a la huelga en rechazo a
despidos y reclamando a la vez un aumento salarial ante la carestía de la vida
creciente. La agitación y las reuniones en las calles inundan el barrio obrero.
Las mujeres, estaban
cansadas de las largas colas para un pedazo de pan ante la escasez producto de
la guerra. En las fábricas y los almacenes el descontento era creciente. Las
mujeres querían el “pan”, uno de los gritos centrales de la revolución. El
hambre y la crisis agudizaron el descontento. Al grito de “¡Queremos pan!” fue
que el 23 de febrero de 1917 miles de obreras textiles de la barriada Viborg se
lanzaron a la huelga.
Esta “espontánea
iniciativa de las obreras textiles” (León Trotsky) nadie esperaba que
desencadenaría una revolución y la caída del zar Nicolás II cinco días después,
que animaría a los obreros a la insurrección y a los soldados a la sublevación
contra sus oficiales.
El 23 de febrero (08
de marzo calendario occidental) se celebraba el Día Internacional de las
Mujeres. Se esperaban y se habían planificado manifestaciones tradicionales en
conmemoración y por los derechos de las mujeres obreras. Sin embargo, ninguna
organización llamó a la huelga, ni siquiera los bolcheviques del comité de
Viborg. Como había estado de guerra, las posibilidades del choque con las
tropas eran crecientes.
La decisión y audacia
de las mujeres textiles que sin ningún llamado salieron a las calles haciendo
huelga, arrastró a decenas de miles de obreros de Viborg a la huelga.
Delegadas de las
fábricas textiles se dirigían a los obreros metalúrgicos y de las fábricas para
secundar su lucha. 90.000 obreras y obreros de Petrogrado paralizaron sus
trabajos y salieron a las calles ese día, y pondrían en pie en los días
venideros un poderoso movimiento huelguístico imponiendo la huelga general en
la capital, que abrió el paso a la insurrección y la sublevación de los
soldados, unidos a los obreros.
El Día Internacional
de la Mujer se transformaría, en la fuerza, cuerpos y mentes de las obreras
textiles, en el inicio de la revolución social que marcaría todo el siglo XX.
Ese día se sucedieron
huelgas, manifestaciones, mítines y asimismo encuentros (choques) con la
policía. Miles de mujeres se dirigieron al palacio de la Duma (especie de
“parlamento” zarista nacido tras la derrota de la Revolución de 1905) exigiendo
el pan. “El Día de la Mujer transcurrió con éxito, con entusiasmo y sin
víctimas” señalaría el revolucionario ruso León Trotsky.
Los combates contra
los gendarmes, cosacos, el Ejército, la liberación de los presos y la ocupación
de las instituciones públicas se producirían sólo unos días después en el marco
del ascenso revolucionario de obreros, soldados y campesinos. Durante cinco
días (del 23 al 28 de febrero) las masas insurrectas realizarían de todo:
manifestaciones, huelgas, enfrentamientos, mítines, se armarían y desarmarían a
los oficiales zaristas, un golpe decisivo derribando el aparato de la monarquía
mediante la acción directa de masas, y poniendo en pie en los días siguientes
su propio poder: los Soviets de delegados obreros y de soldados.
Contradictoriamente,
la Revolución de Febrero que pusieron en pie las masas obreras y soldados, con
el puntapié inicial de las mujeres textiles y en cinco días derribaría al zar
Nicolás II, no pondría el poder en manos de los Soviets aún producto de las
direcciones conciliadoras (mencheviques y social-revolucionarios) que confiaron
en un Gobierno Provisional liderado por la burguesía para liderar los destinos
del país. Pasarían meses para que la revolución ponga el poder en manos de los
trabajadores liderados por los bolcheviques.
Sin embargo, ya en
este primer gran día, la clase obrera, expresada en sus sectores más oprimidos,
las mujeres obreras, serían quienes empujarían a las masas a la lucha. A
cumplirse el centenario de la Revolución, las mujeres obreras señalan el
camino, y el llamado a un Paro Internacional de Mujeres convocado en Estados
Unidos este 08 de marzo, puede replicar esta iniciativa conmemorando esta gesta
heroica de mujeres y hombres de la clase trabajadora. Querían el Pan y también
querían las Rosas.
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