por
Natividad Pulido
En la fachada del
impresionante edificio de la Secesión vienesa, construido por Joseph Maria
Olbrich y situado en el número 12 de la Friedrichstrasse –inconfundible por su
cúpula con hojas de laurel doradas–, reza, en letras también doradas, su lema: «A
cada tiempo su arte. A cada arte su libertad». Fue también el lema que rigió la
vida y la obra de uno de los fundadores de aquel grupo y uno de los pintores
más fascinantes de todos los tiempos: Gustav Klimt (1862-1918). En 1902 creó
para la XIV Exposición de esta institución, que rendía homenaje al compositor
Ludwig van Beethoven, uno de sus trabajos más célebres: «El friso de
Beethoven», que daba la bienvenida a los visitantes. Esta fantasía sinfónica,
de 34 metros de ancho y dos metros de alto, rememora la histórica
interpretación que Wagner hizo de la «Novena» de Beethoven. No se volvió a
exponer en público hasta 1986.
Al igual que la Torre
Eiffel, nació para ser efímera, pero un coleccionista evitó su destrucción. Eso
sí, fue dividida en siete fragmentos. En 1973 el Estado austriaco adquirió el
friso, lo restauró y desde 1986 se expone al público. Es el punto de partida de
nuestra ruta por la Viena de Klimt. La mayoría de los turistas acuden a la
ciudad atraídos por la figura de Sissi y sus suntuosos palacios, como
Schönbrunn y Holfburg, pero este viaje por el modernismo, el Art Nouveau y el
Art Déco no defraudará a nadie.
La
Compañía de Artistas
Otra parada
imprescindible es el Kunsthistorisches Museum o Museo de Historia del Arte
(Maria-Theresien-Platz), que atesora numerosas obras maestras. Hay que
detenerse a admirar las 40 pinturas realizadas entre las arquerías y columnas
de la impresionante escalinata por los tres miembros que conformaron la
Compañía de Artistas: Gustav Klimt, su hermano Ernst y Franz Matsch. Es un
paseo por la Historia del Arte desde el antiguo Egipto hasta la era moderna.
Gustav firmó once de ellas.
El segundo gran encargo
que recibió en Viena la Compañía de Artistas fueron los frescos en el techo de
las dos escalinatas del impresionante Burgtheater (Universitätsring, 2), que
dieron vida sus miembros entre 1886 y 1888. Sobre la escalera principal –en el
ala Landtmann– Gustav Klimt reprodujo el antiguo Teatro de Taormina en un
célebre fresco. En otra ala recreó el shakespereano Globe Theatre de Londres
con la escena final de «Romeo y Julieta». El artista se inmortalizó en ella. Es
el único autorretrato conocido de Gustav Klimt. Fue tal el éxito que fueron
condecorados por el emperador Francisco José. Los bocetos de Klimt para la
decoración de estos techos fueron encontrados en 1990 en los almacenes del
teatro.
Muy cerca del Burgtheater
está la Karlsplatz, uno de los centros neurálgicos de la ciudad. En ella y sus
alrededores se hallan algunos de los edificios más famosos de la Viena
modernista. Es el caso del Pabellón Otto Wagner (lo construyó en 1900 para las
líneas de Metro de Viena), la Künslterhaus o el Museo de Historia de la ciudad
de Viena, que alberga algunas obras de Klimt, como «Pallas Atenea» o un retrato
de Emilie Flöge. Cuñada del artista (su hermano Ernst estaba casado con Helene,
hermana de Emilie), fue la mujer más importante en la vida de Gustav Klimt.
Grandísimos amigos, veraneaban cada año juntos cerca del lago Atter (uno de los
lugares que se repiten en los paisajes de Klimt).
Klimt,
el seductor
Emilie Flöge creó un
taller familar de modas –lo decoró el propio Klimt–, fue musa del artista, pero
no hay constancia de que fueran amantes. Quizás porque ella sabía que fueron
muchas las mujeres en la vida del pintor: modelos, damas de la alta sociedad...
María Zimmermann (Mizzi), Alma Mahler, Johanna Staude, Hilde Roth, María Ucicka
o Adele Bloch-Bauer, la única mujer a la que pintó dos veces, son algunas de
ellas. Un retrato de Adele centra la historia de la película «La dama de oro»,
protagonizada por Helen Mirren y estrenada este año.
Las mujeres de Klimt, a
las que desnuda, viste de oro o envuelve en flores, se reunirán con las mujeres
que retrataron dos de sus grandes amigos, los pintores Egon Schiele y Oskar
Kokoschka –considerados, como Klimt, artistas degenerados por los nazis–, en
una exposición que se inaugurará en el Belvedere Inferior el 22 de octubre.
Pese a no ser muy agraciado físicamente y vestir de forma estrafalaria (siempre
lucía una larga túnica y sandalias), Klimt era muy activo sexualmente y tenía
un gran éxito entre las féminas vienesas. Su fama de libertino no impidió que
estuviese muy bien relacionado con la aristocracia y la intelectualidad
vienesas.
La Galería Belvedere es
el sancta sanctorum que ningún amante de este artista debe perderse, pues
cuelgan en ella las obras más célebres de Gustav Klimt. Es el caso de dos
iconos de su época dorada, «El beso» y «Judith I», pura sensualidad. Pertenecen
a la etapa en que el pintor ormanenta sus creaciones con pan de oro –su madre y
su hermano eran grabadores de oro–. En total, conserva 24 pinturas del artista
(la mayor colección del mundo). Próximo destino, el Museo Leopold, en el barrio
de los museos, una zona que ha revitalizado por completo la ciudad. Aunque
Schiele es el corazón de su colección, también cuenta con obras de Klimt, como
«La vida y la muerte», una vista del lago Atter y un estudio para «Judith II».
A lo largo de su carrera
Gustav Klimt utilizó varios estudios. El único que se ha conservado es el
último de ellos, que utilizó entre 1911 y 1918, año de su muerte. Villa Klimt
es una preciosa casa rodeada de jardines situada en Feldmühlgasse, 11. Tras
reconstruirse a partir de fotos de época para el Año Klimt (en 2012 se celebró
el 150 aniversario de su nacimiento), se abrió al público. No exhibe obras del
artista.
Pero no todos los lugares
de la vida de Klimt ni sus obras pueden visitarse. La casa donde nació en el
247 de la Linzerstrasse, en el distrito 14, ya no existe. Tampoco las tres
pinturas que hizo para el Aula Magna de la Universidad de Viena: «Filosofía», «Medicina»
y «Jurisprudencia». Provocaron un escándalo, fueron tildadas de pornográficas.
Klimt acabó retirando las pinturas y renunciando al encargo. Aquello supuso un
duro golpe para él, quien coronó su obra «Nuda Veritas» con unas palabras de
Schiller muy significativas: «Con tus actos y tu arte no puedes complacer a
todos. Haz honor a unos pocos. Gustar a muchos es malo». Las obras fueron
destruidas por los nazis en 1945.
Aunque queda fuera de
nuestro viaje a Viena, no hay que pasar por alto entre los paisajes de Gustav
Klimt el Palacio Stoclet de Bruselas (llamado así porque fue la residencia del
magnate belga Adolphe Stoclet), para el que creó un maravilloso friso, cuyo
panel central representa el árbol de la vida. Este palacio fue creado por Josef
Hoffmann, uno de los grandes arquitectos de la Viena modernista junto a Otto
Wagner y Adolf Loos. Hoffmann recurró a Klimt para decorar el comedor. El Museo
de Artes Aplicadas de Viena (MAK) conserva en su colección nueve dibujos de
Klimt para este encargo. Imprescindible, un paseo por la espléndida Viena
modernista: el Pabellón Otto Wagner, la Casa de las Musas, la Caja Postal de
Ahorros...
Tras sufrir una apoplejía
y una neumonía, murió el 6 de febrero 1918, hace ahora 100 años. Dejó
inacabadas obras como «La boda» y «Adán y Eva». Sobre él, el gran Egon Schiele
escribió: «Fue un artista de una perfección increíble. Un hombre de una hondura
extraordinaria. Su obra, un objeto de culto».
No hay comentarios:
Publicar un comentario