(Una novela de amor, pasión y muerte en tiempos de la Patria Vieja)
Primera edición
WEB: elMontevideano Laboratorio de Artes / 2018
Al verlo partir
con su lanza para encontrarse con los otros alzados, Carmela González cavila
que su marido en realidad carece de experiencia militar. La vida de ambos había
transcurrido entre los quehaceres de la chácara y la crianza de los hijos, pero
los tiempos están siendo cada vez más duros y no queda otra elección que
oponerse al poder imperial. Ella no quiso que él advirtiera que estuvo llorando,
pero no pudo dormir en toda la noche. Todavía está oscuro cuando despierta a
sus hijos y los sube al carro para ir hasta la ciudad, más cerca de donde pueda
recibir noticias.
Mientras camina
por la plaza ocupada por los militares, nota que la Comandancia española está
instalada en la lujosa casa de la mujer de Anselmo Crespo; una vez había
entrado a aquel lugar, la deslumbraron los delicados muebles, la ropa con
bordados, las alhajas y los zarcillos y alfileteros cubiertos de plata. Está
clareando y quiere alcanzar lo antes posible a la Iglesia por lo que apura a
los críos, cuando llega le parece que los demás adivinan su nerviosismo. Al
costado de la puerta mendiga la mujer de Vega, entonces Carmela rebusca entre
sus vestidos alguna moneda y le pide al hijo más grande que se la alcance.
-Lo necesitan. Son
pobres. A esa familia la ha sostenido la piedad del pueblo -le explica, con compasión
cristiana.
Le parece que sus
deslucidos ojos más que agradecer, la interrogan, entre impacientes y
cómplices. A su lado están agrupándose los vecinos para iniciar el ritual, ya
que al ser miércoles de ceniza y principio de la cuaresma, es un día de ayuno y
recogimiento. Guiada por el cura, la procesión entona letanías a los santos
mientras avanza hacia la Capilla. Una vez en el altar, el sacerdote reza y
proclama las lecturas que recuerdan el sentido de penitencia, de conversión y
arrepentimiento de los pecados hasta que al finalizar la homilía, procede a la
bendición. Y en la frente de cada uno de los fieles dibuja una cruz.
La mujer se
estremece cuando el cura raya su frente. Y sus palabras la acometen como nunca
antes:
-Acuérdate de que
eres polvo y al polvo volverá.-le dice el párroco como si adivinara el estado de
su espíritu.
La mujer escucha,
sabe que la ceniza personifica a la muerte, a la conciencia de la nada, a la
nulidad de las criaturas ante su creador. Entonces escapa abrumada con sus
hijos, en aquel instante está jugándose otras trascendencias. Frente suyo está
el abismo, el todo y la nada que la interpelan. La encandila el sol, pero
advierte que la mujer de Vega le hace un gesto.
-Escuché que
rindieron a los maturrangos. Y que vienen para acá.
Carmela se santigua.
-¿Hay heridos? -interroga.
-Parece que dos.
***
Cercado por los
rebeldes, el teniente de Montevideo José Maldonado, no tiene otra alternativa
que espolear el caballo y arrojarse al Arroyo de la Calera. Sus perseguidores,
sorprendidos, lo ven alejarse y nada intentan, a lo sumo comentan su
intrepidez. A Maldonado le tiembla el pulso y le palpitan las sienes, solamente
piensa en poner distancia y en perderse entre la arboleda costera. Con enorme
esfuerzo logra cruzar el pantano hasta la otra costa del Río Negro, adonde lo
socorre una canoa enviada desde una de las islas por su camarada José
Domínguez. En ella retorna por la noche a Capilla Nueva, adonde es acogido por
el Comandante militar y su séquito. Inmediatamente es interrogado para conocer
qué había sucedido con la misión.
Maldonado está maltrecho,
arañado por las ramas, con la ropa hecha jirones, cubierto del barro del
pantano y agotado por el mal rato, pero por sobre todas las cosas, está furioso
por el engaño. Ahora es consciente que los pobladores mintieron y que no
ignoraban el verdadero número de insurgentes, por lo que en su opinión eran
responsables del sacrificio de su partida. Su humor de perros acrecienta con la
llegada de nuevos curiosos, piensa que seguramente muchos de ellos son
cómplices del desastre y la sospecha lo lleva a echar espuma de rabia por la
boca. No puede contenerse, parado en la calle, es una figura patética, un
espantapájaros apenas alumbrado por la mortecina luz de los faroles. Tropieza y
cae por el cansancio y nota que desde las sombras alguien festeja. Entonces, al
borde del llanto comienza a descargar…
-Después de todo
soy José Maldonado, Teniente del Regimiento de Milicias de Caballería de esta
Plaza, hacendado de un caudal muy regular; como tal he tenido un porte y
decencia preferente a las circunstancias del pueblo y a su carácter, gozando de
igual decencia mi mujer y sus hijos, que como tales han tenido un frecuente
trato y comunicación. Y he actuado en forma decente con las familias y
forasteros del Pueblo, gozando de la opinión, crédito y fama de un buen ciudadano…
Dicho lo cual
prorrumpe a llorar.
Un buen samaritano
lo toma del brazo y lo lleva para su casa, adonde lo espera Isabel López, su
mujer. El teniente conoce bien su genio.
Aunque esté agotado, igualmente tendrá que contarle con lujo de detalles lo
ocurrido. Y luego vendrá el reproche, ya le había advertido, que en Capilla de
Mercedes, no hay nadie en quien puedan confiar. Definitivamente, para José
Maldonado, el 27 de febrero es un día para olvidar.
***
La noticia de la
derrota española en Monte de Asencio cae como fuego en un pajonal. En Mercedes
la gente está fuera de sí, festeja en donde puede, bromea, ríe. Cae la noche y
un importante contingente de alzados procura refugio en la costa del Río Negro,
entre los arroyos Dacá y Asencio, en la chácara de Tomás Rodríguez y Lorenzo Gutiérrez.
Aquellos paisanos también en su momento tuvieron que enfrentar la prepotencia
colonial, cuando el comerciante porteño y hacendado de Soriano Juan Bautista
Álvarez, para quedarse con la propiedad, los había acusado ante las autoridades
de albergar gente “suelta” de la campaña.
-Su conducta se me
ha hecho odiosa por varios motivos como son consentir en su casa personas
vagas, siendo ella un refugio y abrigo de todas ellas -denunció ante las
autoridades.
El desalojo no
prosperó y paradojalmente ahora en el lugar los paisanos están atrincherados
para enfrentar al español. Entre los
insurrectos la alegría es tal que muy pronto enciende los siete versos del
pericón. Los improvisados bailarines caminan en forma circular, entre giros y
contra giros, cambios de frente, pasos caminados, escobillados y zapateadas a
pie entero. Hacia el final los bailarines se reúnen en el centro, adonde dan
grandes y violentos saltos, antes de caer con los pies paralelos. Entonces
levantan el pañuelo.
-¡Viva la patria! -el
grito es más que un festejo.
Arden los fogones.
Nadie habla de otra cosa que de lo ocurrido por la mañana. En la casa están
reunidos los capataces con Gutiérrez. Rosa Arriola, la mujer del anfitrión, los
escucha y ceba mate, mientras su hija Felipa junto a sus amigas, atisba con
picardía por las rendijas de las ventanas.
-¡Está la flor de
la mozada! -comenta Felipa, las mozas miran fascinadas a la muchachada que hace
alarde de sus destrezas.
En la improvisada
pista de baile descuella, con sus giros y contra giros, Perico, el bailarín.
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