domingo

EL GRITO (6) - RICARDO AROCENA


(Una novela de amor, pasión y muerte en tiempos de la Patria Vieja)

Primera edición WEB: elMontevideano Laboratorio de Artes / 2018

Al verlo partir con su lanza para encontrarse con los otros alzados, Carmela González cavila que su marido en realidad carece de experiencia militar. La vida de ambos había transcurrido entre los quehaceres de la chácara y la crianza de los hijos, pero los tiempos están siendo cada vez más duros y no queda otra elección que oponerse al poder imperial. Ella no quiso que él advirtiera que estuvo llorando, pero no pudo dormir en toda la noche. Todavía está oscuro cuando despierta a sus hijos y los sube al carro para ir hasta la ciudad, más cerca de donde pueda recibir noticias.

Mientras camina por la plaza ocupada por los militares, nota que la Comandancia española está instalada en la lujosa casa de la mujer de Anselmo Crespo; una vez había entrado a aquel lugar, la deslumbraron los delicados muebles, la ropa con bordados, las alhajas y los zarcillos y alfileteros cubiertos de plata. Está clareando y quiere alcanzar lo antes posible a la Iglesia por lo que apura a los críos, cuando llega le parece que los demás adivinan su nerviosismo. Al costado de la puerta mendiga la mujer de Vega, entonces Carmela rebusca entre sus vestidos alguna moneda y le pide al hijo más grande que se la alcance.

-Lo necesitan. Son pobres. A esa familia la ha sostenido la piedad del pueblo -le explica, con compasión cristiana.

Le parece que sus deslucidos ojos más que agradecer, la interrogan, entre impacientes y cómplices. A su lado están agrupándose los vecinos para iniciar el ritual, ya que al ser miércoles de ceniza y principio de la cuaresma, es un día de ayuno y recogimiento. Guiada por el cura, la procesión entona letanías a los santos mientras avanza hacia la Capilla. Una vez en el altar, el sacerdote reza y proclama las lecturas que recuerdan el sentido de penitencia, de conversión y arrepentimiento de los pecados hasta que al finalizar la homilía, procede a la bendición. Y en la frente de cada uno de los fieles dibuja una cruz.

La mujer se estremece cuando el cura raya su frente. Y sus palabras la acometen como nunca antes:

-Acuérdate de que eres polvo y al polvo volverá.-le dice el párroco como si adivinara el estado de su espíritu.

La mujer escucha, sabe que la ceniza personifica a la muerte, a la conciencia de la nada, a la nulidad de las criaturas ante su creador. Entonces escapa abrumada con sus hijos, en aquel instante está jugándose otras trascendencias. Frente suyo está el abismo, el todo y la nada que la interpelan. La encandila el sol, pero advierte que la mujer de Vega le hace un gesto.

-Escuché que rindieron a los maturrangos. Y que vienen para acá.

Carmela se santigua.

-¿Hay heridos? -interroga.

-Parece que dos.

***

Cercado por los rebeldes, el teniente de Montevideo José Maldonado, no tiene otra alternativa que espolear el caballo y arrojarse al Arroyo de la Calera. Sus perseguidores, sorprendidos, lo ven alejarse y nada intentan, a lo sumo comentan su intrepidez. A Maldonado le tiembla el pulso y le palpitan las sienes, solamente piensa en poner distancia y en perderse entre la arboleda costera. Con enorme esfuerzo logra cruzar el pantano hasta la otra costa del Río Negro, adonde lo socorre una canoa enviada desde una de las islas por su camarada José Domínguez. En ella retorna por la noche a Capilla Nueva, adonde es acogido por el Comandante militar y su séquito. Inmediatamente es interrogado para conocer qué había sucedido con la misión.

Maldonado está maltrecho, arañado por las ramas, con la ropa hecha jirones, cubierto del barro del pantano y agotado por el mal rato, pero por sobre todas las cosas, está furioso por el engaño. Ahora es consciente que los pobladores mintieron y que no ignoraban el verdadero número de insurgentes, por lo que en su opinión eran responsables del sacrificio de su partida. Su humor de perros acrecienta con la llegada de nuevos curiosos, piensa que seguramente muchos de ellos son cómplices del desastre y la sospecha lo lleva a echar espuma de rabia por la boca. No puede contenerse, parado en la calle, es una figura patética, un espantapájaros apenas alumbrado por la mortecina luz de los faroles. Tropieza y cae por el cansancio y nota que desde las sombras alguien festeja. Entonces, al borde del llanto comienza a descargar…

-Después de todo soy José Maldonado, Teniente del Regimiento de Milicias de Caballería de esta Plaza, hacendado de un caudal muy regular; como tal he tenido un porte y decencia preferente a las circunstancias del pueblo y a su carácter, gozando de igual decencia mi mujer y sus hijos, que como tales han tenido un frecuente trato y comunicación. Y he actuado en forma decente con las familias y forasteros del Pueblo, gozando de la opinión, crédito y fama de un buen ciudadano…

Dicho lo cual prorrumpe a llorar.

Un buen samaritano lo toma del brazo y lo lleva para su casa, adonde lo espera Isabel López, su mujer.  El teniente conoce bien su genio. Aunque esté agotado, igualmente tendrá que contarle con lujo de detalles lo ocurrido. Y luego vendrá el reproche, ya le había advertido, que en Capilla de Mercedes, no hay nadie en quien puedan confiar. Definitivamente, para José Maldonado, el 27 de febrero es un día para olvidar.

***

La noticia de la derrota española en Monte de Asencio cae como fuego en un pajonal. En Mercedes la gente está fuera de sí, festeja en donde puede, bromea, ríe. Cae la noche y un importante contingente de alzados procura refugio en la costa del Río Negro, entre los arroyos Dacá y Asencio, en la chácara de Tomás Rodríguez y Lorenzo Gutiérrez. Aquellos paisanos también en su momento tuvieron que enfrentar la prepotencia colonial, cuando el comerciante porteño y hacendado de Soriano Juan Bautista Álvarez, para quedarse con la propiedad, los había acusado ante las autoridades de albergar gente “suelta” de la campaña.

-Su conducta se me ha hecho odiosa por varios motivos como son consentir en su casa personas vagas, siendo ella un refugio y abrigo de todas ellas -denunció ante las autoridades.

El desalojo no prosperó y paradojalmente ahora en el lugar los paisanos están atrincherados para enfrentar al español.  Entre los insurrectos la alegría es tal que muy pronto enciende los siete versos del pericón. Los improvisados bailarines caminan en forma circular, entre giros y contra giros, cambios de frente, pasos caminados, escobillados y zapateadas a pie entero. Hacia el final los bailarines se reúnen en el centro, adonde dan grandes y violentos saltos, antes de caer con los pies paralelos. Entonces levantan el pañuelo.

-¡Viva la patria! -el grito es más que un festejo.

Arden los fogones. Nadie habla de otra cosa que de lo ocurrido por la mañana. En la casa están reunidos los capataces con Gutiérrez. Rosa Arriola, la mujer del anfitrión, los escucha y ceba mate, mientras su hija Felipa junto a sus amigas, atisba con picardía por las rendijas de las ventanas.

-¡Está la flor de la mozada! -comenta Felipa, las mozas miran fascinadas a la muchachada que hace alarde de sus destrezas.

En la improvisada pista de baile descuella, con sus giros y contra giros, Perico, el bailarín.

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