domingo

CAMPANILLAS AZUL-VIOLETA - ANNA RHOGIO



Desde muy chiquita, Peque siente una fascinante atracción por las campanillas de la enredadera del fondo.

Papá y mamá la observaban por la ventana de la cocina bailándoles canciones de cuna a las flores cuando todavía usaba pañales y aquella cola gorda más los torpes y graciosos giros de sus danzas hacían reír a la familia.

María y Damián, un poco mayores, no escatimaban burlas que Peque no comprendía.

Un día, a los siete años, descubrió que si las cortaba y hacía un lindo ramo para el florero del living, al poco rato se morían tristemente.

Entonces aprendió que era mejor dejarlas en la planta y mirando el fondo claro de los cálices les susurraba con besos pegados a los frágiles pétalos, cuentos fantásticos.

Les decía que las hadas las usaban como mágicas copas para beber néctar, cuando cansadas de bailar, se sentaban en el ramaje del monte.

Que las sílfides hacían rumorosas polleras salpicadas de brillante rocío y se vestían de azules-violetas en las fiestas de la luna llena.

Que duendes y elfos dormían envueltos en las hechicerescas corolas y podían soñar con aventuras extraordinarias vividas en antiguos reinos.

Cierta vez, la abuela le prestó, bajo juramento de cuidado intensivo, un cuento encantado escrito por ella: El violinista del desván.

Era la historia de aquel pobre músico que vivía casi encerrado en el desván y horrorizaba los oídos de sus duendes custodios al querer tocar bellas melodías rechinando las cuerdas del violín, hasta que pudo componer maravillas cuando una mañana de primavera oyó por primera vez el tintinear de las campanillas.

Después no solamente oía a las flores, con ese raro don que pocos privilegiados poseen, sino a la creación entera porque, al parecer, la naturaleza canta pero la mayoría de nosotros no sabemos escucharla.

Así, salió del desván y fue a tocar serenatas y baladas a la plaza del pueblo, asombrando a sus vecinos que lo creían un poco loco.  

Su música de miel atrajo a cuatro compositores de diferentes nacionalidades que tenían la misma habilidad y los cinco se fueron a recorrer el mundo con el fin de ayudar a la gente interpretando las sinfonías sanadoras del universo. Ellos las llamaban Las músicas suaves de algodón.

Peque se puso a pensar de qué manera misteriosa podría estar conectada al violinista y a su mutuo enamoramiento por las campanillas. 

La respuesta estaba en su abuela.

-¿Hace mucho que escribiste ese cuento?

-¡Ufff! Desde mucho antes que nacieran tus hermanos y tú.

-¿De donde sacaste semejante fábula?

-Eso no se sabe nunca. Las palabras vienen y se quedan obligándome a escribirlas. Si no, se ofenden y se marchan o me taladran el alma hasta que les hago caso.

-¿Igual  que  el violinista que pudo componer música al oír las flores?

-¡Ah!  ¡Igual! ¡Adoro a ese personaje! Me parece que lo ideé en honor del abuelo que vino de Suiza. Sus nietos lo adoraban y contaban que era casi un santo. Si le pedían que tocara el violín, los complacía gustoso, pero antes imitaba para ellos el canto de muchos pájaros. Él también amaba las campanillas azul-violeta.

¡Allí estaba la respuesta esperada!

De alguna manera desconocida, Peque heredó aquel amor e imaginó a su antepasado a la luz de una lámpara que proyectaba en la pared su alta y delgada sombra, rodeado de chiquilines que escuchaban el amor venido de las estrellas al calor del fuego de la chimenea.

Así de alto y flaco era ese otro violinista del desván.

En las mañanas celestes, Peque se sienta en su silla petisa y, encendida de sol, les lee el cuento a las campanillas hasta que lo aprende con los ojos cerrados:

-Me gusta este capítulo. Y esta parte también es adorable.

-Tenés razón, che. en realidad...

-No me busques, mocosa, dejate de repetir eso como una bobalicona.

-¿Y ahora copiás la palabra preferida de  Rocío cuándo se enoja?

-Sip y callate la boca.

-Tamos.

Su mamá, siempre atenta a protegerlos, en lo posible, de los dolores del mundo, le recomienda:

-Acordate, hijita, que en otoño no habrá más flores.

-Síp. Le devolveré las páginas a mi abuela porque me sé el cuento de memoria y a las chicas les va a encantar.

-Invitalas a tomar el té. 

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