PRIMERA
PARTE “LAS
ENSEÑANZAS”
(Una forma yaqui de conocimiento)
VII
(1)
Juntar los ingredientes y
prepararlos para la mezcla de fumar formaba un ciclo anual. El primer año, don
Juan me enseñó el procedimiento. En diciembre de 1962, el segundo año, al
renovarse el ciclo, don Juan se limitó a dirigirme; yo mismo recolecté los
ingredientes, los preparé, y los guardé hasta el año siguiente.
En diciembre de 1963
empezó un nuevo ciclo. Don Juan me enseñó entonces a combinar los ingredientes
secos que yo había juntado y preparado el año anterior. Echó la mezcla de fumar
en una bolsita de cuero, y nos pusimos a reunir una vez más los diversos
ingredientes, para el próximo año.
Don Juan rara vez
mencionó el “humito” durante el año transcurrido entre ambas recolecciones. Sin
embargo, siempre que iba a verlo me daba a sostener su pipa, y el proceso de
“hacer amistad” con la pipa se desarrolló tal como él había prescrito. Puso la
pipa en mis manos muy gradualmente. Exigía concentración y cautela absoluta en
esa acción, y me daba instrucciones explícitas. Cualquier torpeza con la pipa
produciría inevitablemente mi muerte o la suya propia, decía.
Apenas hubimos terminado
el tercer ciclo de recolección y preparación, don Juan empezó a hablar del humo
como aliado por primera vez en más de un año.
Lunes,
23 de diciembre, 1963
Regresábamos en el coche
a su casa, tras recolectar unas flores amarillas para la mezcla. Eran uno de
los ingredientes necesarios. Hice la observación de que aquel año, al juntar
los ingredientes, no habíamos seguido el mismo orden que el pasado. Rio y dijo
que el humito no era caprichoso ni mezquino, como la yerba del diablo. Para el
humito, el orden de recolección carecía de importancia; lo único que se
requería era que quien usara la mezcla fuese certero y exacto.
Pregunté a don Juan qué
íbamos a hacer con la mezcla que él preparó y me dio a guardar. Repuso que era
mía, y añadió que yo debía usarla lo más pronto posible. Pregunté cuánto se
necesitaba cada vez. La bolsita que me había dado contenía aproximadamente el
triple de la cantidad que cabría en una bolsa pequeña de tabaco. Me dijo que en
un año tenía que usar todo el contenido de mi bolsa, y la cantidad necesaria cada
vez que fumase era asunto personal.
Quise saber qué pasaría
si nunca me acababa la bolsa. Don Juan dijo que nada pasaría; el humito no
exigía nada. Él mismo ya no necesitaba fumar, y sin embargo cada año hacía una
mezcla nueva. Luego se corrigió y dijo que rara
vez tenía que fumar. Le pregunté qué hacía con la mezcla no usada, pero no
respondió. Dijo que la mezcla ya no servía si no se usaba en un año.
En este punto nos metimos
en una larga discusión. Yo no formulaba correctamente mis preguntas, y sus
respuestas parecían confusas. Yo deseaba saber si la mezcla perdería sus
propiedades alucinógenas o poder después de un año, haciendo así necesario el
ciclo anual, pero él insistió en que la mezcla no perdía su poder después de
ningún tiempo. Sólo pasaba, dijo, que uno ya no la necesitaba porque había
hecho nueva provisión; debía disponer del resto de la vieja mezcla en una forma
específica, que don Juan no quiso revelarme en ese punto.
Martes,
24 de diciembre, 1963
-Dijo usted, don Juan,
que ya no necesita fumar.
-Sí; como el humito es mi
aliado, ya no necesito fumar. Puedo llamarlo en donde sea y cuando sea.
-¿Quiere decir que viene
con usted aunque no fume?
-Quiero decir que yo voy
libremente con él.
-¿Podré hacer eso yo
también?
-Podrás, si logras
ganártelo como aliado.
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