domingo

JULIO CÉSAR CASTRO (JUCECA) - LA VUELTA DE DON VERÍDICO (20)


DE DORMILONES

Gente de sueño pesau, aura que dice, los Cortejo, que eran siete sin contar el perro que no era Cortejo ni de sueño pesau. El perro, pa que vea, era de sueño tan livianito que dos por tres flotaba y había que bajarlo de algún ucalito. Hasta que se fue aquerenciando a los árboles y un día se quedó a vivir en un nido de horneros.

Los Cortejo eran siete durmiendo en el mesmo rancho. Todos roncadores de primera. Roncaban pa adentro y chiflaban pa fuera, roncaban pa dentro y chiflaban pa fuera. Llegaba gente de lejos pa escucharlos.

Cuando roncaban pa dentro, el rancho se achicaba. Cuando roncaban pa fuera, el rancho se inflaba. Usté lo veía a la distancia y parecía un pulmón con puerta.

Toda gente de trabajo los Cortejo, pero no duraban en ningún conchabo por dormilones. No había manera de que llegaran en hora a ningún lau. Era gente de voluntá, pero sin un goyete pal sueño. Eso que habían amaestrado a los gallos y a los teros, pa que tempranito a la mañana rodearan el rancho y se afirmaran a cantar todos al mesmo tiempo. El bicherío se desgañitaba, y pa los Cortejo era una canción de cuna.

Desesperados los pobres, amaestraron a las pulgas pa que los picaran a todos a la mesma hora. El pulguerío engordaba que era un gusto verlo, y los Cortejo no se movían ni pa la rascada.

Una güelta Flemón Cortejo, el menor de los Cortejo, cayó al boliche El Resorte. Tomando unos vinos taban la Duvija, Milagroso Piraña, el tape Olmedo, Sugeridor Vetusto, el pardo Santiago y Decidor Bosquejo.

Flemón Cortejo saludó, se acodó, pidió una caña y bostezó. En cuantito terminó de bostezar, se le arrimó la Duvija y va y le dice:

-Usté disculpe don Flemón, pero andesé con cuidau no sea cosa que la caña le ataque el sueño y se nos caiga dormido arriba del mostrador.

Ahí el barcino se corrió pa la otra punta. El hombre, tomador de trago corto y pausado, tuvo de sobra con una caña pa contar su desgracia.

Dijo que su familia era buena pal trabajo, pero que nunca llegaba a trabajar porque se dormía. Que era una cosa como de sangre, que vaya uno a saber de ánde les venía. Hubo un silencio como de respeto. Después, el tape Olmedo, sin dejar de hacerle punta a un palito, comentó:

-Lo mejor pa estos casos -dijo-, es meter un despertador adentro de una lata y colgar la lata del techo.

A la otra noche, Flemón colgó la lata con el despertador. Locos de la vida los hermanos porque al fin iban a tempranear.

Pa la madrugada dentro a llover que era un lujo. Caía agua como si la volcaran con camiones. Los Cortejo, en un solo ronquido.

Justo donde estaba la lata con el despertador adentro, el techo se llovía.

La lata se fue llenando de agua y al rato en lugar de tic tac, se escuchaba glub glub.

Cuando los hermanos se despertaron, el sol del mediodía andaba peliando con los últimos nubarrones de la tormenta. No podían entender cómo se habían dormido. Flemón descolgó la lata, y casi se baña. Al ver aquello, los siete se persignaron en silencio. Flotando en el agua, morado, estaba el despertador. Las agujas desencajadas, las patitas tiesas, ahogado.

Pa la tardecita lo fueron a enterrar. Lo enterraron junto al rancho.

Cualquier abombado sabe que si uno no entierra despertadores le brotan campanillas. Al tiempo, con las primeras luces del día las campanillas sonaban todas al mismo tiempo. Venía gente de lejos pa escucharlas, y pa ver a los Cortejo madrugando.

No hay comentarios:

Related Posts Plugin for WordPress, Blogger...
Google+