Primera edición WEB: elMontevideano Laboratorio de Artes / 2018
De cuando en
cuando el ardor del sol incendia algún pastizal. Principios de febrero es de
preparativos. Ahora la expectativa es más concreta, tiene nombre y apellido.
Pero la espera continúa y para aliviarla corren las pencas o en el bar, las
partidas de naipes y taba. Hay que ajustar detalles y por eso Viera visita de
nuevo a Correa.
-Ya tengo más de
ochenta hombres -simplemente informa, dejando caer, como que ya está todo pronto
para el levantamiento.
-Aún no es tiempo,
continúe reuniendo gente… -lo contiene Correa.
Y agrega:
-Yo contribuyo con
tres armamentos completos y suficientes municiones, puramente míos. Cuando sea
ocasión, pase aviso a Francisco Bicudo, Sebastián Cornejo y Basilio Cabral, que
están encargados de reunir a la gente que puedan de Coquimbo, Cololó y Sarandí.
Indirectamente le
está diciendo que confíe, que también ha estado actuando. Y no solamente con
palabras. Por su parte Reyes ha continuado yendo y viniendo a pedido de Correa.
Ha recorrido pago tras pago y ha traído muchas noticias, pero no la que todos
esperan. Pocos días después vuelve Viera para entrevistarse con Correa. Está
exasperado:
-¡La gente se
manifiesta descontenta por lo que se retarda el avance!
Lo peor que puede
ocurrir es que la gente estalle en forma desorganizada y sin control. Un error
puede ser fatal.
-¡Contenga!
¡Contenga un poco! Aguardo noticias de Gualeguay; el fin es asegurar una obra
de tanto bulto -casi suplica el Alférez.
Los vecinos los
ven pasar y para muchos más que un augurio, es un mandato. Por más faenas de
campo que cualquiera pueda tener encima es imposible sustraerse al colosal
espectáculo. La yeguada es de miles. Han recorrido grandes distancias y lejos
de huir de la presencia humana, los baguales se acercan a los que miran, para
luego continuar desfilando. Sus cuerpos elásticos, nunca sometidos, infunden el
libre albedrío. Sus presencias y su andar de por si convocan a la liberación.
***
Promedia febrero.
El pequeño grupo de hombres cruza como una ráfaga. Viene de Colonia. Es gente
conocida y respetada. Los que los ven nada dicen, pero sospechan, adivinan. Por
algo van hacia el norte. Uno de ellos es venerado en la campaña. Era
Blandengue. ¿Lo seguirá siendo? Simplemente verlo alborota los ánimos, infunde
seguridades. Y así, por lo menos entre los que asisten a aquella pequeña cruzada,
llueven las especulaciones, algo trascendente está ocurriendo. Algo incontenible.
¿Será un símbolo de lo que vendrá, una clarinada de la historia?
A esta altura todos
en Capilla de Mercedes complotan. Unos reclutan a otros, y a su vez estos intentan
reclutar a los que reclutan. La región es un enrollo de intrigas. El vecino de
Mercedes y Sargento de Milicias de Colonia, Don Martín Brocal, es un hombre de
prestigio, tiene gran partido en toda la jurisdicción y es un apasionado de
Buenos Aires. Por eso, confiado, Correa en persona le cuenta en lo que anda. Y
agrega:
-Entusiasme cuanta
gente pueda…
Y a partir de ese
momento aquel hombre actúa como un verdadero apóstol, para toda laya de gente. Pero
la noche del veintiuno de febrero nunca se borrará de su memoria, porque ese
día, aquel período turbulento, despedaza a su familia. El error fue confiar en
su hermano, Alférez de su misma compañía. Deseoso de traerlo a su partido,
mientras matean, le cuenta sus planes, pero resulta ser adicto a los españoles.
El Alférez se muestra indeciso y ni bien se despiden, corre a precaver a su
concuñado, un portugués, para que oculte los bienes que tenga, porque están por
atacar al pueblo. Y el portugués corre a informarle a otro portugués, llamado
Don Pedro, quien inmediatamente le da parte al Alcalde. Todo ocurre con extrema
rapidez, en ese momento no son más de las diez de la noche. Y, como no puede
ser de otra manera, se alarman los españoles, que colocan en las bocacalles
cinco plazas de artillería y lanzan sus patrullas por las calles de Mercedes.
Por la infidencia,
no será posible tomarlos por sorpresa.
***
Por falta de
dinero e influencias, desde muy joven, Venancio Benavides, al igual que muchos
otros, debió enfrentar una vida libre y errática que lo empujó al delito y a las
cárceles españolas, de donde salió indultado junto con otros sesenta y ocho
detenidos, para integrarse a un batallón de voluntarios creado para combatir a
las escuadras británicas que invadían la región. De aquello hacía apenas cinco
años.
Los avatares lo
convirtieron en un hombre decidido, diestro en las faenas camperas y con don de
mando, que ahora opera como Cabo de Milicias en la Guarnición de Soriano, su
lugar de nacimiento. Pedro Viera lo cruza cuando recorre los pagos, citando a
los jefes de División. Y es así que, teniendo como único testigo a la ardiente
naturaleza, los dos hombres se avienen mutuamente a una fisgona averiguación.
-¿Adonde va? -tantea
Viera, luego de los saludos de circunstancia, mientras cauteloso acerca su mano
al cinto.
-¡A la Capilla! -responde,
Benavides, sin rodeos.
Cruzan sus
miradas. Una sonrisa pinta la cara del portugués, que se anima…
-Entonces somos
amigos. No vaya. Voy a atacar al pueblo. Si quiere lo llevo de segundo.
Y es así que
Benavides, una vez más, inicia una nueva peripecia en su ya ajetreada
existencia.
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