domingo

EL GRITO (4) - RICARDO AROCENA


Primera edición WEB: elMontevideano Laboratorio de Artes / 2018


De cuando en cuando el ardor del sol incendia algún pastizal. Principios de febrero es de preparativos. Ahora la expectativa es más concreta, tiene nombre y apellido. Pero la espera continúa y para aliviarla corren las pencas o en el bar, las partidas de naipes y taba. Hay que ajustar detalles y por eso Viera visita de nuevo a Correa.

-Ya tengo más de ochenta hombres -simplemente informa, dejando caer, como que ya está todo pronto para el levantamiento.

-Aún no es tiempo, continúe reuniendo gente… -lo contiene Correa.

Y agrega:

-Yo contribuyo con tres armamentos completos y suficientes municiones, puramente míos. Cuando sea ocasión, pase aviso a Francisco Bicudo, Sebastián Cornejo y Basilio Cabral, que están encargados de reunir a la gente que puedan de Coquimbo, Cololó y Sarandí.  

Indirectamente le está diciendo que confíe, que también ha estado actuando. Y no solamente con palabras. Por su parte Reyes ha continuado yendo y viniendo a pedido de Correa. Ha recorrido pago tras pago y ha traído muchas noticias, pero no la que todos esperan. Pocos días después vuelve Viera para entrevistarse con Correa. Está exasperado:

-¡La gente se manifiesta descontenta por lo que se retarda el avance!

Lo peor que puede ocurrir es que la gente estalle en forma desorganizada y sin control. Un error puede ser fatal.

-¡Contenga! ¡Contenga un poco! Aguardo noticias de Gualeguay; el fin es asegurar una obra de tanto bulto -casi suplica el Alférez.

Los vecinos los ven pasar y para muchos más que un augurio, es un mandato. Por más faenas de campo que cualquiera pueda tener encima es imposible sustraerse al colosal espectáculo. La yeguada es de miles. Han recorrido grandes distancias y lejos de huir de la presencia humana, los baguales se acercan a los que miran, para luego continuar desfilando. Sus cuerpos elásticos, nunca sometidos, infunden el libre albedrío. Sus presencias y su andar de por si convocan a la liberación.

***

Promedia febrero. El pequeño grupo de hombres cruza como una ráfaga. Viene de Colonia. Es gente conocida y respetada. Los que los ven nada dicen, pero sospechan, adivinan. Por algo van hacia el norte. Uno de ellos es venerado en la campaña. Era Blandengue. ¿Lo seguirá siendo? Simplemente verlo alborota los ánimos, infunde seguridades. Y así, por lo menos entre los que asisten a aquella pequeña cruzada, llueven las especulaciones, algo trascendente está ocurriendo. Algo incontenible. ¿Será un símbolo de lo que vendrá, una clarinada de la historia?

A esta altura todos en Capilla de Mercedes complotan. Unos reclutan a otros, y a su vez estos intentan reclutar a los que reclutan. La región es un enrollo de intrigas. El vecino de Mercedes y Sargento de Milicias de Colonia, Don Martín Brocal, es un hombre de prestigio, tiene gran partido en toda la jurisdicción y es un apasionado de Buenos Aires. Por eso, confiado, Correa en persona le cuenta en lo que anda. Y agrega:

-Entusiasme cuanta gente pueda…

Y a partir de ese momento aquel hombre actúa como un verdadero apóstol, para toda laya de gente. Pero la noche del veintiuno de febrero nunca se borrará de su memoria, porque ese día, aquel período turbulento, despedaza a su familia. El error fue confiar en su hermano, Alférez de su misma compañía. Deseoso de traerlo a su partido, mientras matean, le cuenta sus planes, pero resulta ser adicto a los españoles. El Alférez se muestra indeciso y ni bien se despiden, corre a precaver a su concuñado, un portugués, para que oculte los bienes que tenga, porque están por atacar al pueblo. Y el portugués corre a informarle a otro portugués, llamado Don Pedro, quien inmediatamente le da parte al Alcalde. Todo ocurre con extrema rapidez, en ese momento no son más de las diez de la noche. Y, como no puede ser de otra manera, se alarman los españoles, que colocan en las bocacalles cinco plazas de artillería y lanzan sus patrullas por las calles de Mercedes.

Por la infidencia, no será posible tomarlos por sorpresa.

***

Por falta de dinero e influencias, desde muy joven, Venancio Benavides, al igual que muchos otros, debió enfrentar una vida libre y errática que lo empujó al delito y a las cárceles españolas, de donde salió indultado junto con otros sesenta y ocho detenidos, para integrarse a un batallón de voluntarios creado para combatir a las escuadras británicas que invadían la región. De aquello hacía apenas cinco años.

Los avatares lo convirtieron en un hombre decidido, diestro en las faenas camperas y con don de mando, que ahora opera como Cabo de Milicias en la Guarnición de Soriano, su lugar de nacimiento. Pedro Viera lo cruza cuando recorre los pagos, citando a los jefes de División. Y es así que, teniendo como único testigo a la ardiente naturaleza, los dos hombres se avienen mutuamente a una fisgona averiguación.

-¿Adonde va? -tantea Viera, luego de los saludos de circunstancia, mientras cauteloso acerca su mano al cinto.

-¡A la Capilla! -responde, Benavides, sin rodeos.

Cruzan sus miradas. Una sonrisa pinta la cara del portugués, que se anima…

-Entonces somos amigos. No vaya. Voy a atacar al pueblo. Si quiere lo llevo de segundo.

Y es así que Benavides, una vez más, inicia una nueva peripecia en su ya ajetreada existencia.

No hay comentarios:

Related Posts Plugin for WordPress, Blogger...
Google+