domingo

CONFIESO QUE HE MORIDO (10) - HUGO GIOVANETTI VIOLA



UNO: FINAL EN EL OBELISCO (7)
(crímenes y milagros en el 83)

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Isabelino Pena agarró el vaso con las dos manos y empezó a recorrer el pasadizo donde se proyectaban los interiores fantasmales. Hay muy poco gurí mosqueando y demasiado desodorante ambiental.

-Hola, mijita -le preguntó el detective a una gorda que jugaba a darle de mamar a un oso de peluche. -¿Sabés dónde ocupó el mayor Campbell? Le traigo información.

-Está en la pieza de la Moria -le titilan las caries. -Todavía no sacaron el póster, pobrecita. ¿No querés que te la escurra?

El viejo dobló a la derecha sin contestar y cuando le reventaron los estornudos se sentó en el porlan a proteger la integridad de la copa. Al rato escucho una tos lobuna y veo salir a Ricky jorobado por una especie de revelación de consultorio.

-Coño -siguió tosiendo hasta el retorcimiento el policía. -¿Pero no le da vergüenza, don Pepe?

-No es curda: es superadultez inspirada. Onetti diquisit.

-Dele que lo llevo. Upa,

-Guarda que se me chorrea el oro.

-¡En dónde está parando?

-En Casamar. Qué bronquitis más fea, botija.

-Sí. Tiene bruta pinta de pulmonía. Pero acabo de resolver el caso.

-Entonces pagame otra.

Ricky compra un Red Label y lo vamos tomando por el pico entre la vaporosidad ya estrellada de la autopista.

-Pará un poco frente a la Torre del Vigía, por favor -manoteó de golpe la pipa Isabelino Pena.

Y después de hacer todos los desvíos sin chistar y estacionarnos frente al caserón rosado echo la falta:

-Chantaje. Un pez gordo cocinado vuelta y vuelta por la Moria y filmado por el Chueco.

-No está mal. Medio evidente, claro.

-Pudo ser un ajuste de contabilidad de los quileros.

-Déjese de joder, detective: los quileros no se meten con papá. Y la merca que vendían el Chueco y la Moria era nuestra.

-Bueno, los detectives no podemos hacer cantar a las putas como ustedes.

-No hubo necesidad -despegó y descerrajó lacerantemente una flema Campbell. -Cada cual se las cobra como puede. Esta pendeja terminó alquilando en lo de Mimí porque changaba en un pub finoli del puerto y hace poco le rompieron un tímpano a piñazos. Así que me cojió mejor que nadie en la vida y después cantó sola, Es cuestión de saber dónde buscar.

-Te felicito.

-Tenquiu -se atora Ricky hasta que las pecas le quedan lilas y estoy a punto de golpearle la espalda. -Le regalo la botella.

-Tenquiu. Y cuándo pensás enlatar el pescau.

-Para eso sobra tiempo -arrancó haciendo relinchar las gomas el policía. -Cuídese bien de soretaje, don Pepe. Mi hija se llamaba Sol.


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Isabelino Pena aplaudió febrilmente la última escena construida por Paris Cruz y prendió un Peter Stuyvesant:

-Te mandaste un espectáculo digno de los Regusci, loco.

-¿Pero vas a batir o no vas a batir lo que pasó con la estrellera? -termina de poner a secar mi ropa Luz frente a la estufa. -¿Ahora que te volviste gomero de la yuta te laburás un tríngulis?

-Que te recontra por las dudas -empinó la botella ya mediada el detective. -Lo que pasó con la estrellera es que se la tragó el infierno. Ya te lo dije. Desapareció.

-¿Cómo que desapareció? ¿No la tiene el hijo del lutier? -mira el Juglar a Tribilín.

Paris se endureció.

-No -se me cae la ceniza en el quimono que me prestó el pintoresco. -Willi me confesó que la guitarra se borró del mapa junto con el padre. Y lo que hubo hasta ahora fue cortinaje de humo.

-Esto termina mal -escupió en el fuego Luz Adrogué. -Mirá que yo degüello otra vez al que sea. Pero a la Virgen Ciega no me la tocan.

-Y vos cómo sabés tanto -iergue sus dos metros de alambre histérico Tribilín.

-Porque soy detective de almas y fui contratado para localizar el tesoro-tríngulis de este arrabal del mundo.

-Es verdad -se agarró el pelo y empezó a lagrimear el Juglar. -La noche que Sol se tiró de esa terraza yo sentí que si no me reenganchaba con la estirpe de los perseguidores iba a perder a Dios para siempre. Pero vamos a recuperar esa guitarra, hermano. Yo también me comprometo a recuperarla.

Entonces una calavera de culebra me muerde el páncreas y la espanto embuchando un manguerazo de whisky sin respirar y cuando entro en la superlucidez jadeo:

-¿Me permiten el teléfono?

-Está al lado suyo.

-¿Alguien se acuerda del número de Willi Carrión?

Paris Cruz lo dictó sin poder sonreír y al rato el viejo dijo:

-¿Willi? Perdoná la hora: habla Isabelino Pena. Estoy en Maldonado y te llamo para comunicarte que apareció la viola. Sí. Y quedate tranquilo que ni tu viejo ni tu vieja se la vendieron a este señor Perales. No: la vendiste vos, tigre. La noche misma del velorio debés haber llamado al actor posmoderno de doble fondo que se asesoraba con Leonardo Regusci y cocinaron el paquete y se lo ofrecieron al Juglar y el farandulero agarró enseguida porque precisa fe y piensa que eso también se curra y hasta se puede indemnizar. No. Se los estoy diciendo ahora aquí, en Casamar. Chau, botija. Y si querés convencenrte de que los milagros humanos son reales andá el 27 al acto del Obelisco.

Ahora siento que sería peor otra estocada de whisky que la calaverita que me tritura las tripas y miro el ventanal.

-Dale, Picasín -sacó la 32 de la gabardina humeante Luz Adrogué y le pinchó la espalda al Juglar. -Decile al trolebús que me dé la estrellera y nos lleve a Montevideo o terminás apostando a ver quién traga más fuego con Judas el Cariote.


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Isabelino Pena enfundó los lentes de leer y pidió:

-Tratá de afeitarme un poco mejor que la enfermera, plis.

Y cuando Ma-Sa me saca el babero y me encaja el espejo siento que tengo hasta el pelo amarillo y sonrío:

-Un Buda con jopo y suero. Te aviso que estoy llorando de felicidad.

-Papá: tenés un quiste en el páncreas que ni siquiera sabemos si es maligno. ¿Vamos a terminarla?

-Recién le escribí a tu hermano que lo único que puede salvarlo a él es meterse en la iglesia. ¿Localizaste a Jorge?

-Viene de tardecita.

-¿Y se va a perder el acto?

La muchacha diminuta y escultural se acercó la ventana que daba a Boulevard Artigas y demoró en murmurar:

-A mí siempre me encantaron los dichos de la Fonte. Hasta cuando los odio me encantan. Y no te olvides que tenés que terminar la novela.

En ese momento entra Peluca con el caldo y da un paso de baile:

-¿Sabés quién está internada en este mismo piso? Tu vecina. La sobrina te manda muchos saludos y dice que esta noche piensa pasar a verte.

-Así que doña Pura pudo cumplir los Cien Años De Suavidad. ¿Sabés que sos una preciosa mujer, Peluca?

-Bueno -payaseó bizqueando a lo Sally Field Ma-Sa. -La mano viene de cargue, así que yo me borro.

-Sí. Volví a ponerme linda y pienso volver a cantar y todo -confiesa Denise Pasquet apenas quedamos solos. -Porque vos encontraste la estrellera y tu nena me dio vuelta el mate.

-Qué pasó.

-Se dio cuenta que lo que yo no me animaba a mirar en el espejo era un macho podrido. Y me dijo que si le aguantaba los ojos a ese mandinga iba a creer de verdad.

-Tomá mate.

-Che: ¿vos sabías que los tombos que ratoneaban se zamparon miles de caldos con pollos que les encajábamos las amas de casa antes de servírselos? Porque si se los disolvías bien no había forma de darte la captura. Al final de resignaron.

-Te aseguro que hoy también van a tener que resignarse a morir en la cucha.

Isabelino Pena fue sacado en silla de ruedas del Hospital Italiano a las tres menos cuarto: llevaba puesta la gabardina sobre el piyama y le entregó la guitarra nacarada a sus dueños en la esquina de Bahía Blanca y Boulevard Artigas.

-La delegacior del corvertillo y este medio millór de oriertales agrardados te agradecemos la charga -señala Luz Adrogué la insondable campana-carpa de la tarde frutal sostenida por el Obelisco.

-Ta -se acomodó el gacho el detective.


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Isabelino Pena se sintió flojo y no alcanzó a escuchar la proclama del acto. Pero antes de volver a encamarme escarbo en la billetera y pido para hacer una llamada a solas.

-Cómo andás, Ricky -le pegó un sacudón el brazo izquierdo al detective y se le cayeron todos los libros de la mesa de luz.

-Ando como puedo, don Pepe. Después de la pulmonía confirmé que soy seropositivo.

-¿Lo qué?

-Que estoy infectado del virus que mató a la Lulú.

Entonces recojo el libro de Santa Teresa de Lisieux y me derrumbo en la almohada.

-Coño. Yo te llamaba para avisarte que encontré la guitarra carolina.

-Lo felicito.

-Tenquiu. Estaba en Casamar. Todo legal, pero se la expropiamos al soretaje. ¿ya enlataste el pescau?

-Es que no tengo ni ganas de torturar a nadie.

-Arrepentite, mijo.

El viejo apoyó el libro verde en la mesa de luz y agregó.

-Recién hoy entendí el tablero. ¿podés creer? Porque me hicieron acordar de los gargajos que les contrabandeaban a ustedes en las ratoneras y de golpe le vi las patas a lo que me contó la moria del whisky.

-Así que usted sabía lo de los gargajos en el whisky. Era una travesura.

-Llamalo como quieras. Pero me la vendiste posta: te juro que nunca pensé que se repartieran la zona con Kama Sutra incluido. Y además se supone que el Chueco había aprendido a no pisarle víbora al patrón.

-Ahí va: ellos se pararon demasiado en los pedales, don Pepe. El Chueco se las iba de Spielberg y chantajeaba a un pueblo y todavía me quiso ordeñar a . Y después me cae ella. Eso sí fue una lástima, porque yo en el fondo la quería a la Moria.

-Sería un papito tierno.

-Tranqui, don Pepe. Tranqui. Mirá que todavía hay dictadura pa un rato.

-Ahorrate las amenazas porque estoy cantando las cuarenta del cisne en el hospital, botija. Aunque hay algo que todavía no entiendo: ¿por qué dejaste tirada a la Moria en el cantegril?

-Le juro que ni yo mismo sé.

-Porque al Chueco lo serviste en las rocas para ver si ensartabas al Juglar.

-Pero usted nos cagó el pastel. Se supone que teníamos que encontrarlo nosotros. Y pensar que cuando empezó a jugar a los detectives sentí vergüenza ajena.

-Y lo que tampoco sabés es que yo tuve la mala suerte de conocer a la bestia parda de Perales justo la noche que me largué a lo de Mimí. Y quedé convencidísimo de que Perales era el pescau.

-Ah: con razón no me siguió jodiendo. La finoli fue la que me explicó que la peste podía atacar con una pulmonía.

-Arrepentite, Ricky. Te puedo asegurar que estoy mucho más fané que vos.

Cuelgo y aparece una especie de OVNI carnavalero y Sabino y el Papalote me invitan a subirme pero una calavera-cabezudo me muerde el corazón. El detective eructó tan fuerte que el padre Jorge, Ma-Sa y peluca de Oro se metieron en la pieza y lo encontraron corcoveando sentado.

-¿Está en coma? -moquea Peluca.

Ma-Sa le hizo señas a Peluca de que se callara y Jorge se sentó a apuntalarlo de espaldas. En el segundo OVNI vienen Juan de la Cruz y Aliocha Karamazov pero la calavera sigue despedazándome.

-Dame la mano, Abel -le agarró la camisa el viejo al cura.

Entonces le pido a Teresita que cubra todo el asco y el odio con una rosa y ella siempre me oye.

-Fuerza -dijo la muchacha.

Después la Dama de Nácar me invita a foxtrear en una rambla llena de PAX-LUX y volamos. Isabelino Pena sonrió.

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