domingo

LOS CANTOS DE MALDOROR (149) - CONDE DE LAUTRÉAMONT (ISIDORE DUCASSE)


CANTO SEXTO

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¡Advertí que sólo tenía un ojo en medio de la frente! ¡Oh espejos de plata incrustados en los paneles de los vestíbulos, cuántos servicios me habéis prestado gracias a vuestro poder reflector! Desde el día en que un gato de angora me estuvo royendo durante una hora la protuberancia parietal, igual que un trépano que perfora el cráneo, precipitándose bruscamente sobre mi espalda, porque yo había hecho hervir sus críos en una cuba llena de alcohol, no he dejado de lanzar contra mí mismo la flecha de los tormentos. Hoy, bajo la impresión de las heridas que mi cuerpo ha recibido en diversas circunstancias, sea por la fatalidad de mi nacimiento, sea por mi propia culpa; abrumado por las consecuencias de mi derrumbe moral (algunas ya las he padecido, ¿quién puede prever las otras?; espectador impasible de las monstruosidades adquiridas o naturales, que decoran la aponeurosis y el intelecto del que habla, lanzo una larga mirada de satisfacción a la dualidad de que estoy formado… y me encuentro bello. Bello como el vicio congénito de conformación de los órganos sexuales del hombre, consistente en la cortedad relativa del canal de la uretra, y la división o ausencia de su papel inferior, de modo que ese canal se abre a una distancia variable del glande en la parte baja del pene; o también como la carúncula carnosa, de forma cónica, surcada por arrugas transversales bastante profundas, que se levanta en la base del pico superior del pavo; o mejor todavía, como la verdad siguiente: “El sistema de las gamas, de los modos y de su encadenamiento armónico no descansa sobre leyes naturales invariables, sino, por el contrario, es la consecuencia de principios estéticos que han variado con el desarrollo progresivo de la humanidad, y que variarán todavía”; y sobre todo, como una corbeta acorazada con torrecillas. Sí, sostengo la exactitud de mi aserción. Me jacto de no padecer ilusiones presuntuosas, y tampoco obtendría ningún provecho de la mentira; de modo que no debéis titubear lo más mínimo en creer lo que he dicho. Pues, ¿por qué habría de inspirarme horror a mí mismo, frente a los testimonios elogiosos que parten de mi conciencia? No le envidio nada al Creador, pero que me permita bajar por el río de mi destino, a través de una serie progresiva de crímenes gloriosos. Si no, elevando a la altura de su frente una mirada que refleja la irritación ante cualquier obstáculo, le haré comprender que no es el único dueño del universo; que muchos fenómenos que dependen directamente de un conocimiento más profundo de la naturaleza de las cosas, atestiguan en favor de la opinión contraria, y oponen un formal desmentido a la viabilidad de la unidad del poder. Es que somos dos para contemplarnos las pestañas de los párpados, como ves… y sabes que en más de una ocasión ha resonado en mi boca sin labios el clarín de la victoria. Adiós, guerrero ilustre; tu valentía en la desgracia inspira la estima de tu enemigo más encarnizado; pero Maldoror te volverá a encontrar muy pronto para disputarte la presa denominada Mervyn. De este modo se cumplirá la profecía del gallo, cuando vislumbró el porvenir en el fondo del candelabro. ¡Quiera el cielo que el cangrejo paguro alcance a tiempo la caravana de peregrinos y les cuente, en pocas palabras, la narración del trapero de Clignancourt!

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