domingo

CONFIESO QUE HE MORIDO (5) - HUGO GIOVANETTI VIOLA



primera edición WEB

UNO: FINAL EN EL OBELISCO (5)
(crímenes y milagros en el 83)

17

Isabelino Pena estaba a punto de besar el angelito cuando una gran mujer con olor a tintura apareció pateando el pedregullo y le encajó un revólver en la oreja:

-Pero qué te picó, viejo degenerado.

-Calma, Moria -eructo un reflujo aqueróntico. -Traigo mensaje de Lulú.

-Mariana: sacate esa porquería y bañate y acostate antes que me arrepienta de comprarte la Barbie -torció los lentes ahumados la mujer. -Qué pasó con Lulú.

-Mejor lo hablamos tranquilos. Y sácame el consolador que de la oreja izquierda todavía sigo virgen.

Entonces nos reímos y me hace pasar a un living-comedor más groncho que el Vicealmirante de la Armada.

-Así que la Lulú la quedó -se sirvió otro Red Label Moria. -Acá hay gente que se agarró esa peste, también: parece que es un virus mundial. Y tener que reventar en el cante. Una reina. Y mirá que ella siempre fue mujer. A lo de Mimí caen señores con chabomba y tenés que sentarlos y aguantar que te digan papito y arriba te basureen. ¿Sabés de qué me recibí este invierno? De escupidera. Porque a un patrón se le ocurrió gargajear adentro de mi whisky antes de consolarse.

Y trata de reírse pero de golpe se aplasta dos chorretes y chilla:

-Qué asco, me cago en Dios. ¿No querés cenar algo, por lo menos?

-Gracias. Estoy a dieta total -se paró Isabelino Pena. -¿A tu viejo siempre se lo localiza en Casamar?

-Mirá, loco: mientras no se le acerque a Mariana puede jeder tranquilo en cualquier matadero que me importa un sorete -me acompaña Moria hasta la puerta con los altos pezones agatillados.

Entonces el detective señaló los charcos de plata del pedregullo y sonrió:

-Bienaventurados los que todavía se agarran de la hamaca.

Pero ella chista:

-Claro. Y vos pórtate bien que te compro una Barbie pa secarte la baba.


18

Isabelino Pena tomó un ómnibus frente a la catedral y se bajó en el puerto de Punta del Este. Después camino por la rambla hasta Casamar y mientras cruzo el puentecito de entrada escucho berrear andróginamente:

-Teobaldo Juan mamá cuando yo sea de luz vamonós a pasar otra vez cantando todojuntos.

El detective se asomó al foso-jardín y contempló con fervor al hombre que aporreaba una guitarra sentado bajo el encrespamiento de las glicinas. Parece Tribilín, pero la fluorecencia que le empapa la cara es digna de Fellini.

-Perdoná la interrupción: ando buscando al juglar. No sé si es mala hora.

-Ya tendría que estar aquí -guardó la guitarra y se secó con la camiseta el gigante. -Fue a llevar a un amigo al aeropuerto.

-¿Quién te contó la historia de Natacha Regusci Tomillo?

Entonces Tribilín se incorpora como un flamenco y se acerca esquivando los racimos blancos y violetas para confesar:

-Me asesora Leonardo Regusci, el sobrino nieto. Estoy preparando un unipersonal sobre la vida de ella. Puede sonar loquísimo, pero la idea es ponerlo aquí mismo este verano. ¿Usted la conoce?

-Personalmente no.

-El portoncito está abierto. ¿Por qué no espera aquí abajo?

El gigante no tuvo necesidad de ayudar al viejo a descolgarse por la escalera de barco y al final dijo:

-Paris Cruz, mucho gusto. Mis viejos se exiliaron en el 73 y pasé cerca de diez años preparándome para volver al Uruguay a proponer un teatro digno del Hombre Nuevo latinoamericano.

La franqueza viscosa de su zarpa no me cae mal, pero apenas nos acomodamos en una hamaca de jardín retruco:

-Lo que importa es el Hombre de la Gran Madreperla.

Isabelino Pena sondeó el lomo de la noche que filtraba una virazón salada entre las enredaderas y agregó:

-Mundo perro.


19

Isabelino Pena desarrolló:

-Una foto en blanco y negro alcanza. Mi hijo armó una novela con las historias novecentistas que nos contaba siempre mi hermano, que fue párroco en Maldonado muchos años. Y yo le había perdido el rastro a la estrellera y me da por comentarlo en el boliche y me mandan acá.

-Bueno, le pegaron en el culo al golero -se ríe el Juglar, un pelado sesentón con cola de caballo a lo Woodstock. -Yo traté de comprarla hace muy poco pero no tuve suerte. ¿Quién le pasó el dato?

-El Chueco de Maracaná. ¿Y ese mugido?

-Un lobo -recuperó la mueca radiante el pintor. -Darwin también los confundió con vacas. ¿Un whiskycito?

-No. Muchísimas gracias.

-¿Lo llevo a la estación?

Entonces le señalo el estómago a Tribilín y subo los escalones del vestíbulo amiboidal:

-Prefiero caminar un poco y reverenciar la torre donde la sobrehumanidad sigue velando por la Estirpe Heroica. Buena tu escena, Paris.

-Me encanta cómo hablás -se puso colorado el gigante.

Y el Juglar me acompaña hasta la calle y me palmea la espalda entre un cobalto chagalliano:

-Mire que el Chueco aquí no pisa hace meses. Hubo que suspenderlo de por vida. Y una pregunta técnica: ¿cuánto puede valer la estrellera?

El detective cabeceó dulcemente pero no contestó.


20

Isabelino Pena caminó por la rambla en dirección a la casona-chalé donde Natacha Regusci Tomillo todavía daba clases de guitarra. Está todo oscuro, pero de golpe veo a Sabino sentado en el techo de la veranda que da al océano: parece escapado de la foto que le sacó Mateo Ricciardi en 1903, cuando Carolina y los mellizos acababan de morir en Buenos Aires.

-El tesoro sigue enterrado -dijo el hombre-muchacho sin mirar al detective. -Y aquel no es el Faro del Fondo del Mundo.

La Isla de Lobos guiña aplastada por el celeste lechoso y tengo que agarrarme el gacho con las dos manos.

-Una gloria es una gloria y otra gloria es otra gloria -siguió balanceando las polainas Sabino Regusci mientras el viejito observaba el perfil amerengado de Casamar. -Lo que hay que repartir son los gorriones de Mozart.

Entonces señala un cuerpo que se acera despatarrado sobre las rocas y me erizo de verdad.

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