domingo

SOY BUZO EN UN BUZO DE LANA - FEDE RODRIGO


Los buzos son personas que se tiran de los barcos con tanques de oxígeno y patas de rana para explorar bajo el agua. Cómo es posible bucear adentro de un buzo de lana, te preguntarás. Bueno, esto sucedió cuando mamá me dijo:

-¿Estás pronto para irnos? Nos vamos a lo de tu primo Colorín.

-Sí. Estoy listo, ma.

-Está frío. ¿Te pusiste el buzo de lana violeta?

-No. Ya me lo pongo. ¿Me ayudás?

-No puedo, estoy terminando de hacer trufas. Ponételo solito.

Esa era la primera vez que me iba a poner el enorme buzo de lana violeta yo solo. “Qué tan difícil puede ser”, pensé: “ya me lo puse con mamá un montón de veces”. Así que junté valor, cerré los ojos y metí a la cabeza para adentro. Se supone que rápidamente iba a encontrar el agujero para salir, después iban las mangas y listo. Pero el agujero no aparecía así que abrí los ojos. Todo era una confusa oscuridad violeta y los ojos se me llenaron de pelusitas. Encima, achiú, me dio un ataque achiú de estornudos achiú. En la desesperación, tuve la pésima idea de meter las manos adentro del buzo para ayudar a la cabeza. Ahí todo empeoró: empecé a sacudirme varias veces, a saltar y a rodar por el suelo pero nada funcionó. Cuando quise acordar ya estaba todo metido adentro del buzo.

Al principio sentí un poco de miedo: no podía ver nada y había olor a oveja limpia. Tenía que encontrar la salida o nunca más iba a ver a mamá. Y nunca más iba a ver al primo Colorín. ¡Y nunca más iba a comer trufas!

Respiré hondo para tranquilizarme: los buzos nunca entran en pánico y yo ahora estaba buceando en el enorme buzo de lana violeta. Más calmado pude ver una luz a lo lejos. “¡Sí! La salida para la cabeza (o para la manga)”.

Corrí hasta la luz pero cuando llegué no era ni la salida para la cabeza ni para las manos: era un faro. ¡Un faro adentro de mi buzo! Me atendió el farero: una polilla vieja con antenas enormes.

-¿Te estás comiendo el buzo violeta?

-No, amiguito. Yo soy una polilla povífaga: como motas de polvo y ya hace treinta años que no como lana

-Es como si fueras vegetariana.

-Algo así.

-Qué bueno. ¿Sabés dónde está la salida para la cabeza? Quiero ir a comer trufas con mi primo Colorín.

-No, ni idea. Hace muchos años que no me muevo de este faro. Pero un agujero para cabezas debe estar arriba, ¿no?

-Es verdad. ¡Gracias, polilla!

Entonces empecé a escalar por la suavecita y peluda pared del enorme buzo violeta. Creo que estaba subiendo por una costura porque me agarraba de una poderosa columna de hilo. De pronto: fiuf, pasó un ascensor por mi lado subiendo a toda velocidad. Unos turistas me saludaron desde adentro sonriendo y me sacaron fotos. Fuif, pasó otro y otro más. Todos me sacaban fotos pero ninguno me ayudó. Yo los veía subir y perderse en la oscuridad. Al final, llegué hasta la cima con los brazos agotados. No había ni señal de la salida para una cabeza ni de los turistas. Ni siquiera del faro. Solo había un tobogán enorme y un cartel que decía: “manga derecha”. “Esa debe ser otra forma de salir”, pensé y me tiré de cola.

La manga-tobogán era larguísima, daba vueltas y saltos divertidísimos. La diversión se terminó pero no estaba afuera del buzo. La punta de la manga se había enredado y yo estaba nuevamente en el lugar de antes. “El faro debe estar por acá” pensé. Pero no estaba. “¿Será que los faros en los buzos de lana cambian de lugar?” Sé que suena como una locura pero yo empecé a dudar cuando vi una luz moverse a toda velocidad.

Me corrí justito para que el faro no me pasara por arriba. Cuando el encandilamiento se me fue de los ojos pude ver que no era un faro que se movía: era un gusano con un gorro de minero (esos con una linterna en la frente). Me contó que vivía en un caramelo que una vez perdí adentro del buzo pero que ahora se pasea por los túneles que él mismo hace entre la lana cuando lleva de un lado a otro gente perdida.

-¿Se pierde mucha gente adentro del buzo, gusano minero?

-No, nunca se perdió nadie.

-Qué raro que te dediques a llevar gente perdida si nunca se perdió nadie.

-No te entiendo.

-No importa. Estoy buscando la salida para la cabeza: ¿me llevás?

-¿Adónde?

-A la salida de la cabeza.

-Sí. ¡Vamos!

Me subí a su lomo resbaloso y me agarré fuerte de su cuello. Anduvimos por túneles escondidos entre los suaves rincones del buzo. Pasamos por una granja de ovejas rojas y azules que dan la lana para remendar agujeritos en el buzo (usan rojas y azules porque todo el mundo sabe que no existen las ovejas violetas), por una tienda de pelucas violetas para payasos y por el caramelo pegoteado donde vivía el gusano que aprovechó a juntar las medias que había lavado que ya estaban secas.

-¿Usas medias?

-Claro.

-¿Dónde?

-Cuando estoy adentro de casa.

-Sí, pero en qué parte del cuerpo.

-No entiendo.

-No importa.

Al final es gusano resbaloso se detuvo, yo estaba medio mareado de tanto dar vueltas pero aun así me di cuenta que eso no podía ser el agujero para la cabeza. Había un cartel enorme que decía “entrada” y solo se veía la luz de una fogata.

-¿Estás seguro de que esta es la salida de la cabeza?

-Uh. Yo entendí “la ida donde empieza”.

-Gusanooooo.

-Acá podés salir del buzo igual si querés: pero te lo sacás.

-¡No! Yo necesito tener el buzo de lana violeta puesto para ir a comer trufas a lo de mi primo Colorín.

-¡Lo lamento, amigo!

Dijo el gusano y se fue. Quedé solo en la base del buzo. Pasó una bola de lana como si fuera una película de cowboys. Entre la oscuridad vi de nuevo la fogata que estaba a lo lejos.

Fui hasta ahí corriendo, la llama estaba sobre un canasto gigante y debajo de una enooorme pelusa violeta. Un hombre con lentes gruesos y bigotes violetas me dijo:

-¿Sabés lo que pasa cuando una pelusa entra en aire caliente?

-Ni idea.

-¡Vuela!

-Estás en un globo aerostático. ¡Qué brillante!

-Vení, subite. Voy a subir hasta la salida de la cabeza y señaló un punto de luz en el techo.

-¡Sí! Yo necesito ir al agujero de la cabeza.

Me subí de un salto al canasto gigante. El viejo cinchó una manija, el fuego se avivó y todo el globo aerostático empezó a flotar. En medio del viaje se armó una tormenta de nubes violetas que generaba la estática. “Esto pasa siempre que te sacás el buzo” me dijo el hombre. “Cuando lo hacés con la luz apagada podés ver algunas chispas volar”. La atravesamos entre sacudones, agarrándonos fuerte del canasto. El hombre se reía a carcajadas y pronto salimos sanos y salvo.

Volamos, volamos y volamos hasta que pasamos por la salida de la cabeza. Y ahí estaba yo: en el piso de mi cuarto con mi buzo de lana violeta puesto por primera vez sin ayuda de nadie. Mamá gritó desde el comedor:

-¿Pudiste abrigarte?

-Sí, ma. Fue re fácil.

1 comentario:

Ana Louge dijo...

Muy bueno, felicitaciones.

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