domingo

LA PEQUEÑA CRÓNICA DE ANA MAGDALENA BACH (59) - ESTHER MEYNEL


El método que tenía Sebastián para enseñar composición era completamente distinto de las rígidas reglas de otros maestros.

La armonía, el contrapunto, el tocar con el bajo cifrado, el arte de la fuga, todo eso lo enseñaba en una forma que daba vida e interés al estudio. Empezaba por la armonía a cuatro voces con un bajo cifrado y hacía que cada alumno escribiese primero cada voz en una hoja, para que no se produjera ninguna parte confusa y que todas las voces tuvieran su interés. Si una de las voces no tenía nada que decir, debía callar. Las voces interiores debían fluir y formar una línea melódica. La misma música se Sebastián era una melodía múltiple, y en ella no se encontraba ni una nota que no tuviese origen justificado. Nunca toleraba la añadidura de un acorde que no tuviera más misión que impresionar.

-¿De dónde vienen esas notas? -preguntaba medio en broma, medio en serio, y las tachaba-. ¿Han caído del cielo en la partitura?

Kirnberger contaba que era regla en Sebastián hacer que sus alumnos empezasen a componer por el contrapunto a cuatro voces, porque es imposible componer contrapunto a dos o tres voces sin conocer muy bien el contrapunto a cuatro, pues como la armonía tiene que ser necesariamente incompleta, quien no sepa manejar la frase musical a cuatro voces, no puede juzgar qué es lo que se debe dejar para escribir composiciones de menos voces. Después de la muerte de Sebastián, el bueno de Kirnberger se vio enredado en una controversia musical con el señor Marpurg y citó, como prueba irrefutable, una frase de su maestro. Entonces, Marpurg se enfadó y, según me contaron, dijo:

-¿Por qué mezcla usted al viejo Bach en una discusión en la que, si viviese, no hubiera tomado parte? ¡No se le podrá hacer creer a nadie que fuesen a exponer sus principios sobre la armonía con arreglo a la opinión de su discípulo, el señor Kirnberger! Estoy convencido de que el grande hombre tenía más de una manera de enseñar y seguramente acomodaba su método a la capacidad del alumno, según su concepción más o menos rápida y su mayor o menor talento natural. Me parece que si existe algún escrito del maestro sobre el estudio de la armonía, no se encontrarán solamente en él los preceptos que el señor Kirnberger nos expone como opiniones  únicas de su maestro.

El señor Marpurg tiene razón en cuanto a la multiplicidad de los métodos de enseñar de Sebastián, pero se equivoca al creer que la veneración de Kirnberger le hiciese decir sentencias de su maestro que este no hubiese pronunciado.

Todos sus alumnos tenían que madurar sus ideas antes de llevarlas al papel, y tampoco les consentía que trabajasen en el clavicordio. Si no poseían la facultad de componer mentalmente, Sebastián les hacía perder todas sus ilusiones, les prevenía contra la continuación de la experiencia y les decía que, por lo visto, estaban destinados a otra vida distinta de la ruda labor del compositor, “profesión que da mucho trabajo y produce muy pocas satisfacciones”. Verdad es que esto lo dijo en un momento de amargura; pero su situación espiritual frente a su trabajo la expresaba mucho mejor en las reglas que daba a sus alumnos:

“El bajo cifrado es la base más firme de la música. La mano izquierda toca las notas escritas, mientras que la derecha añade las consonancias y disonancias, a fin de que el conjunto produzca una armonía agradable, para honra de Dios y legítimo goce del espíritu. Como toda música, el bajo cifrado no debería tener otro objeto que la gloria de Dios y la satisfacción del alma. De otro modo, el resultado no es música, sino una charlatanería insustancial”.

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