domingo

LA CARRETA (48) - ENRIQUE AMORIM


XII (5)

En el boliche se comentaba el arribo de las quitanderas. Piquirre, el panadero, entró emponchado, silencioso.

Piquirre era un paisano chiquirritín, de escasa barba rojiza, charlatán, pero de un mal genio constante. Para hacerlo enojar, no había nada tan eficaz como tirarle abrojo o rosetas en el poncho. Cuando no descubría quién era el atrevido, insultaba a todos en general. Una buena “rosiada”. Pero, al momento, comenzaba a hacer excepciones.

-¡Se pueden ir a la mismísima!... -gritaba fuera de sí; aunque en seguida, arrepentido, comenzaba respetuoso-: Perdone, don Panta, usté no cái en la voltiada… Es p’al insolente… Ni tampoco usté, don Medina… ¡Perdone!...

Los restantes se echaban a reír a un tiempo.

-¡Quedamos solos los dos! -dijo el autor de la broma-. Luciano y yo caímos en la voltiada… ¡La rosiada e’pa nosotros!...

-No, pa’vos, Luciano, no es… -Y haciendo una pausa, agregó: -¡Será p’al insolente que no rispeta estas barbas!...

-De choclo -se apresuró a responder el muchacho-; de choclo, estamo hasta la coroniya!...

Rieron todos a un tiempo. Piquirre tosió y se mandó al garguero una copa de caña.

-¿Tomás coraje pa’esta noche, Piquirre? -preguntó el bromista.

-Necesitando… -respondió altanero-. Yo soy del tiempo viejo.

-Dicen que la Mandamás de la carreta esa que apareció ayer, es medio caborteraza… -dijo Luciano.

-Asigún con quién… ¡Conocerá bien los güeyes con qui ara!... -agregó Piquirre.

-Pa mí que a vos te dará la vela, Piquirre -dijo el bromista.

-¿De qué vela me hablás?...

-¡Pucha eu estás atrasau de noticias!... Andá esta noche a la carreta y verás lo que te pasa…

-Mirá, gurí…, a mí no me vas a enseñar a lidiar con esa clase de chinas… ¡Hace años que sé boliar, muchacho! Cuando vos no levantabas la pata pa miar, yo ya me tenía parau rodeo en más de un campamento…

-¡Oigalé!...

-Sí, así como lo oís… Yo conocí a la Mandamás más peluda, la finada Secundina, que era capaz de darte una cachetada si te pasabas con algunas de las chinas… Era pu’ayá por la frontera, donde no podés yegar vos, muchacho, porque te perdés…

-Sí, pero eso’e la vela no lo sabés…

-No sé, como no sea pa taparte la boca…

-Andá esta noche y verás…

-No sabés -dijo entonces Luciano-, pues pa adir con una de las quitanderas tenés que pedirle un cabito’e vela a la Mandamás.

-Y, ¿pa qué?...

-Vos comprás un cachito’e vela como de media pulgada, una rodajita’e porquería, y te arreglás con la que te guste…

-Y la velita, ¿qué juego hace?

-Parece que tenés que encenderla en la carreta, y mientras está encendida podés quedarte… En cuantito se apagó, tenés que bajarte… ¡Se acabó la junción!

-Pucha que había sido diabla la vieja, pa buscarle esa güelta a los cargosos… ¿Sabés que está bien pensada la cosa? -arguyó Piquirre-. Los abusadores han de poner las barbas en remojo…

-Y si no querés soltar la prienda tan pronto, pagás más y te comprás un cacho’e vela más largo… -aconsejó el bromista.

-Está claro, pedís un pedazo’e vela de una pulgada y tenés pa rato… -agregó, ya dueño del caso, Piquirre. Y, largando una carcajadita, terminó-: Te comprás una vela como pa’un santo y te la tenés a la china hasta mañana…

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