domingo

TODOS CONOCEN A VALE EN ESPAÑA - FEDE RODRIGO


(tercer cuento para peques)


Valentina la Pena -dijo el doctor español.

Vale se paró y acompañada por su mamá entró al consultorio y se sentó.

-Hola doctor.

-Bueno Vale, contame por qué viniste a verme.

-¿Desde el principio?

-Sí. Desde el principio

-Bueno. Todo empieza cuando nací y me pusieron de nombre Valentina.

-Bueno, no tiene por qué ser taaan desde el principio.

-Es que esto es importante, doctor.

-Vale. Contame.

-Vale. Vale. Todos dicen vale en este país.


Valentina parecía un nombre dulce e inocente cuando nació. Cómo se iba a imaginar que siete años después, cuando visitara por primera vez a la abuela Graciela en España le iba a suceder esto.

La primera persona que sabía su nombre era una azafata en el avión. “Vale, voy”. (Debe ser que saben el nombre de todos los pasajeros por si tienen que darles algo de comer, pensó Vale).

Cuando salió a la calle, una señora mayor a la que le ofrecían ayudarla a cruzar también repitió su nombre. “Vale, ayúdame”. (Debe ser amiga de la abuela Grace, pensó Vale, ella siempre habla con todo el mundo de sus nietas).

De pronto un policía que hablaba por su intercomunicador dijo su nombre y ahí sí que le pareció muy extraño. “Vale, ya me fijo” (Yo nunca hablé con ningún policía de España, ¿será que los policías de Uruguay le mandaron la información de mi nombre?).

Vale miró a su mamá sin soltarse de la mano pero a ella no parecía llamarle la atención esta curiosa situación.

Tomaron un tren y después un ómnibus. “Vale”. “Vale”. “Vale”. Todo el mundo repetía a cada rato su nombre como si ella fuera una estrella de YouTube pero nadie la miraba. Todo esto parecía una extraña broma a la que no le encontraba la gracia.

Llegaron entonces a la casa de la abuela Graciela que perfumaba toda la cuadra con olor a galletitas caseras. Jordi era un vecino de la abuela con el que Vale rápidamente se puso a jugar.

-¿Puedo ir con Jordi a la plaza, ma?

-Sí, pero vuelvan temprano.

Mientras Vale caminaba al lado de Jordi dudaba si preguntarle o no por el inexplicable misterio de su nombre. Vale apenas se había animado a decirle su nombre a Jordi por miedo a que él se burlara como todos los demás en España.

Sólo caminaron dos cuadras cuando llegaron a la plaza. Estaba llena de árboles, había una fuente y justo en el medio: un puesto de helados. A Vale se le iluminaron los ojos porque ella ama los helados. Ama todos los helados: de todos los gustos. Pero no tenía nada de esa plata rara que usan en España así que decidió usar a su favor el extraño misterio.

-Te apuesto un helado a que le pregunto a la persona que vos quieras cómo me llamo y le emboca.

-¿En serio?

-Sí. A la que quieras

-OK. A la señora de pantalón blanco.

Hola señora. Estamos haciendo un experimento. Cuando yo termine de hablar me tiene que decir cómo me llamo.

-Vale.

-¡Correcto! Un helado de banana y menta, por favor.

-Ahora al señor de bigote.

-Hola señor. Estamos jugando un juego. Aplaudo y usted me dice cómo me llamo (CLAP)

-Vale

-¡Correcto! Un helado de frutilla y sandía, por favor.

-Ahora a la pareja que está en la fuente

-Hola amigos. Estamos apostando helados. Ahora los voy a mirar fijo y van a adivinar como me llamo ¿ta?

-Vale

-¡Correcto! Un helado de coco y membrillo, por favor.


“Y así fue, Doctor, que gané tantos helados en un solo día que ahora tengo un tremendo dolor de panza”

-Ay Vale, Vale. Te voy a recetar unas pastillas ¿Vale

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