sábado

SOBRE LA PSICOLOGÍA DEL NINGUNEO


Por Miguel Espeche
Los argentinos inventamos el término "ningunear", una variante de la indiferencia que descalifica el ser mismo de la persona, a quien se le niega existencia o significación, dejándolo en el limbo de la nada misma.
"Matar con la indiferencia", decían antes, a sabiendas que el ser humano se nutre psicológicamente del hecho de ser visto y tenido en cuenta por sus prójimos. A ese "matar" de la indiferencia, el argentinísimo ninguneo le suma un velado desprecio que descalifica cualquier rasgo de importancia de quien merezca tamaña afrenta.
Algunos recordarán aquella cruel escena de la película La Historia Oficial, cuando un chico de corta edad debía soportar la "broma" de sus familiares, quienes en el living de la casa hacían como que no lo veían, llamándolo y haciendo caso omiso al desesperado "¡Estoy acá!" del chiquito.
Quizá fue ésa una de las escenas de crueldad psicológica mejor logradas del cine, que radiografía la esencia del sentir de aquel que es ninguneado.
Claro que el ninguneo, muchas veces, pasa por negar el sentir del otro. En tal caso no se ningunea a la persona, sino su sentimiento. Es algo así como un "ninguneo emocional". Una cosa es refutar argumentos o juzgar conductas y otra es directamente negar la existencia de sentimientos genuinos. Así es como en las discusiones muchas veces se alcanzan momentos de gran crueldad cuando aparecen frases como "no podés sentir eso" cuando, de hecho, el interlocutor lo está sintiendo, o cuando a un chico que llora triste se le dice que no debería estar triste, cuando lo está, más allá de las supuestas "razones" para estarlo.
El tránsito es otro lugar de ninguneo habitual, cuando, por ejemplo, algún desaforado pone en riesgo a otros al no prestar atención a su existencia y violar las leyes de circulación. Lo que enoja es la falta de registro del otro, esa suerte de impunidad de quien se abalanza con indiferencia sobre la calle, ganando espacios de atropellada, sin miramientos. Tanto es así que, cuando el transgresor hace algún tipo de gesto de disculpas, la actitud de los otros suele cambiar mucho al verse reconocidos, bajando mucho el nivel de enojo en tal circunstancia.
La política es otro espacio para este estilo de descalificación, en el cual el deporte es negarle existencia y mérito al adversario, como si eso sumara méritos al ninguneador político del caso.
A su vez, es muy común en la historia de los países que, cuando un grupo poblacional es "ninguneado", la violencia llame a la puerta. Lo que existe pide siempre su lugar, y es por eso que sirve la llamada "inclusión" ya que, si alguien queda fuera del juego social, su retorno será inexorable y no siempre de la mejor manera.
Sirve tener anticuerpos contra el ninguneo. De hecho, hay todo un universo de ninguneadores seriales que compiten para ver quién lo hace más y mejor, con la idea de que, a mayor ninguneo a los otros, mayor valía propia. Es, digamos, gente insegura y algo mala que existe y es bueno percatarse de su proceder para no caer en sus redes. De allí que sea positivo no depositar la noción de "ser alguien" en otros que no valgan como para detentar tamaño poder sobre la propia autoestima.
"Somos" en función de nuestras propias acciones y actitudes, y ante la mirada de quienes nos quieren y respetan, y no en función de quienes determinan desamoradamente si alguna persona es o no viable como tal, de acuerdo con pautas generalmente desatinadas. Cuando nos percatamos de eso, no habrá ninguneador que pueda herir nuestro "ser", porque éste no depende del reconocimiento de quien no nos incluye en el paisaje, cuando en ese paisaje estamos, y a mucha honra.

(La Nación / 29-11-2014)

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