domingo

OTROS ESCRITOS (35 - HORACIO QUIROGA


La bolsa de valores literarios (*) (1)
                                                                                
Desde hace mucho tiempo atrás hemos pensado en la utilidad que a las bellas letras reportaría la Bolsa de Valores Literarios. Personas bien informadas nos aseguran que su instauración es un hecho en este año que comienza. No podemos sino congratularnos de un tal acontecimiento, que iniciará una nueva era en nuestro mundo de arte.

Las crecientes necesidades, en efecto, de diarios, revistas, y casas editoras; las aun más crecientes necesidades de nuestros escritores; las viejas e ineludibles leyes de la oferta y la demanda, propician urgentemente esta institución, cuyos favores saltan a los ojos de los más ciegos.

Bien sabido es cuán duras y escabrosas, cuán lentas, difíciles y reticentes se tornan las relaciones entre los directores de revistas y los hombres de letras, apenas se toca el tema de retribución, como se estila en algunos órganos, o simplemente pago, como se estila en otros.

Ambas palabras expresan lo mismo, por decoroso y halagador que sea para los artistas el matiz que las distingue. Hay escritores de genio vivo, fantasía exagerada y orgullo manifiesto desde el instante de pisar la dirección. A estos se les retribuye su trabajo. Hay otros más tranquilos, de mirar y hablar saludables, que tienden sus poemas como quien ofrece una mercancía. A estos se les paga. Y como a aquellos, bien o mal, según desde el punto de vista que se mire.

Los directores, simples mortales a su vez, poseen ideas fantásticas o bonachonas sobre sus clientes. De aquí que las relaciones entre unos y otros, fatalmente económicas, se desenvuelvan en un ambiente malsano para las actividades del arte.

La Bolsa de Valores Literarios, que preocupa nuestra atención, suprimiría este y otros inconvenientes del actual mercado.

Mercado… Pasemos la palabra. Hay en efecto en estas artísticas transacciones un aspecto pobre y vulgar de permuta, un neto y concienzudo  intercambio de valores, que afirma la expresión apuntada.

Rosas por dinero… Poemas por deleznables billetes de banco… ¡Ay! El trueque no es menos forzoso ni menos urgente por lo común. Ciertos escritores, es verdad -muy pocos-, gozan ante la vida diaria de tales privilegios que ignoran estas pueriles necesidades. La torre de marfil no es un mito, aunque el material de la torre varíe…

Pero para el resto de los hombres de letras, los comprendidos en el nombre genérico de colaborador, la palabra mercado no ofrece otra sorpresa que la ya desvanecida del primer ensueño de marfil.

Comprendido, pues, nuestro pensamiento, proponemos a los escritores del país la creación de un mercado oficial de la literatura, de acuerdo a las siguientes bases.


1º Créase la Bolsa de Valores Literarios, con el objeto de facilitar la colocación de los productos artísticos en venta.


2º La Bolsa es el único mercado literario. Ella exclusivamente cotiza los artículos poéticos y prosaicos del ingenio nacional, y a ella deben acudir los editores y directores para adquirir los derechos de publicación e inserción.


3º La Bolsa cotiza los Valores una vez por semana.

Saltan a la vista las incalculables ventajas de este sistema. No habrá ya colaboradores altivos ni directores bonachones. Las redacciones quedarán desiertas, y los hombres de letras no se verán forzados a sonreír sino cuando mediten temas humorísticos.

Cada autor apreciará, el día de la cotización, el valor exacto de su trabajo, esto le proporcionará goces inefables.

Podrá contemplar, desde su butaca de la Bolsa, el ceño fruncido de los directores de revistas disputándose sus poemas a golpes de billetes de banco, con el infierno dentro del alma.

Gozará del divino deleite de ver depreciados y por el suelo los valores del poeta rival.

Llegará por primera vez en su vida con el pecho alto a la casa de su novia, donde una voz emocionada leerá las cotizaciones literarias del periódico.

“Valores X -Primera rueda, hasta las 16,45: $ 50 pesos el poema. Segunda rueda: $ 175.”

Delicias como esta, pocas conocemos.


(*) Publicado en El Hogar, nº 742, 4 de enero de 1924.

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