por Leonardo Haberkorn
Escribí un perfil del tenista Pablo Cuevas para mi trabajo en Associated Press. Para hacerlo entrevisté a su hermano Martín, a Marcelo Filippini, a Ruben Marturet -presidente de la Asociación Uruguaya de Tenis- y al tenista colombiano Santiago Giraldo. La nota puede leerse aquí. Por supuesto, también entrevisté al propio Pablo Cuevas. Atendió a mis preguntas durante casi una hora, luego de un entrenamiento en el Carrasco Lawn Tennis. Por la extensión acotada de una nota de agencia de noticias, en la que además se incluían los puntos de vista de otras cuatro personas, la mayor parte de las declaraciones de Pablo no pudieron ser incluidas. Por eso aprovecho aquí para publicar el diálogo completo.
El pelo revuelto, la barba de un par de días sin afeitar, el saludo amable para todos los que lo reconocen, ninguna pose de estrella. Pablo Cuevas es el tenista uruguayo que ha alcanzado la más alta posición en el ranking mundial en la historia, pero parece un muchacho más. Llegó al tenis por descarte. Nacido en una familia de clase media, sin demasiados recursos, se destacaba en varios deportes, pero intuyó que el tenis podría darle una vida lejos de los libros y las oficinas. Hoy es el número 23 del mundo (1), pero el camino no le ha resultado fácil. En 2008 se hizo conocer al ganar dobles en Roland Garros, junto al peruano Luis Horna. Pronto llegó a estar entre los 50 mejores, pero en 2011 una lesión en la rodilla lo sacó de las canchas por dos largos años. Dudó si volvería, pero se convenció de que sí y regresó mejorado. Formó pareja, tuvo una hija, subió en el ranking. Dice que quiere llegar más alto y dejar de sufrir tanto. Pelea contra los rivales con -y contra- su propia y dura cabeza.
¿Cómo fue su infancia binacional entre Concordia y Salto?
Mi papá es argentino, mi mamá uruguaya. Mi padre en aquel momento trabajaba en Aerolíneas Argentinas, hoy es comerciante. Mi madre recién se había recibido de contadora, o estaba a punto de recibirse. Estudiaba en Concordia. Un 31 de diciembre estaban festejando fin de año en casa de mis abuelos en Salto y comenzaron los dolores de parto. Y como mi madre tenía la sociedad médica en Concordia, cruzaron al otro lado y ahí nací yo.
¿Y al tenis de qué lado del río jugaba?
Tenía las dos nacionalidades, pero siempre jugué en los campeonatos nacionales de Uruguay. Había un grupo de niños en Salto que jugaban al tenis y yo lo sentía como mi grupo. Uno de ellos es Facundo Savio, que ahora es mi entrenador. También estaba Felipe Maccio, un gran amigo que fue mi entrenador desde los 10 u 11 años hasta los 17. Él nos acompañaba a los torneos nacionales. Del lado argentino todo mucho más difícil, las distancias eran mayores, tenía que viajar solo, no tenía ese apoyo. A los 12 años integré un equipo de Uruguay en un torneo Sudamericano y ya nunca se me pasó otra cosa por la cabeza.
Me han dicho que cruzaba el río Uruguay en kayak para entrenar, incluso en días de lluvia.
Es algo que no he contado mucho. Cuando tenía 10, 11, 12, yo salía del colegio en Concordia, en Argentina, pero mi grupo de tenis estaba en la otra orilla, en Salto, Uruguay. Iba y volvía en el kayak para entrenar con ellos.
¿Cuatro kilómetros de agua?
Sí. No todo era el ancho del rio, porque para llegar al club Remeros tenía que cruzar y luego navegar en el sentido de la orilla. Iba y volvía en el kayak. Dependiendo de la altura del río y de la corriente, lo menos que ponía para llegar a Salto era media hora o 35 minutos. A veces, cuando el río estaba crecido, demoraba más. La vuelta era más rápida, porque la corriente siempre corre a favor de la vuelta. Entrenaba de dos de la tarde hasta las 4.30 y después me quedaba merendando en la casa del entrenador. A veces volvía al caer la tarde. Algún fin de semana también crucé el río de noche.
¿Es legal?
No sé (se ríe) En una ciudad de frontera es un poco más normal de como se lo puede ver acá. Yo tenía 11 años. Mis padres por supuesto lo sabían y nunca me lo prohibieron. Los padres de los otros chicos del entrenamiento les preguntaban si no les daba miedo y ellos decían que no. Siempre me apoyaron.
¿No es peligroso?
Lo único que te puede pasar es que te des vuelta en el kayak. Me ocurrió una sola vez, con amigos, durante una competencia. Yo era chico, pero no pasó nada. Pienso que mis padres tenían la tranquilidad de que yo era bueno con el kayak y también nadando.
Eso es otra cosa curiosa de su infancia. Era bueno en varios deportes al mismo tiempo.
Me gustaban y los practicaba. El fútbol nunca fue mi fuerte, pero en canotaje y natación me destacaba y estaba siempre entre los mejorcitos de la categoría.
¿Qué tan bueno era? ¿Tiene copas de en esos deportes?
Sí, tengo muchas medallas, de natación sobre todo. Y alguna de karate y básquetbol también. Yo terminaba el colegio y ya quería estar en el club. A la una de la tarde era el primero en llegar y el último en irme en la noche. Hasta el día de hoy esa es la vida que me gusta.
¿Y cómo se inclinó por el tenis?
Suena loco, pero a los 12 años lo charlé con mi madre. A esa edad, estaba entrenando en canotaje, natación y tenis. Y a veces coincidían dos o tres competencias de estos deportes en un mismo fin de semana y yo no podía participar de todas. Y si dejaba de ir a una, caía en el ranking de ese deporte. Había que elegir. Al mismo tiempo el grupo de natación en Salto se empezó a desarmar, y el de tenis se hizo más fuerte. En ese momento, además, había una camada de argentinos exitosos en el tenis, como Guillermo Coria y Gastón Gaudio, y eran un poco mi espejo. Y yo, siendo chico y capaz que de manera inconsciente, veía que se podía vivir de ese deporte. En cambio de la natación o el canotaje parecía más difícil. Y yo no me imaginaba estudiando. Me decían que después del liceo venía la facultad y después la oficina y yo no me veía en ese plan. Y pensé que el tenis el que me podía abrir una alternativa para vivir del deporte.
Su madre es profesional universitaria. ¿Qué dijo ante ese razonamiento?
Tuve la suerte que mis viejos siempre me apoyaron. De todo el grupo de tenis de Salto, yo era el único que no iba a un colegio de doble horario. Por eso era el que nunca faltaba a un entrenamiento ni a un partido, justamente porque no tenía colegio en la tarde. Creo que a muchos de los otros chicos les hubiera gustado tener esa disponibilidad de tiempo para entrenar y jugar, pero en su casa no se lo permitían.
¿Cuándo dejó la educación formal?
A los 14 años les dije a mis padres que me iba a vivir con Maccio a Santa Lucía del Este para dedicarme solo a entrenar y al tenis. En ningún momento me dijeron que no. No era fácil para ellos, porque esa decisión implicaba que tenía que dejar de estudiar. Pero siempre me apoyaron, me dieron para adelante. Fue una gran ventaja en toda mi carrera.
¿Era consciente que al dejar el liceo iniciaba un camino que no tenía retorno?
Sí y no. Sabía que mudándome a Santa Lucía del Este, con 100 habitantes en invierno, perdía los amigos del colegio, que me iba a perder todos los cumpleaños de 15 que estaban por venir. Pero la verdad es que prefería entrenar y soñar con ganar un gran torneo de tenis. A esa edad no te imaginás mucho más que eso. Pensás que la vida se reduce a la posibilidad de ganar Roland Garros. Y no sos tan consciente de lo que implica dejar de estudiar. Pero sí prefería entrenar e ir a pescar que ir a cumpleaños de 15. Así que en ese sentido no fue un gran esfuerzo. Era poder hacer lo que me gustaba.
¿Cómo resultó la apuesta?
Estuve con Macció en Santa Lucía del Este hasta los 16 años. Ahí dejé de jugar al tenis durante cinco meses, porque nos habían prometido un apoyo económico para viajar a competir que nunca llegó. Mi padre ya no trabajaba en Aerolíneas Argentinas. Tenía algo de dinero como para pagarle a Felipe, pero no como para financiarme los viajes y todo lo que se gasta cuando salís del país siguiendo el calendario de tenis. Y eso me desmotivaba: entrenar para no salir a competir era muy aburrido. Luego apareció un grupo inversor que me apoyó y me fui a vivir a Buenos Aires hasta hoy. Vivo allá por razones lógicas para mejorar el nivel, porque allá hay muchos jugadores con los cuales uno puede entrenar y jugar, y acá no.
Concordia, Salto, Montevideo, Buenos Aires... ¿Cuál es su lugar en el mundo?
Donde más estoy, dentro de la cantidad de viajes que hago, es en Buenos Aires. Tengo un montón de amigos allá, mis mejores amigos en el circuito profesional son argentinos. Pero Montevideo me gusta mucho más. Y si me preguntás en dónde me gustaría estar mañana, la respuesta es Punta del Este. Siempre estoy pensando en venir a vivir al Uruguay cuando deje el tenis, pero siempre con la idea de buscar algo para aquel lado. Me encanta el mar, surfear, la pesca... esa vida me encanta. Ojalá algún día pueda organizarme y estar cerca de ese mundo.
El tenis profesional es ideal para ese plan de vida, porque el retiro le deja una vida para disfrutar después de la carrera, siendo todavía muy joven.
Si te va bien, sí. Pero tiene que haberte ido bien. Por eso tengo que seguir aprovechando este momento, es una carrera relativamente corta y yo tengo 29 años. No son un chiquilín que está empezando, tengo que tratar de aprovechar para poder disfrutar mañana.
¿Le pesa su edad?
Soy consciente. Me hubiera gustado estar en la posición en la que estoy hoy a los 23 años, pero no se dio. También es cierto que hay un montón de jugadores que nunca pudieron ni van a poder estar aquí, así que no me quejo. Tuve la mala suerte de esa lesión que me tuvo dos años sin jugar y eso repercutió en todo, inclusive en esto que estamos hablando, en lo económico. Dos años en los que no solo estás sin ganar dinero, sino que perdés, porque hay que mantener el equipo de kinesiólogos, de trabajo, también una operación en Estados Unidos.
Ha dicho que la lesión le cambió en muchas cosas. Habla de ella casi como un mojón en su vida.
Dentro de lo malo, porque no creo que haya sido bueno haber estado dos años fuera del circuito, creo que aprendí mucho, cambié mucho la manera de pensar y ver las cosas. Antes sufría mucho más dentro de la cancha. Ahora siento que la vida me dio otra oportunidad, porque por muchos momentos llegué a pensar que no dependía de mí curarme, por más esfuerzos que hiciera.
¿Sufría en la cancha?
Sí. No siempre, pero había partidos que la pasaba mal. Había derrotas que me duraban meses en la cabeza. En aquellos años no existía la posibilidad de terminar el partido y agarrar un telefonito y llamar a tu familia, o estar todo el día conectado al Skype. Ibas a Europa a jugar tres o cuatro meses. Y perdía un partido y estaba encerrado en una habitación de dos por dos, en la mitad de Europa, martirizándome con el partido que había perdido y con toda la situación. Me bajoneaba. Quedaba muy enganchado, me costaba cambiar el chip. Eso tiene dos caras: la pasaba mal, pero me fortalecí, me hice muy cabeza dura, siempre insisto. Ahora la estoy pasando mejor.
¿Qué cambió?
Por un lado, a este nivel en que el estoy ahora, en este nivel de torneos, no tenés que llegar a un país y averiguar cómo ir al hotel que reservaste, que es de dos por dos, no tenés que averiguar si hay un micro más barato que el taxi para llegar...
¿Eso cuándo cambia?
Primero depende de la condición económica de tu familia. Pero, siendo de una familia de clase media, depende del nivel al que llegues en el circuito. Y empieza a cambiar cuando llegás a estar entre los 70 mejores del mundo. Ahí los torneos comienzan a ser en las capitales, te van a buscar el aeropuerto en un auto último modelo, te alojás en hoteles cinco estrellas. Estás ganando otro dinero y no tenés que estudiar la carta del restaurante para ver qué vas a comer. Eso también ayuda a disfrutarlo más. Igual cuando recomencé tras la lesión lo hice en los torneos challenger, de abajo. Pero ya lo había vivido y tenía la plena confianza que iba a poder llegar más alto. Muchas veces me preguntan si me sorprende estar donde estoy hoy, y la verdad es que no. Porque para conseguir las cosas, antes las tenés que imaginar, las tenés que soñar. Y eso fue un lo que hice en ese tiempo en que estuve lesionado. No entrenaba con la raqueta, pero me entrenaba con la mente, me imaginaba cosas, leía, volvía para atrás y para adelante, estudiaba el tenis. El tenis no sólo se entrena con la raqueta. Aproveché bien en ese tiempo.
Es una dura lucha contra la propia cabeza.
Totalmente. En los deportes individuales estás solo y la cabeza es determinante. Creo que, como tenista, hace rato que tengo condiciones para estar más arriba en el ranking. Pero no se juega solo con la raqueta, se juega mucho con la cabeza. Antes, en un partido, yo dudaba mucho si hacer tal jugada o tal otra o mejor aquella otra. Dudaba si ir a tal torneo o a tal otro. Algunas cosas parecen tontas, pero increíblemente se te vienen a la cabeza. Hoy estoy mucho más simple para tomar decisiones. Decido que voy a tal torneo y listo, voy a ese y no lo analizo más. Lo mismo con las jugadas en un partido. En el tenis todo pasa muy rápido y a veces es mejor ejecutar una mala decisión con convencimiento, que tomar una buena decisión pero ejecutarla sin convicción, por haberla evaluado demasiado tiempo.
¿Y cuál fue el secreto para sacarse todas esas dudas?
No creo que haya sido uno solo. Está la estabilidad que me dio mi novia, el nacimiento de mi hija, el ser consciente de que no había mucho más tiempo para lograr las cosas. También trabajé mucho con mi psicólogo, con amigos, con otros profesionales. El “Mago” Aguerre, que me hace acupuntura, no solo me ayudó a quitarme el dolor de la rodilla, sino también me dio mucha confianza mental. Son un montón de cosas que se fueron hilvanando para tener una mayor concentración, más espontaneidad, para disfrutar más.
Dijo que parte del tiempo lo empleó leyendo. ¿Qué lecturas lo inspiraron?
Leí más que nada biografías de deportistas: de Michael Jordan, de Phil Jackson, de Sergio “Maravilla” Martínez, de Martín Palermo, que también estuvo embromado de la rodilla. También la de Rafa Nadal. Vi que todos ellos habían pasado por momentos difíciles, todos tuvieron que pelearla. Le saqué el jugo a esas lecturas.
¿Y en el mundo del tenis quién lo inspira?
Te miento si te digo que me inspira alguien. Tengo mucho respeto por Nadal, a quien veo como el más latino, el más “normal”, el que más la pelea. Si bien es un talentoso, veo su esfuerzo, su garra. También admiro la facilidad, la perfección que tiene Federer, que me encanta. De Djokovic me gusta un poco lo de Nadal, lo competitivo que es, lo que ha superado para poder ganarle tanto a Rafa como a Roger. A ellos tres les presto mucha atención, pero no son mis ídolos, ni los admiro, ni estoy mirándolos todo el tiempo para copiarles todo.
¿Y de los cracks del tenis de su infancia?
No tengo memoria de Bjorn Borg ni de los otros. Yo estaba todo el día en el club, practicando y jugando. Casi no miraba la televisión.
¿Cuál es su sueño?
Así como cuando estuve lesionado fui cabeza dura y pensé que estaba para volver y dar más, hoy sigo pensando lo mismo. Mi sueño es difícil, pero no es tan loco meterme entre los diez mejores. Para eso estoy trabajando y peleando. Si lo consigo será genial, y si no voy estaré tranquilo de que lo hice todo.
Ese es el desafío global. ¿Pero hay otros más puntuales?
Disfrutar más. Si bien te dije que ya estoy disfrutando más, tengo el desafío de aprender a disfrutar con la familia, viajando y jugando. No solo es importante disfrutar cuando deje de jugar, sino también en el camino. Eso también se refleja a la forma de jugar. Disfrutar más y pasarla mejor.
(1) Pocos días después de la entrevista alcanzó el puesto 21.
lunes, 6 de abril de 2015
lunes, 6 de abril de 2015
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