domingo

ENRIQUE AMORIM - LA CARRETA (35)


IX (1)

“Correntino” era un paria sobre quien pesaba el apodo de “Marica”. Paria de un pobre lugar de la tierra, donde había una mujer por cada cinco hombres.

Chúcaro -así lo calificaba la gente del lugar- rehuía al trato y a la conversación, como si huyese de un contagio. No lo vieron jamás a solas con una mujer, ni menos aun rumbear para los ranchos en la alta noche… Correntino no les había visto ni las uñas a las chinas del pago. Cada una de aquellas tenía dueño o pertenecía a dos o tres hombres a la vez… Los sábados se las turnaban, siempre que alguno no estuviese borracho y alterase el orden, antojándosele ir al maizal. De noche se oían silbidos convencionales de algún inquieto que esperaba turno.

Como todo se hacía a ojos cerrados, en las noches oscuras, a Pancha o Juana -o a cualquiera otra del lugar- se le presentaba difícil distinguir bien al sujeto. A lo sumo podía  individualizarlos por el mostacho u otro atributo masculino. A veces sabían quién las amaba por alguna prenda personal abandonada entre el maizal quebrado.

Cuando en la pulpería se hablaba de aventuras de chinas y asaltos de ranchos, Correntino, ruborizado, enmudecía.

En los bailes, conversaba con las viejas. Se ofrecía para cebar mate, y así pasaba las noches enteras, hasta el amanecer, indiferente a todas. Sonreía al contemplar las parejas que volvían a la “sala” después de un buen rato de ausencia… En los cabellos de las chinas las semillas del sorgo o las babas del diablo hablaban a las claras del idilio gozado…

Cuando lo veían ensimismado, las viejas interrogaban:

-¿No te gustan las paicas, Corriente?

-¿Pa qué, si todas andan ayuntadas?...

Entonces, algún viejo dañino sonreía con la comadre, agregando:

-Es medio marica el pobre, ¿sabe?

Correntino estaba acostubrado a aquellas clase de bromas. Apenas si se atrevía a cambiar para evitar que siguiesen molestándolo.

-Dicen que muenta una yegüita picasa -maliciosamente remataba la broma un malpensado.

-Y pué ser nomás -respondía la vieja-. ¡Conozco cristianos más chanchos todavía!

Correntino tenía tal fama de “marica”, que a muchas leguas a la redonda no había quien ignorase la historia del muchacho. En los días de carreras, Correntino era el motivo de las conversaciones intencionadas.

Una tarde, al entrar el sol, cruzó por el callejón, con rumbo al Paso de las Perdices, un carretón techado con chapas de cinc. Lo arrastraba una yunta de bueyes. Al anochecer concluían sus dueños de instalarse en el Paso. Levantaron un campamento en forma.

Al día siguiente, los merodeadores y la policía concurrieron a averiguar quiénes eran y qué lo que se les ofrecía por aquellos lugares. Los estancieros temían que fuese una tribu de gitanos. El comisario, sin apearse de su caballo, hizo el interrogatorio. Cuando vio asomada a la ventanilla de la carreta la cara sonriente de una china de cabellos trenzados, se apeó, y el cabo de unos minutos, se había prendido a la bombilla “como un ternero mamón”.

En la cerreta viajaban cuatro mujeres, una criatura como de trece años y una vieja correntina, conversadora y amable, con aire de bruja y hechicera.

La criatura, a quien llamaban “gurí”, uncía los bueyes y dirigía la marcha. Era un adolescente tuerto y picado de viruela, haraposo y miserable. Las mujeres maduronas, avejentadas, pasaban por hijas de la vieja. Esta, una sesentona correntina, de baja estatura, ágil y cumplida.

En su mocedad se llamaba La Ñata, ahora misia Pancha o la González…

-¿Andan solas? -preguntó el comisario, con los ojos puestos en la más joven.

-Voy pa la casa’e mi marido, cerca’e la pulpería de don Cándido. Si me da permkiso vamo a dar descanso a los güeyes…

Al poco rato el comisario hablaba a solas con la menor, mientras la celestina y las otras mujeres espiaban los movimientos por una rendija de la carpa que instalaban.

La vieja pudo convencer al comisario, mediante la entrega gratuita de la muchacha.

Poco a poco fue atrayendo gente para el fogón, a pesar de la protesta del pulpero. Bastó que la Mandamás concurriese el primer domingo a unas carreras que se organizaron en la pulpería, para que todos se congregasen en el flamente campamento.

-Dispués vengan pa mi carpa. Hay de todo en la carreta, menos ladrones como en el boliche… La vieja González es gaucha y los compriende…

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