domingo

LECCIONES DE VIDA (41) - ELISABETH KÜBLER-ROSS Y DAVID KESSLER


5 / LA LECCIÓN DEL PODER (3)

Un hombre sabio lo sabía todo acerca del dinero y la felicidad porque poseía ambas cosas. Durante una época de descalabros financieros le preguntaron qué sentía siendo pobre, a lo que él respondió: “No soy pobre, estoy arruinado. Ser pobre es un estado mental, y yo nunca lo seré.”

Aquel hombre tenía razón: la riqueza y la pobreza son estados mentales. Algunas personas no tienen dinero y se sienten ricas, mientras que otras, a pesar de ser ricas, se sienten pobres. Ser pobre significa creer que se es pobre, lo cual es mucho más peligroso que tener mucho dinero. Si pensamos que carecemos de valía, olvidamos que, aunque el dinero viene y se va, nosotros siempre somos valiosos. Pensar en términos de abundancia es lo contrario de pensar en términos de pobreza. Cuando recordamos nuestra valía, cuando nos acordamos de lo importantes y valiosos que somos, aumentamos nuestro valor intrínseco. Esto y sólo esto es el principio de la auténtica riqueza. Algunos de nosotros tratamos a los objetos como si fueran algo de valor, lo cual no está mal siempre que recordemos que nosotros somos muchos más valiosos que cualquier objeto que podamos poseer.

A menudo nos dicen que hagamos lo que nos gusta hacer y que el dinero llegará por sí solo. Eso, a veces, es cierto, pero lo que siempre es cierto es que si hacemos lo que nos gusta nuestra vida tendrá más valor para nosotros que si poseemos un Mercedes. Cientos de personas, en su lecho de muerte, expresan sus arrepentimientos. Muchas dicen: “Nunca realicé mis sueños” o “Nunca hice lo que realmente quería hacer” o “Fui un esclavo del dinero”. Pero nadie dice: “Desearía haber pasado más tiempo en la oficina” o “Habría sido mucho más feliz si hubiera tenido diez mil dólares más”.

De la misma manera que creemos que el dinero nos proporciona fuerza, también creemos que el control sobre los demás y las situaciones nos aporta poder. Queremos tener el mayor control posible y pensamos que debemos controlarlo todo o reinará el caos.  Como es lógico, debemos ejercer cierto control para llevar a cabo las actividades cotidianas, pero si lo ejercemos más de lo razonable surgen problemas, y en lugar de poderosos nos sentimos desgraciados. Cuanto más control ejercemos, menos calidad de vida tenemos, porque utilizamos toda nuestra energía en controlar lo incontrolable.

Si bien es cierto que aquellos que poseen más dinero o se encuentran en una posición de poder pueden controlar más su entorno que los que no lo tienen, eso no tiene nada que ver con el verdadero poder; se trata sólo de una influencia temporal sobre los demás. Cualquier cosa que temamos perder, como el cuerpo, el trabajo, el dinero y la belleza, es un símbolo del poder exterior.

Cuando intentamos controlar a las personas y las situaciones, las privamos a ellas, y también a nosotros, de las victorias y las derrotas naturales que se producen en la vida. Queremos que actúen a nuestra manera por su propio bien, pero nuestra manera no es siempre la mejor. ¿Por qué tendrían que actuar los demás como nosotros queremos? ¿Por qué no habrían de aportar su carácter único a todo lo que hacen? Cuando abandonamos el control y nos damos cuenta de que no podemos dominar a las personas, las cosas o los sucesos, y que no es más que una ilusión, adquirimos más poder en las relaciones y la vida. Además, la vida no se convierte en un caos cuando dejamos de ejercer el control, sino que sigue el orden natural de las cosas.

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