domingo

LA TIERRA PURPÚREA (106) - GUILLERMO ENRIQUE HUDSON


XXVI /  CLETA (3)

No bien se hubo alejado el pastor, cuando sentí un gran ruido de que venía de la casa, como si estuvieran dando golpes a una puerta y a pailas de cobre, pero no hice caso, suponiendo que fuese Cleta, ocupada en algún quehacer doméstico excepcionalmente ruidoso. Por último oí una voz que me llamaba: “¡Señor! ¡Señor!”.

Me levanté y me dirigí a la cocina, pero no había nadie. De súbito, alguien golpeó fuertemente a la puerta de comunicación que daba a la pieza contigua.

-Ay, amiguito mío -exclamó la voz de Cleta, detrás de la puerta-, mi bribón de marido me ha encerrado aquí… ¿Cree usted que podrá sacarme?

-¿Y por qué te ha encerrado? -le pregunté.

-¡Qué pregunta! ¿Por qué ha de ser sino de lo puro bruto que es? Siempre que sale, lo hace… ¿No le parece a usté una barbaridad?

-Sólo prueba lo mucho que te quiere -repuse.

-¿Es tan cruel que vaya a defenderlo? Y yo que creiba que usté tenía güen corazón… ¡Y tan güen mozo también! Apenas lo vide, dije yo para mis adentros: “¡Ay! ¡Si me hubiese casao con ese hombre qué feliz habría sido mi vida!”.

-Te doy las gracias por tu buena opinión, Cleta. Siento en el alma que estés encerrada allá adentro, porque me impide ver tu bonita cara.

-¡Ah! ¿Usté la encuentra bonita? Entonces, tiene que sacarme de aquí dentro. Aura me he hecho un moño y me veo más bonita que cuando usté me vio.

-¡No, no! ¡Te veo más bonita con el pelo suelto!

-¡Pues, me lo soltaré otra vez! -exclamó-. ¡Sí! ¡Tiene usté razón, ansí se me mejor! Es lo mismo que seda, ¿no? ¡Lo dejaré que lo toque pa que vea, cuando me saque de aquí!

-Pero no puedo hacerlo, Cleta mía. Tu Antonio se ha llevao la llave.

-¡Oh, qué hombre tan bruto! No me ha dejao ni una sola gota de agua aquí dentro y me estoy muriendo de sé. ¿Qué hago? ¡Mire! Le pasaré la mano por aquí debajito de la puerta pa que usté sienta, lo caliente que está; estoy que me quemo viva en este horno del calor y la sé que tengo.

Luego apareció a mis pies su manita morena, habiendo entre el piso y la puerta suficiente espacio por donde pasarla. Me incliné y la tomé en la mía, encontrándola húmeda y caliente, con el pulso latiendo con suma rapidez.

-¡Pobrecita! -dije-, echaré un poco de agua en un plato y te lo pasaré por debajo de la puerta.

-¡Qué malo es usté pa insultarme de esa manera! -exclamó-. ¿Es que me toma usté por un gato? Estoy que me ahogo… no puedo respirar. ¡Podría llorar a mares! -aquí se oyeron algunos sollozos-. Además -continuó, de súbito- es aire fresco lo que me hace falta y no hay agua. Estoy sofocándome… no puedo respirar. ¡Ay, amiguito lindo de mi alma, sáqueme de aquí antes de que me desmaye! ¡Rempuje la puerta hasta que salte la chapa!

-¡No, no, Cleta! ¡No es posible hacerlo!

-¿Qué? ¿Con su juerza? Hasta yo misma podría hacerlo con mis pobres manitas. ¡Ay, abra! ¡Abra! ¡Abra! ¡Antes de que me desmaye!

Después de esta súplica, pareció haberse dejado caer al suelo y sollozaba; mirando alrededor en busca de algún utensilio del que me pudiera servir, encontré el asador y un trozo de madera dura en forma de cuña. Introduje estos por arriba y debajo del cerrojo, y forzando la puerta para adentro luego, tuve la satisfacción de ver saltar la chapa.

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