domingo

ENRIQUE MARINI PALMIERI - JULIO HERRERA Y REISSIG: LA ENCARNACIÓN DE LA PALABRA (7)


CARACTERES ESOTÉRICOS DEL MODERNISMO HISPANOAMERICANO

El arte poética de Herrera y Reissig

Intencionalidad mágica

La imaginación y el soñar del poeta lo ayudan a que se empape de los secretos de la Naturaleza, y ello gracias a lo que se da en llamar mentalidad primitiva o analógica, según se aluda a la esfera de lo etnológico o de lo simbólico. Tal mentalidad ayuda a que el hombre comprenda misterios como el que oculta el velo de la Gran Triada antes citada. Dicha mentalidad libera al escritor de prejuicios científicos y lo sitúa frente a la Naturaleza, lo lleva a intentar descubrir sus misterios, a interrogarse sobre ellos y, en un extremo, lo vuelve iniciableIniciable no implica forzosamente iniciación propiamente dicha en el canon decimonónico y finisecular, o romántico. De éste se hereda el valor de la intuición como elemento fundamental en el aprehender misterios de la Naturaleza, misterios que comparte la Tradición primordial con quienes lo poseen. Todo ello facilita el papel profético y el sentido poético-oculto, o esotérico, de la palabra poética.

Así, naturalmente, el poeta descubre, conoce, da testimonio de la ley de las analogías, o de las correspondencias herméticas; comprende que la Creación es símbolo de lo divino, y cómo el Universo está en total correspondencia con el Creador, con lo Infinito, con lo celeste. La palabra como misterio ayuda a descubrir esas correspondencias en el momento de elaborar intencionalmente el arbitrario ordenamiento que genera el hecho poético.

Cifra es la palabra de lo Infinito. El hombre mismo es entonces infinito. Este es el mimetismo del que habla Herrera y Reissig cuando clama por alcanzar lo Inaccesible. También, verbigracia, Rene Ghil clama por este mismo Inaccesible en el Traité du Verbe (en 1886, con Prólogo de Stéphane Mallarmé): «Al recrear la realidad, todo se vuelve ficción, y merced al poeta, la palabra renace en los oídos de la multitud con una música y un poder de encantamiento totalmente nuevos». En el siglo XIX, la novedad en que lo que crea el poeta es nuevo en él, suyo en sí: uno de los fundamentos modernistas, el que abre las puertas a la creatividad más extrema.

La poesía se vuelve magia en su elemento primordial: la intencionalidad. La intencionalidad poética nos lleva a descubrir un mundo invisible, incitándonos a entrar en los delirios de los límites infinitos y absolutos: cada uno de los poemas es ese descubrir misterios: la Creación, en particular, sinfonía arbitraria y armoniosa a la vez, rito celebrado en aras del Universo. La Poesía, por su armonía intencional es figura del macrocosmo. El poeta interpreta -comprende y transmite- el aliento divino que nutre a lo Creado.

Esto es algo que hoy indiscutiblemente caracteriza a los grandes escritores modernistas, quienes, al igual que Apolo e instruidos en el orgullo de ser órficos profetas del Verbo, enseñan que la música traduce lo sagrado que reside en la palabra. Así transmite Herrera y Reissig un quehacer de doloroso contexto, es verdad, pero de elaborada intencionalidad poética: percibir diferentemente la realidad -de ahí la voluntad neologista-, dar una visión de las cosas tal que lo real, definitiva y conscientemente huidizo (no ya en el flujo del heráclito río propio de la condición humana, sino en la interrupción de ese flujo), quede preso en las redes metafóricas y sintácticas nuevas -de ahí la profusión creativa desbordante, chocante incluso, revolucionaria, desordenada, incluso ahogante.

No creo que se trate sencillamente, como lo señala Antonio Seluja de la «egolatría del genio» que ambiciona «sobrevivir al tiempo». Creo que el hablante de los poemas de Herrera y Reissig se esfuerza por aprisionar al tiempo no para sobrevivir ni perdurar, sino, sencillamente, para vivir por encima del tiempo, para vivir el breve instante de la creación, de la intencionalidad poética, cuando vibra la palabra como vibra el OM (ese mismo que inspiró a Darío, entonces imbuido de Teosofismo gracias a las enseñanzas de Jorge Castro Fernández, varios poemas), es decir, eternamente.

El quehacer poético así motivado es imaginación, es conocimiento, que aprisionan a lo oculto, a lo esotérico productivos y cognoscitivos. La poesía encarada así deja de ser simple armonía verbal y formal para entrar en un mundo de sonidos de raras connotaciones, un mundo aiesthético de alcance emblemático y simbólico. Y como todo ello pasa a través de la palabra, lo que se observa en Herrera y Reissig son caracteres esotéricos que nutren su poesía, que no la verdadera expresión del esoterismo iniciático propiamente dicho. Y aquí entra a tallar la valoración finisecular de intuición como ultramemoria humana que ayuda a recordar y a reivindicar el conocimiento de perdidos misterios.

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