domingo

ENRIQUE AMORIM - LA CARRETA (32)


VIII (1)

En la alta noche amarraron la barca. En el rancherío del puerto alardeaban algunas luces. Exaltaban la noche los ladridos de los perros, lejanos y próximos.

El capitán, bien comido y mejor bebido, se golpeó el pecho con las manotas abiertas. Parecía llamar en su cuerpo algo que se había dormido durante el viaje.

Supo, por un amigo que tenía en el rancherío, el arribo de un carretón con quitanderas.

-No son muchas, pero de las tres hay una de mi flor -lo enteró el camarada de tierra.

Algo distante del caserío, en un fogón bajo la carreta, pestañeaba una luz. Allí era el campamento.

El capitán quería eludir las viejas amistades.

-Traéla a bordo a la bonita -ordenó.

-¡Se la mando enseguida, antes que yueva, capitán! -prometió el tripulante.

La precaución no estaba de más. Se avecinaba un chaparrón. Los jejenes estaban rabiosos y había nubes de mosquitos en el aire.

En el primer momento pensó en enterarlos de aquel acontecimiento. Pero luego desistió, pensando que podía ser visto por cierta muchacha a la que prometiera casamiento.

Cuando llegó una de las quitanderas, la garúa arreciaba. Con los cabellos empapados, apareció una cuarterona, anchas de caderas, de piernas flacas, sorprendentemente desproporcionadas con el resto del cuerpo. El rasgo que más sedujo al capitán fueron los dientes blancos, fuertes y parejos.

Como llovía, el comedido volvió a tierra. En su reducida cabina, el capitán no podía estar sino abrazado a la quitandera. De pie o de cúbito dorsal, pero abrazado.

Averiguó su nombre, supo la edad, cómo viajaban, para dónde iban, de dónde venían. El diálogo era escuchado por los cinco tripulantes. Simulaban dormir, esperando el instante apasionado.

El capitán mintió, exageró, prometió. Pero todo eso no tenían importancia para q uienes oían, unos a través de un tabique y tras de un encerado el resto. Si no hubiese llovido hubiesen podido tender las camas en la cubierta. Pero a qué pensar en esas cosas. Resultaba agradable oír las mentiras del capitán, sus invenciones, las falsas promesas. El capitán mintió hasta en lo atañadero al manejo de la barca. No habían desplegado una sola vez las velas y quería hacerle creer a la pobre quitandera que volaban sobre las aguas. ¡Aguas arriba, nada menos! Los tripulantes pesaban las palabras del capitán, pero cuando el hombre comenzó a contar hechos reales, cosas sucedidas en el barco, como una vez que vararon en el paso del Hervidero, les pareció muy aburrida la conversación y dos de ellos se durmieron. Se oyó bostezar a uno, soñar en voz alta al otro. El capitán los adormecía contando semejantes tonterías. El número de bagres pescados, el día que sacaron un zurubí, la vez que se clavó un anzuelo en la barriga. Pero al llegar a este punto de la conversación, los que estaban despiertos oyeron la voz de la quitandera, seguida de una carcajada.

-¿Aquí te clavaste el anzuelo?... -Y golpeó, al parecer, el vientre del capitán.

-¡Sí, aquí! Decí que estaba de verijas dobladas, pescando, y no se me hincó del todo.

-¿Tenés cosquillas? ¡A ver! ¡A ver! -la quitandera reía y el capitán le pidió silencio, explicándole que había cinco hombres a su mando durmiendo pared por medio.

-¿Cinco hombres? -preguntó la quitandera, asombrada.

-Cinco muchachos que deben de roncar. -Hizo una pausa-. ¡Escuchá!

Se oían ronquidos.

No hay comentarios:

Related Posts Plugin for WordPress, Blogger...
Google+