domingo

LOS “TRUCS” DEL PERFECTO CUENTISTA Y OTROS ESCRITOS (19) - HORACIO QUIROGA


ESCRITOS DE HORACIO QUIROGA

Los crepúsculos del jardín * (2)

Por otro lado, gocé extraordinariamente con lo extraño de las consonantes. Hubo sucesión de estos -los de La alcoba solitaria, por ejemplo- que me ofrecieron toda la emoción de una carrera. Fue para mí esta difícil virtud doble goce -bella versificación de gran poeta- y no puedo menos que recordar aquí el distingo caprichoso que hace la gente sencilla entre poeta y artista.

La facultad de armonía a contragolpe -e insisto porque es lo más notable- le diferencia en un todo de todos, y enormemente de Heredia y Samain, por citar dos maestros del soneto. De las obras suyas El ramillete, El pañuelo La vejez de Anacreonte, son ya otra cosa, en su condición de impresión directa. Hortus deliciarium, El solterón, Romántica, Melancolía, La Sola tienen el mismo sello de rima dificilísima y nobleza de personajes, pasan sin mancha bajo las palabras, tan albos que sus cualidades parecen simplemente aludidas. Sobre todo la distinción de caracteres, paisajes, rimas, bien visible en El solterón, la obra más perfecta de Lugones, sin que ello quiera decir la más alta.

Este noble título corresponde, según creo -y esto supone en arte mi completa convicción- a Aquel día… escrito en 1898. Anoto la fecha para recordar lo prematuro de esa producción, son su llanto antiguo y candoroso dolor humano, sin pudor, fluido, argumentado, contado, anterior y superior a Los doce gozos, mucho más literario. Tiene Aquel día… toda la ilógica armonía que caracteriza a aquellos.

Los cuatro amores de Dryops, Cisnes negros, New Mown Hay, La Coqueta, El mal inefable, Ave mía gratia plena Rosas de tu sendero, se inclinan a mayor sencillez de expresión -de afecto sobre todo-, y así normalmente se llega a Emoción aldeana, la cosa frecuente y peculiar a todo el mundo dicha en claro, con ausencia de toda poesía literaria, armando el justo y no fácil lugar común, con ambiente diario, yendo toda ella en una brava fluidez vagamente irónica.

¡Todo todo, no es cosa literaria, Dios mío! Era un barbero que tenía dos hijas, nada más. Lo batallante de esa sencillez desaparece ante su gran verdad. La misma ausencia de adjetivos humaniza más a las dos muchachas esas, perfectamente individualizadas en su sustantivo claro, todo sustancia. Esto supone orientación al arte del hombre, no de la belleza, algo de la severa rectitud que se tuvo antes cuando se escribía sin el propósito de hacer obra de arte. Junto con esa falta de toda complicación académica va al muerte del estilo, hijo querido de la literatura. Y así por huir de él se llega a hacer estilos dificilísimos, probando dolorosamente que ni aun se puede juzgar con estas palabras.

Las loas de nuestra servidumbre siguen el mismo curso del río frecuentado, bien lejano de los lejanos Tocantinos que despiertan ensueños literarios. Inferiores en conjunto a  Emoción aldeana -o más bien al grado intelectual que esta supone, siendo acaso el motivo que hace amarla- el último canto revive la inquietud excesiva de ciertas cosas bastante anormales, y su cuarta estrofa sintetiza otra características de Lugones: exaltación de elementos poco literarios, anchura de paisajes para situaciones diarias, y gran vuelo poético de episodios creídos siempre bien vulgares.

(*) Publicado en Tribuna, Bs. As., 1905. Reproducido en Babel. Bs. As., nº 19, mayo de 1926.

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