domingo

LOS RECOVECOS DE MANUEL MIGUEL (36) - Desbocada reinvención de la vida de Manuel Espínola Gómez


Hugo Giovanetti Viola

Primera edición: Caracol al Galope, 1999.
Primera edición WEB: elMontevideano Laboratorio de Artes, 2016.


NOVENA PUERTA: INTERROGACIÓN (TIEMPOS GIGANTESCOS) (3)

-Me cago en Francia -vociferaba el General caminando a lo largo de la galería. -Somos más pobres que las ratas, me prestan un termómetro y lo quiebro y pido otro termómetro y lo vuelvo a quebrar y no puedo saber si el garbanzo tiene fiebre Cristo me cago en Chile.

Aproveché para entrar antes que él al cuarto donde Manolo me esperaba en la cama y le deslicé la caja de termómetros rotos por debajo de la frazada.

Esta vez no hubo necesidad de sacudir el termómetro Nº 3 recién conseguido por el General. Cuando Manolo se lo colocó bajo la axila fabricando una trompita tuve que disimular la risa saliendo a la galería. Y escuché con total claridad una voz acaribeñada berrinchando en la esquina:

-Qué bien sé yo la fonte que mana y corre, / aunque es de noche.

No puede ser, pensé erizándome. Y volví a entrar al cuarto justo cuando Manolo observaba cuidadosamente la gradación del termómetro y se ladeaba para empalmar el roto que tenía escondido y terminaba levantándolo como quien va a tirar una pedrada y gruñía:

-¿Pero cómo? ¿Hoy de mañana no tenía fiebre ninguna y ahora tengo una fiebre bárbara? Este termómetro no sirve pa nada.

Y lo reventó contra los barrotes de la cama. Entonces el General se agrisó como una fantasma y dio una gran zancada preparando dos garras de Orlac.

-Era en joda, General!!!! -trató desesperadamente de atajarlo Manolo. -Este es un termómetro roto que le mandé pedir a María!!!!

Pero Orlac avanzó, implacable. Y entonces resonó el berrinche del Papalote, merengueando en la galería:

-Aquí se está llamando a las criaturas, / y de esta agua se hartan, aunque a escuras, / porque es de noche! ¿QUERÉS PERDER AL GOFO, GENERAL?

Y el mundo volvió al cauce.


Finalmente se pudo comprobar que Manolo no tenía fiebre y el General lo dejó levantarse. Ya atardecía. Manolo me contó que el día anterior había recibido una carta de un farmacéutico de Sarandí Grande donde se le informaba que el director del liceo del pueblo -que era el mismísimo Uruguay Artigas- había sido acusado de manosear a sus discípulas.

-Estoy juntando firmas de ex-alumnos porque pienso mandar una carta de solidaridad con Uruguay -resopló entreparándose para acomodarse la boina, que ahora resplandecía como un malvón. -Esto es una infamia que no tiene goyete, loco. Acá debe de andar metida la babosería política, con toda seguridad. Che, ¿pero qué te pasa? Quedaste más duro que sorete’e verano.

-Nada -mentí. -¿Y por qué decís de ir al chalé de D’Artagnan si él nunca fue a la escuela del pueblo?

-A buscar a Tomatito: ahora andan como culo y calzoncillo con el primo, y se maman en el club y se van a dormir la mona al aljibe de Yemanjá. ¿Vos llegaste a conocerlo a D’Artagnan? Che: contestá, carajo.

Pero no contesté. Sólo atiné a señalar un barrilete azul y negro que se clavaba sobre la alameda de Enrique Fabini.

-Mirá vos -sonrió Manolo. -Esta es la especialidad del Papalote. Ahora empieza a berrear y a dar vueltas por todo el pueblo juntando desgraciados. Este negro es el Uruguay Artigas de los desgraciados.


-Mirá vos -sonrió Tomatito al otro día, ofreciéndonos un trago de caña de La Habana. -¿Y para qué querés que firme? ¿Para felicitar al maestro?

Manolo me miró. Yo miré la cabeza cuadrada y muy engominada de D’Artagnan De Deus, que fumaba recostado en el aljibe con pose de George Raft.

-¿Pero qué estás diciendo? -se sacó la boina amenazadoramente Manolo.

-Nada del otro mundo. No te olvides que Uruguay nos enseñó a ser libres como Raskolnikov.

-PERO TAMBIÉN NOS ENSEÑÓ A SER LUMINOSOS, LOCO!!!!

Confiá en tu amigo lobizón, Manolo. Cuando seas veterano y tengas el alma podrida igual que todo el mundo vas a pensar distinto.

Yo empecé a sentir ganas de morirme hasta que el barrilete negriazul nos sobrevoló espejando el manantial de seda del crepúsculo y el aljibe emitió (igual que si fuese un parlante volcánico) un discurso pronunciado por la voz de un Manolo viejo y casi lloroso:


Este hombre que se nos ha apagado entre las manos… era un jardinero, un jardinero que curiosamente no utilizaba, para sus plantas, para sus jóvenes árboles, la tijera de podar o el rodrigón inflexible (ni siquiera, diríamos, el extraño, aproximado, silencioso injerto) sino, con mano un poco dubitativa, el dulcísimo riego intermitente y el abono de compenetración secreta. Claro está que algo de vigilancia ejercía frente a la amenaza constante de las “plagas”, por otra parte… siempre confusas y no siempre clarificadas con excesiva velocidad o tardanza. De las plagas individuales y de las plagas sociales. Pero le preocupaba y enternecía más, mucho más, el desarrollo de las respectivas, legítimas defensas… que su substitución alevosa. Salvar el crecimiento… de suyo dador y los frutos consiguientes! Porque un jardinero… es un maestro. Un maestro es un jardinero… y un plantador, además. Y nuestras palabras aquí, precisamente, son las palabras testimoniales de uno de esos arbolitos “con conciencia”, agradecido por su breve y acaso decisiva intervención.

En aquellos tiempos no parecía inclinarse tanto sobre el terreno específico de las vegetaciones concentradas… como a cierta distancia de sí mismo. Pues que era un jardinero nocturno, “fantasmalmente concreto” -si cabe fijarlo así-, de vocación “en llaga viva”, que gustaba demorarse en los aledaños olvidados, en las calles confinantes, en los amparos habitacionales… Liberado él mismo de esos impedimentos costumbristas o rutinarios de mezquina, raquítica raíz… asumía ciertos infalibles “entronques” totalizadores… siempre. Había aventado los alcances únicamente parciales.

El cariño por su oficio lo llevó también a convertirse en “acopiador”. Un acopiador sensitivamente rememorativo de datos identificadores (muy tiernos, temblorosos datos… a menudo referidos con particular “unción”) de cada vara en yemas, que fueran permitiéndole transitar y manejarse con un margen angostísimo, poco menos que inexistente, de desvío o de “ofensa”. Era entonces un escrupuloso baqueano… Su “insomniado” destino, sus objetivos de vibración asordada, se hallaban dentro de nosotros mismos, a nuestro “increíble” lado y detrás del horizonte. Pero no los tocaba! No osaba tocarlos! Respetuoso maestro de esta tierra general; parado en ella, en el estricto punto mínimo, sí, donde se hiciera necesario actuar, pero parado -¿cómo expresarlo?- no en el pago chico de “traza” distintiva… sino -entiéndase bien- sobre la enteriza tierra, es decir… sobre la rotunda curvatura del planeta común… como activo fragmento o corpúsculo del mismo. Sin fronteras, con un “ángulo de miraje” muy abierto y desmesurado. Y así en toda hora.

Nos sentiríamos mejor, desde luego, callándonos. Sin embargo queríamos decir algunas cosas, ahora… que este habitante de los zurcos frescos, de tan ejemplar erguidumbre, despega de ellos y se lanza más allá de ellos todavía, casi como los cosmonautas, al regazo insondable, por así estamparlo, del universo definitivamente impersonal. Y aquí quedamos nosotros -su compañera serenísima, sus hermanos y familiares rumorosos, sus amigos y discípulos deudores- con nuestra dura época encima de los hombros (época de duración incierta, parecería, aunque presumiblemente corta), portadores de los desvelos vitales de esa irradiada, abstracta heredad. Portadores de su “sobrevida”, de la que le queda. Sus carnosos, obscuros labios… continuarán, sin duda, moviéndose lentamente en la memoria, como antes, alcanzándonos sus ya pronunciadas preocupaciones humanistas. Cada uno de los que le quisimos… tendremos de tal modo su blanda, móvil, “derivada” estatua, intimísima… pero también transferible.

Decirle, por lo tanto, HASTA SIEMPRE… maestro o… jardinero, o… amigo, o… compañero, o, simplemente, Uruguay, es lo único que podemos hacer en el día de hoy. Y es bastante, sin embargo. Porque a través de nosotros, HOY Y MAÑANA, de él será el futuro espejado y luminoso, sin trabas o prejuicios absurdos, sin murallas inaccesibles, separatistas, sin centros enteros ni debilitadas orillas, que tanto pronosticó y quiso y por el cual se levantó, con ánimo alborado, todos los días. Podría, sí, afirmarse que ya lo conquistó -ayudó a conquistarlo!- en buena ley y para siempre… QUÉ MÁS SE LE PUEDE PEDIR A UN HOMBRE?


-Tomá pa vos y tu tía Gregoria -desnudó los colmillos Manolo. -Esto es lo que voy a pensar de Uruguay toda la vida.

-Ta bien -me clavó una mirada sangrienta Tomatito. -Entonces pedile al socio fundador de El Bromazo que te cuente lo que vio en el arroyo. O que te lleve hasta allí. Si se anima.

Y le hizo una guiñada a D’Artagnan mientras Manolo -que ya era mucho más alto que yo- se calzaba la boina mirándome de reojo.

No hay comentarios:

Related Posts Plugin for WordPress, Blogger...
Google+