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ISABEL YANIERI “LA COMPETENCIA QUE IMPORTA ES LA QUE NOS PLANTEAMOS PARA SUPERARNOS A NOSOTROS MISMOS”


por H. B.

Isabel Yanieri  comenzó sus estudios guitarrísticos desde muy niña, bajo la dirección de Matilde Alfonzo Guerra, remodelándose posteriormente con Olga Pierri, de quien heredó una decisiva prospectiva docente y concertística que en el último medio siglo ha incidido en la evolución del instrumento a nivel mundial.

Actualmente desarolla una intensa actividad de perfeccionamiento docente en el IPA, y su última grabación la realizó junto al cantautor Diego Presa el 22 de diciembre de 2016, cuando registró las apoyaturas guitarrísticas musicales de las tres monodias que integran el trabajo multimediático Tríptico, que ya ha empezado a dar a conocer elMontevideano Laboratorio de Artes a través de las redes. El conjunto incluye una obra de Fernando Sor y dos de José Pierri Sapere “textualizadas” por Hugo Giovanetti Viola y texturadas cinematográficamente por Álvaro Moure Clouzet, contando además con un epílogo crítico-estético de autoría de Hugo Rocca y un emblemática obra plástica elaborado por Horacio Herrera.


¿Cómo fueron los comienzos de tu actividad guitarrística?

Si nos remontamos a la invitación que me hizo esta cajita de sorpresas, tengo que ir a mis 3 años, cuando escuchando en la TV un cuarteto de guitarras aleteaba con mis brazos señalando que quería eso. Me recuerdo como si fuera ayer, indicándole a mi madre que eso que sonaba en la TV (la antigua Sylvania, con estabilizador de corriente) era para mí. Como niño pequeño que pide un juguete insistentemente (pensaba mi madre) pero yo sabía que eso no era como mis juguetes o un capricho, sino que en ese momento conquistó mi vida; su sonido fue un llamado, una señal que activó mi programa mental y me indicó el propósito de mi vida. Tan así fue, que no quedó sólo en ese momento sino que insistentemente le seguí pidiendo a mi mamá que quería tenerla en mis brazos hasta que al cumplir mis 4 años aparece como sorpresa envuelta en un hermoso papel: allí estaba ella, pequeñita como para mi tamaño, de madera y con clavijas de plástico, para un adulto “un juguete” pero para mí, “mi amiga”. Así pasaba todos los días de mi infancia acariciando sus cuerdas, sentada en el borde de la enorme estufa a leña que para mí era un cómodo asiento. Pero tampoco quedó sólo en eso, ya que la perseverancia y constancia en el diálogo alegre y afectuoso con mi “amiga” estuvo tan presente que ya con más conciencia, a los 8 años, le pedía insistentemente a mi mamá que quería aprender a tocarla mejor, necesitaba tocarla mejor. Así es como en un ambiente de músicos de herencia italiana donde todos tenían que aprender a ejecutar el acordeón a piano, yo les decía con firmeza a mis padres: “Yo no quiero tocar el acordeón, Yo quiero tocar la guitarra”. Mi abuelo paterno tocaba “la verdulera” y mi abuelo materno, la armónica. Y yo crecí inmersa en aquel ambiente musical que se conjuntaba con la vida natural de la hermosa granja donde vivía. Hasta que en marzo de 1980 comienzo a tomar formalmente mis clases de guitarra con la Prof. Matilde Alfonzo Guerra, quien fuera alumna del guitarrista y compositor uruguayo Luis Alba (amigo de Don José Pierri Sapere y Andrés Segovia, a quien le realizó numerosos arreglos). Matilde también era una prolífica y gran intérprete del piano, ganadora de concursos internacionales que la hicieron sobresalir en la escuela del Maestro Kolischer. Formada en la guitarra bajo los principios de la escuela romántica de Francisco Tarrega, ella fue moldeándome y haciendo despertar al músico en mí.

¿Qué significó Olga Pierri en tu vida?

A Olga Pierri me la presentaron en la Asociación Cristiana de Jóvenes, en ocasión de un concierto que ofreció el excelentísimo guitarrista Ignacio Giovanetti. Y cuando me acerco a ella y la saludo me dice: “¿Qué te pasa? Siento que hay algo que te está preocupando mucho”. Era un momento en el cual la ruptura de la relación con mi primer esposo y padre de mis hijas marcaba mi vida, y obviamente la pregunta de Olga me dejó perpleja, porque la hizo con esa naturalidad y claridad que siempre la caracterizó. Ella tenía una gran facilidad para descubrir lo que le pasaba al otro y gracias a esa empatía terminamos cultivando una amistad sin límites. Me acuerdo que yo enseguida le conté con la misma naturalidad y transparencia lo que me estaba sucediendo y ella me contestó: “Quiero escucharte tocar la guitarra. Te espero por casa”. Y esa apertura de su corazón me asombró tanto como la claridad de su intuición. Ella siempre supo guiar así a sus alumnos y a sus amigos.

Olga Pierri fue un ser humano excepcional que logró conquistar con su Amor a mucha gente y por esa misma razón quienes no pueden concebir que el Amor sea la fuente primera y última de conquistar corazones y la esencia de la superación y evolución, no han dejado de buscar excusas para tratar de deteriorar su proyección guitarrística y su imagen. Eso nunca le quitó la humildad para reconocer sus errores y buscar la manera de subsanarlos, aunque tal vez las víctimas de sus errores no tuvieran presente el camino de perdón que ella recorriera. Porque Olga siempre supo ofrecerle Amor al ser humano, a la vida, a la música y a la guitarra como herramienta mística que abre puertas insondables para autodescubrirse. A mí de decía: “Dentro de la guitarra hay duendes que según como tú acaricies sus cuerdas los despiertas o no; si despiertan crearán magia y con esa magia conquistarás el alma de la gente”. A lo que yo agrego: “Los que vivan esa experiencia entenderán que esa entidad es capaz de crear y transformar realidades”. Ese es el fundamento y la esencia de lo que Olga como Maestra de música ha sabido transmitirme: la técnica, el estudio minucioso y prolífico debe estar al servicio del espíritu y la comunicación esencial. El arte es la comunicación entre las almas y el espíritu. Podemos ser buenos instrumentistas, muy virtuosos, grandes técnicos y académicos, pero si el intérprete no logra conectar el universo material con el espiritual nunca podrá acceder al éxito que verdaderamente importa.

¿Cómo se proyecta actualmente tu actividad concertística y docente?

En el terreno docente, trato de aplicar la pedagogía aplicada a la guitarra que me enseñó Olga, tratando de mejorarla y de adicionar cosas nuevas que van apareciendo, aunque sin perder la finalidad y la esencia de lo que se me transmitió: se trata de guiar al alumno hacia el autodescubrimiento y el descubrimiento del universo maravilloso donde nos encontramos. De esa manera podrán lograr, con el desarrollo de una buena técnica aplicada, volcar toda su riqueza interior llena de emociones, sentimientos, pensamientos, anhelos, tristezas o frustraciones, etc., contribuyendo con su musicalidad a expandir una vibración “sensible” tan necesaria para que la humanidad crezca y se desarrolle como especie, pero en el camino de la evolución ascendente y no autodestructiva.

Sigo especializándome, por otra parte, cursando estudios dictados por el Instituto Profesores Artigas (IPA) e impartiendo clases de educación musical en la enseñanza media, lo cual también disfruto mucho como experiencia de dar y recibir.



En el terreno concertístico dejo que todo fluya y voy ejecutando mi arte donde se me llame, porque de seguro allí es donde debo estar y ser. Y es la intuición la que me guía hacia determinados encuentros donde puedo cumplir con mi misión. No persigo formas, estructuras o tiempos que la cultura sólo te impone como carrera de competencias contra otros, lo cual está lo muy alejado de la realidad profunda, ya que la competencia que importa es la que nos planteamos para superarnos a nosotros mismos. Simplemente hay que aprovechar oportunidades para ser, manifestarse, crecer y aportar. Quien busca mostrarse creyéndose superior a otros sólo se encontrará con su propia frustración egoísta y totalmente ajena a contribuir a la comunidad, y por tanto no será feliz.

¿Cómo viviste la experiencia de la grabación de Tríptico junto a Diego Presa?

Bueno, aquí se presentó el caso de una clara experiencia donde el encuentro me buscó y trabajé dispuesta a cumplir con mi parte lo más concentradamente posible. Sin lugar a dudas que siempre puede ser mejor, porque si no, no hay superación y se corta el camino del ascenso. Lo maravilloso de este viaje de la vida es aprender a disfrutar del camino, justamente: allí radica el click de la felicidad de ser, vivir, aprender y construir juntos, redescubriéndonos todo el tiempo. Así que me siento muy agradecida por haber participado en este trabajo tan disfrutable que me ofreció la oportunidad de conjuntarme con el arte de Hugo Giovanetti Viola, que vuelca a través de símbolos ideográficos y fonemas su esencialidad exquisita, y ese timbre sin igual de Diego Presa que moldea, incorpora y cautiva con una persuasividad especial. Yo simplemente puse lo que soy. Y hay que resaltar también el trabajo del cineasta Álvaro Moure Clouzet, que hizo posible que este Tríptico dejara huella honda captando lo sustancial a través de la imagen para que el mensaje y el contenido sean directos, contribuyendo al cierre del círculo de una comunicación emotiva y totalmente artística.

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