domingo

ELOGIO DE MINAS - JULIO HERRERA Y REISSIG


(El Clamor Público, Minas, 1904)

Yo soy el hijo de la augusta madre; yo el hijo de la Naturaleza. En su adoración me embriago horas y horas como un sacerdote. A través de sus maravillas mi alma penetra gravemente en Dios, el sublime Poeta cuya inspiración palpita en el corazón sencillo y a la vez impenetrable de las cosas y de los seres. En un silencio pitagórico me soñaba yo frente a las sombrías siluetas de las montañas, como el salvaje Rousseau o el místico Lamartine, o bien echado a la sombra lila de los abedules junto al arroyo, en el valle retumbador, como el espumante Horacio.

Nunca pensé ver realizado este espejismo de la fantasía -en esta apertura embelesadora del alma que empieza a vivir- en las campiñas de la patria cuya belleza monótona sonríe siempre con su misma sonrisa de modestia orográfica y hace ondular su hirsuto cabello indígena bajo el mismo céfiro que la destrenza y la peina sobre el lomo de la colina o en la vega plateada.

Y he aquí que de pronto se abre un telón mágico de panteísmo, en medio de mi vida y de mi normalidad displicente, a pocas horas de Montevideo y bajo el mismo azul familiar que auspició mis rápidos días.

¡Estremecimiento inédito, pueril asombro, balbuceo errátil, latido sagrado! ¡Madre Cibeles! ¡Ella es! Corro a besarla. Una perla sabrosa filtra de sus dadivosas ubres sobre mis labios febriles. Y la acuarela candorosa vibra bajo mi pasmo en una negligencia de bondad que humedece las palabras y hace temblar el silencio!

Una visión alpina, uno de mis ensueños virgilianos, una página de “Joselyn”, la Égloga de rostro ingenuo y de ojos verdes, aparece, me saluda… Yo desmayo, atónito en una larga estupidez de los sentidos, muda al principio, clamorosa luego. Sobrevivo en metempsicosis supremas a extenuaciones también supremas.

Traspasado por cien alientos, creo delirar en presencia de una dicha que ya desborda de mi contemplativa ansiedad de artista. Naufrago en vértigos de relámpago y me evaporo en suspiros.

Realmente es eso lo que codiciaba: son esas toscas facciones de la geometría, esos grandes lóbulos de la psique del paisaje, esa tempestad momia de sierras que se destaca como un símbolo bajo la inmensa rotonda impávida. Es eso mismo lo que yo adoraba en alucinación, en mi primera fe de sensibilidad, en mi primer hervor de clara poesía.

Son esas tinieblas de tierra orgullosa que asaltan espectrales los horizontes abstractos; es ese anfiteatro severo de las alturas que sonríen en la mañana de cristal, con los mil pliegues de un rostro venerable, a los ganados y a las chozas cándidas, y que sueñan al crepúsculo un vago sueño violeta de metafísica pastoril, dulce y solemne.

Son esos valles -urnas líricas- esos abismos que hacen muecas fantásticas al vacío, esos contrafuertes épicos de una Cantabria inspirada, esas tercas rutas, esas viviendas inverosímiles sobre las cumbres de los cerros, como nidos de pájaros anacoretas, esa gesticulación petrificada en los hoyos y en la vehemencia de los declives, esa fisonomía adusta de la Naturaleza que medita rudamente al sol y se diría que refleja al paso de las nubes las sombras de sus pensamientos y de sus dudas.

Es eso, lo que yo soñaba, lo que yo buscaba, lo que he encontrado al fin en medio de vosotros.

¡Minas! A ti mis lágrimas de entusiasmo y mis suspiros de fervoroso culto; a ti, reveladora a mis ojos de una realidad poética que embriaga mi espíritu con fresco olor a tomillo y a hinojo de la Biblia y de la Odisea y cuya sombra alucinará para siempre mis evocaciones aterciopeladas de agreste sencillez y plácido esparcimiento.

Nacida para soñar y para hacer soñar, serás el jardín sonoro del Arte, de la Poesía, del eterno Amor: ¡la Ciudad Romántica de la futura leyenda!... Crece en espíritu, sé grande; piensa, tienes el ejemplo de tus montañas.

Despósate para ser imperecedera ya que eres joven y rica, con los Poetas y con los Amantes. El Poema te dará el mundo y la gloria. El corazón, los siglos y las lágrimas.

Ciudad nacida para el verso y para la vibración esencial, envuélveme en un rayo de tu poesía, inexplotada como tus oros y tus mármoles.

Oscuro peregrino, yo necesito esa preclara limosna de tu genio virgen para ser, aunque más no sea, ¡el hijo de un momento!

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