jueves

LA CONVERSACIÓN CONSIGO MISMO DEL MARQUÉS CARACCIOLI (24)


EL LIBRO QUE JOSÉ GERVASIO ARTIGAS RELEÍA TODOS LOS DÍAS EN IBIRAY

(Fragmentos del capítulo VIII de Artigas católico, segunda edición ampliada con prólogo de Arturo Ardao, Universidad Católica, 2004)

por Pedro Gaudiano

APÉNDICE 9

“Uniendo el Criador las almas a los cuerpos, no pretendió colocarlas sobre bultos o moldes de metal o hierro. Dio por compañera al espíritu una carne flexible, compuesta de músculos y nervios, orejas y ojos. El amor del orden exige, pues, que sintamos el dolor como un mal, y el placer como un bien; pero quiere al mismo tiempo que no hagamos de tal sensación nuestra desgracia, ni nuestra felicidad” (p. 225)

El célebre Senault en su tratado de las pasiones, se propuso la dichosa metamorfosis o transformación de las pasiones en virtudes, y la cosa es muy posible. Este es el grande arte que distingue al prudente del temerario, al pacífico del turbulento, y al virtuoso del malo, arte que en todos los tiempos fue el estudio de los verdaderos filósofos. Emplearon la vida en apartar las imágenes impuras de su imaginación, y tener el corazón en sus manos, temerosos de alguna sorpresa.

Nuestra vida debe pasarse de este modo en conseguir diariamente victorias contra las pasiones y los sentidos. Si triunfamos por esta parte, mereceremos, no hay duda, muchos más elogios que todos los vencedores que abrazaron ciudades, y arruinaron pueblos y provincias. La verdadera razón borra de sus mausoleos el título de Grande e inmortal, para ilustrar con ello al héroe que sabe vencerse a sí mismo” (p. 226-227)

“¿Con qué elocuencia un personaje famoso no nos ha pintado el desorden que nuestra imaginación produce esforzadamente en su retiro? Yo tenía descarnados miembros con las austeridades, dice San Gerónimo, yo no era sino un esqueleto, y vivía privado del comercio de los humanos, cuando la memoria de los espectáculos de Roma vino a atormentarme cruelmente. La representación de aquellas fiestas, y de todos los objetos que había visto, excitaba en mi interior una revolución contra mi espíritu.

Una aplicación seria, y sobre todo el estudio del Hebreo, le concedió al calma a este ilustre solitario. A fuerza de cautivar su imaginación, la hizo dócil. Del propio modo, con un trabajo continuo conseguiremos repetidas victorias de nuestras pasiones y sentidos” (p. 234).

“Yo no me admiro ya de que los cuerpos, en vez de darnos cuenta de su fragilidad, se atrevan a zumbar en nuestros oídos que intentan hacernos dichosos. Los hombres siempre fuera de sí, no pueden hallar aquella inteligencia secreta, ni aquel oído del corazón, que sabe juzgar de la armonía de las criaturas, o de su disonancia. Basta que ellas hablen mal para que su conversación nos encante. Estos desórdenes acaecen porque no sabemos guardar un verdadero medio, ni mantener aquel admirable equilibrio que debe haber entre nuestro espíritu, las pasiones y los sentidos” (p. 238-239)

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