domingo

JULIO HERRERA Y REISSIG - EPÍLOGO WAGNERIANO A LA “POLÍTICA DE FUSIÓN” (23)


Con surtidos de psicología sobre el Imperio de Zapicán

Todos estos peajeros, y estos Reyes, y estos mercaderes; todos estos guardianes de países y de tiendas, todos son mis enemigos. Abomino todo sacrificio al dios vulgo o al dios éxito. Me repugna lo trivial. Odio la hipocresía y el servilismo como los mayores crímenes. He de decir la Verdad aunque me aplaste el Universo.

NIETZSCHE:
Así hablaba Zaratustra


Nótase hasta aquí lo mucho que difieren ambos caracteres, de modo que fuera impropio, completamente ridículo decirle a un hombre ambicioso en todo de corrección: Sea usted más humilde: pues que esto equivaldría, sin duda, a rogarle que abdicara de lo que se halla en su propia naturaleza como una virtud dignísima de su intelecto. Del mismo fuera una necedad expresarle a un vanidoso, pongo por caso a una mujer, al cacique de una tribu, o a un literato uruguayo: No ambicione usted tanto, no quiera usted un traje de brillantes, plumas tan hermosas, flechas de oro pulido; no escriba tan seguido versos y novelas y artículos  de periódico, conténgase usted algo, su gran ambición me daña.

He dicho que la ambición se opone resueltamente a la vanidad y esto como lo probaremos no es tan sólo en apariencia, sino desde el punto de vista de la evolución social. Dije también que uno y otro carácter  se distinguían en el fondo por su mayor o menos distancia  de la acción refleja. Expliquemos ambas cosas.

La ambición ya que no tiene en cuenta conseguimientos inmediatos, que presupone la representatividad de un tiempo indefinido, y un yo poderosísimo que lucha por la imperecedero, contra la naturaleza misma, hará siempre acciones dignas, originales, fecundas, ciclópeas, que encarnen el mayor trabajo de funciones superiores, de energías predestinadas. Así el trabajo intelectual de un Newton, un Pascal, un Kepler, un Colón, un Shakespeare, un Voltaire, un Goethe, un Darwin, un Spencer, un Lombroso, un Edison, un Berthelot; mientras que la vanidad tiene que hacer, por el contrario, acciones fútiles, libros medianos, artículos a la minuta, discursos de emisión menor, en que se adule a la sociedad, a las costumbres de la época, a las preocupaciones reinantes, se ocupará de efectismos, de cosas ligerísimas, de superficialidades de arte y de política, como manera de conseguir lo único que se propone: v. y g. beneficios inmediatos, la admiración de un grupo, el aplauso de la trivialidad, efímeros honores de circunstancias, el poder gubernativo, la espectabilidad de un momento, etc.

Así pues un hombre vanidoso lejos de ser útil es en cierto punto nocivo; constituye un elemento retrógrado, un puntal oscuro en la obra de la conservación; no es más que un pantano en el camino del Progreso. Se explica de ese modo que sea la vanidad la antítesis de la ambición; un veneno para todo aquel que se sienta dominado por sentimiento tan poco digno. Esto nos da la razón de que un hombre de la talla de Joanicó, Vázquez, Lamas, Herrera, Juan Carlos Gómez, Ramírez, etc., carecieran de energías para crearse un ambiente, para aislarse del trivialismo de su época y del país en que actuaron, par adoptar formas originales, para desobedecer a los impulsos del exterior; explica por último que hayan gastado miserablemente sus talentos en cosas de menor cuantía, sin dejar una obra que les garantizara la inmortalidad.

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