Con surtidos de psicología sobre el Imperio de Zapicán
Todos estos peajeros, y estos Reyes, y estos mercaderes; todos estos guardianes de países y de tiendas, todos son mis enemigos. Abomino todo sacrificio al dios vulgo o al dios éxito. Me repugna lo trivial. Odio la hipocresía y el servilismo como los mayores crímenes. He de decir la Verdad aunque me aplaste el Universo.
NIETZSCHE:
Así hablaba Zaratustra.
Así hablaba Zaratustra.
Se me objetará tal vez que dichos hombres no han podido sustraerse a las influencias del medio; que han sido arrollados por las circunstancias de una política tumultuosa, que sus talentos han tenido que encauzar dentro de las necesidades de la época, obedeciendo a impulsos del exterior; y por último, que han tenido que desarrollarse sus actividades de perfecto acuerdo con las preocupaciones de las mayorías, siéndoles imposible hacerse una situación, aislarse de la totalidad, adoptar formas originales. No negando en absoluto lo que las circunstancias exteriores hayan dispuesto en sus actividades, empero, es imposible concebir que espíritus de tal orden se acomodasen subalternamente al medio, se resignaran a ser tornillos o ruedas del engranaje social, en vez de motores de una máquina autónoma, si hubieran sentido el espolazo de la ambición, ese sentimiento poderoso que a todo se sobrepone, que rebasa todas las necesidades, que avasalla todos los impedimentos, que “es una impulsión violenta por encarnar la personalidad en una creación, en una proeza que le aseguren una existencia mucho más allá de la duración somática del individuo; que es un deseo altivo de mantener en su forma especial el propio yo, que se siente poderoso y necesario, y de constreñir a que lo respete la naturaleza misma”.
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