CANTO CUARTO
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Partido en dos por el cierzo, el marinero, después de haber cumplido su cuarto nocturno, se apresura a volver a su hamaca: ¿por qué no tendré yo ese consuelo? La idea de que he caído, por propia voluntad, tan bajo como mis semejantes, y de que tengo menos derecho que cualquier otro a lanzar lamentaciones sobre nuestra suerte que nos mantiene encadenados a la costra endurecida de un planeta, y sobre la naturaleza de nuestra alma perversa, me penetra como un clavo de herrería. Se conocen explosiones de grisú que han aniquilado familias enteras; pero sólo sufrieron una corta agonía, porque la muerte es casi instantánea en medio de los escombros y los gases deletéreos; pero yo… ¡existo eternamente como el basalto! Tanto en la mitad como en el comienzo de la vida, los ángeles se parecen a sí mismos; ¡en cambio hace demasiado tiempo que no me parezco a mí mismo! El hombre y yo, encerrados en los límites de nuestra inteligencia, como a veces un lago en un cinturón de islas de coral, en lugar de unir nuestras respectivas fuerzas para defendernos del azar y del infortunio, nos separamos con el estremecimiento del odio, tomando dos caminos antagónicos como si nos hubiéramos herido mutuamente con la punta de una daga. Diríase que el uno es consciente del desprecio que inspira al otro; impulsados por el móvil de una discutible dignidad, nos apresuramos a no inducir en error a nuestro adversario; cada uno se mantiene en su sitio aunque no ignore que será imposible conservar la paz proclamada. Pues bien, ¡sea!, que mi guerra contra el hombre se eternice, ya que cada uno descubre en el otro su propia degradación… ya que los dos somos enemigos mortales. Tanto si logro una victoria desastrosa, como si sucumbo, el combate será hermoso: yo solo contra toda la humanidad. No utilizaré armas construidas con madera o hierro; apartaré con el pie las formaciones minerales extraídas de la tierra; la sonoridad poderosa y seráfica del arpa se convertirá por obra de mis dedos en un terrible talismán. En más de una emboscada, el hombre, simio sublime, ha atravesado ya mi pecho con su lanza de pórfido, pero un soldado no exhibe sus heridas por gloriosas que sean. Esta guerra terrible arrojará el dolor sobre ambos contendientes: ¡dos amigos que procuran obstinadamente destruirse! ¡curioso drama!
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