domingo

CONDE DE LAUTRÉAMONT (ISIDORE DUCASSE) 94 - LOS CANTOS DE MALDOROR


CANTO TERCERO

5 (8)

¿Cómo se van a someter los hombres a esas leyes, si el legislador mismo es el primero que se rehúsa a ceñirse a ellas?... ¡mi vergüenza es inmensa como la eternidad!” Oí al cabello perdonarle humildemente su secuestro, puesto que su amor había obrado con prudencia y no con ligereza, y el último y pálido rayo de sol que iluminaba mis ojos se retiró de los barrancos de la montaña. Vuelto hacia él le vi plegarse como un sudario… ¡No brinques de esa manera! ¡Cállate… cállate… si alguien llegara a oírte! Te volveré a colocar entre los otros cabellos. Y ahora que el sol ya se ha ocultado en el horizonte, viejo cínico y cabello doméstico, arrastraos los dos bien lejos del lupanar, mientras la noche, extendiendo su sombra sobre el convento, encubre vuestros pasos furtivos que se demoran en la llanura… Entonces el piojo, saliendo súbitamente de detrás de un promontorio me dijo erizando sus garras: “¿Qué piensas de esto?” Pero yo no quise contestarle. Me alejé de allí y llegué al puente. Borré la inscripción primera y la reemplacé por esta: “Doloroso es guardar como un puñal un secreto así en el corazón, pero juro no revelar nunca aquello de lo que fui testigo al entrar por primera vez en este terrible torreón.” Arrojé por encima del parapeto el cortaplumas que me había servido para grabar las letras, y, haciendo algunas consideraciones sobre la chochera del Creador, quien, ¡ay!, haría sufrir a la humanidad por mucho tiempo todavía ( la eternidad es larga), sea por el ejercicio de la crueldad, sea por el espectáculo innoble de los chancros que ocasiona un gran vicio, cerré los ojos como un hombre ebrio ante el pensamiento de tener a un ser semejante por enemigo, y proseguí con tristeza a través del dédalo de calles.

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