domingo

ENRIQUE AMORIM - LA CARRETA


Prólogo de Wilfredo Penco
Montevideo 2004


PRÓLOGO (1)

Las imágenes que Enrique Amorim (1900-1960) dejó de sí mismo a lo largo de su vida, más intensa que extensa, desbordarían cualquier estrecho marco que procurara encerrarlas. El movimiento constante, la inquietud sin sosiego, la reflexión asediada por el trazo nervioso, el trasiego de ideas y sentimientos acumulados como al galope, la potencia trashumante del incansable viajero, el deslumbramiento inacabable por la aventura, la exploración a fondo de los tipos humanos que estuvieron a su alcance: todas son notas que habilitan una cercanía -más que la intimidad- del escritor y su fascinante existencia.

Construyó, en el trayecto de sus sesenta años que casi acompañaron los del siglo, una obra literaria también difícil de abarcar por lo vasta y variada. Ricardo Latcham (1) y Carlos Martínez Moreno (2) se refirieron con razón a su “facundia creadora”. Poeta, cuentista, autor teatral, crítico y libretista cinematográfico, cronista de viaje, periodista, memorialista, corresponsal: no hubo género que no colonizara con el instrumento de su ansiosa escritura.

Pero es en el mundo novelesco, en ese ancho espacio de ficción, donde Amorim se sintió como un pez en el agua, donde encontró un espacio más hecho a su medida, a la de su capacidad de creación, su versatilidad imaginativa, su irreprimible y gozosa vocación de escribir (3).

Fue, para su tiempo, un escritor profesional. Lo fue, porque tuvo talento, despertó simpatías, aceptó generosos amparos y puso de manifiesto una enorme capacidad de trabajo; porque desplegó estratégicas vinculaciones literarias, periodísticas y editoriales; porque su obra entró con fuerza en el mercado del libro y circuló sin pausa durante cuarenta años, sobre todo en el ámbito rioplatense en el que contó con públicos que lo aplaudieron con sostenido entusiasmo y una crítica despareja pero abundante; en fin, porque pudo incorporar casi desde el principio, como algo definitivo, la literatura en su vida y lo mismo supo hacer con su vida en la literatura.


Trece novelas y un autor

La carreta (1932) fue la piedra de toque de su carrera novelística, sin olvidar a Tangarupá (1925) como el primer intento por desbordar los límites de la narración breve. Sus críticos difieren en los criterios de clasificación de las novelas. Algunos -Alicia Ortiz (4), Mercedes Ramírez (5), Leonardo Garet (6)- las ordenan en función de los respectivos ámbitos de referencia -ciudad o campo-; otros -Ricardo Latcham (7), Serafín J. García (8), Emir Rodríguez Monegal (9), Rubén Cotelo (10) -basándose en la evolución artística y vital del escritor; y otros más combinan ambos criterios -Arturo Sergio Visca (11), K.E.A. Mose (12), Jorge Ruffinelli (13).

En la periodización no se registran uniformidades, aunque predomina la opinión que ubica en un mismo ciclo a La carreta, El paisano Aguilar (1934) y El caballo y su sombra (1941). Visca, incluso, llega a sostener que estas novelas integran “una especie de trilogía” (14). Para Rodríguez Monegal (15), en cambio, La carreta El paisano Aguilar constituyen junto a Tangarupá un primer período, mientras El caballo y su sombra forma parte del siguiente que también integran La luna se hizo con agua (1944), La victoria no viene sola (1952) y Todo puede suceder (1955); se saltea la policial El asesino desvelado (1945), Nueve lunas sobre Neuquén (1946) y Feria de farsantes (1952) y define un tercer ciclo con Corral abierto (1956), Los montaraces (1957) y La desembocadura (1958), dejando fuera la póstuma Eva Burgos (1960).

Las trece novelas -catorce si se incluye Tangarupá- contribuyen a comprender en parte la caudalosa personalidad de Enrique Amorim. Entre ellas, El paisano Aguilar, El caballo y su sombra, Los montaraces La desembocadura suelen ser las elegidas por sus notorias excelencias. Pero el carácter fundacional de La carreta fue señalado tempranamente por Fernán Silva Valdés -“es iniciadora de otro aspecto del realismo campestre” (16). Amorim dio preferencia también a esta obra y sobre su texto trabajó a lo largo de los treinta años que separan la primera edición (1932) de la sexta y definitiva (1952), ajustando su estructura, reforzando la consistencia de su mundo, sabiendo muy bien que la novela había nacido bajo el signo para él estimulante de la polémica.



El linaje de las quitanderas

“Las quitanderas”, incluido en su primer libro de cuentos, Amorim (1923), se distinguió desde el primer momento del resto de los relatos. En un volumen con predominio “mórbido y decadentista”, como observa Ruffinelli (17) “Las quitanderas” es el único que puede considerarse “realista”. Curiosamente, fue también el único relato que despertó de inmediato interrogantes sobre el “realismo” de sus personajes.

A fines de 1923, y para dar respuesta a una consulta formulada por un lector de Amorim, Martiniano Leguizamón dio a conocer un artículo de naturaleza filológica a propósito del término “quitanderas” con el que habían sido identificadas las prostitutas ambulantes del relato homónimo. Leguizamón comete el error al ubicar el ámbito de referencia del cuento en el campo de Corrientes -porque al personaje lo llaman Correntino- pero explora con interés la etimología de la palabra “quitanderas” y después de establecer cercanías posibles primero con mujeres araucanas fumadoras en pipa y aborígenes del norte argentino que fumaban cigarros de hoja, y más tarde con brasileñas relacionadas con los mercados denominados “quitandas”, concluye a propósito del oficio “de condición vergonzante” que Amorim les asigna a sus quitanderas: “Nunca oí referir a nadie tan extraña costumbre. Pienso que es una mera fantasía del escritor” (18).

Este no se hizo esperar y al domingo siguiente apareció en el mismo periódico una carta dirigida a Leguizamón en la que aclara que el cuento no se desarrolla en Corrientes sino en el norte uruguayo, cerca de la frontera con Brasil, manifiesta su acuerdo con “el verdadero origen de la palabra (que) se halla en el folklore brasileño” y precisa más adelante: “Oí, en boca de pobladores del norte uruguayo, la voz ‘quitanderas’, y, gracias a un anciano, supe de sus vidas nómadas. Si la fantasía del escritor la trama la tejió, la existencia de las vagabundas no es producto exclusivo de la imaginación”. Finalmente recuerda que en O dialecto caipira de Amadeu Amaral se registra a voz en cuestión. “Esas vendedoras que él nos presenta -agrega- no eran solamente de ‘rapadura’ y ‘ticholo’. En sus tiendas se encubrían actos perseguidos y condenados, que hacían la gloria de los noctámbulos. Y, no sería raro que, perseguidas en épocas pasadas, hiciesen más tarde su vagabundaje de vivanderas deshonestas” (19).

El incidente no terminó en la carta de Amorim, y a ella se agregó más tarde otra de Daniel Granada, autor del conocido Vocabulario rioplatense, entonces radicado en Madrid. Después de elogiar el cuento como “modelo acabado en el género descriptivo, tan difícil en su aparente facilidad”, Granada confiesa que su omisión en registrar las palabras “quitanda” o “quitandera” en su Vocabulario había sido involuntaria, que había subsanado esa omisión en otro trabajo que permanecía inédito, y explica que “el sentido recto de ‘quitandera’ es el de mujer que tiene a cargo una ‘quitanda’; se da el nombre de ‘quitanda’ a un puesto atendido por mujeres, en el que se venden cosas de merienda (pastales, alfajores, naranjas, bananas, etc.) en las reuniones y fiestas campestres. Esas mujeres, que por lo regular son chinas, y por lo mismo fáciles, no por eso han de reputarse todas deshonestas. El sentido en que (Amorim) aplica la voz ‘quitanderas’, no es el significado originario y propio que le corresponde, sino una acepción derivada de la condición más común en las mujeres que se dedican a ese tráfico. El episodio que (Amorim) magistralmente relata, aunque obra de su invención, está enteramente ajustado a la realidad” (20). El artículo de Leguizamón y la carta de Amorim fueron recogidos -el primero parcialmente- de una edición especial de Las Quitanderas que el autor autorizó a la Editorial Latina de Buenos Aores en 1924. Era la confirmación del éxito del relato.

Notas

(1) Latcham, Ricardo, “Evocación de Enrique Amorim”, en Suplemento de Cultura de El Popular, Montevideo, 2 de diciembre de 1960.

(2) Martínez Moreno, Carlos, Las vanguardias literarias, Enciclopedia Uruguaya, Nº 47, Montevideo, 1969.

(3) Aunque Amorim es reconocido con preferencia como novelista, Ángel Rama ha señalado con justeza que “el cuento fue el secreto sostén de su obra creadora”, (en “Enrique Amorim, cuentista”, prólogo a Los mejores cuentos de Enrique Amorim, Arca, Montevideo, 1967). Sobre todo el proceso de gestación de La carreta y también de otras novelas como El paisano Aguilar, parece confirmar esta observación. Por su parte, Horacio Quiroga apreció más a Enrique Amorim en su condición de cuentista que de novelista. Así se lo hace saber cuando acusa recibo recién el 26 de julio de 1935 del envío de La carreta. Dice Quiroga: “Creo comprobar que usted como yo y otros tantos, nos desempeñamos más vigorosamente en el cuento que en la novela.  No me parece valga su carreta menos que algunos de sus mejores relatos. Más ambiente aparente en aquella, pero no real. Tal creo, amigo, y como el golpe cae a la vez sobre mis propias espaldas, apreciará con ello el elogio y reproche juntos”. El original de esta carta pertenece a la Colección Horacio Quiroga, Correspondencia, Archivo Literario, Biblioteca Nacional, Montevideo. Fue publicada parcialmente por Emir Rodríguez Monegal en su Prólogo a Historia de un amor difunto de Horacio Quiroga, Colección de Clásicos Uruguayos, Biblioteca Artigas, Montevideo, 1968, y en forma completa por Pablo Rocca en “Quiroga-Borges: estructuras fundacionales del relato”, en Graffiti, Nº 18, mayo de 1992.

(4) Ortiz, Alicia: Las novelas de Enrique Amorim, Compañía Editora y Distribuidora del Plata, Buenos Aires, 1949.

(5) Ramírez, Mercedes, Enrique Amorim, Capítulo Oriental, La Historia de la literatura uruguaya, Nº 27, Montevideo, 1968.

(6) Garet, Leonardo: La pasión creadora de Enrique Amorim, Editores Asociados, Montevideo, 1990.

(7) Latcham, Ricardo “Evocación”, ob. cit.

(8) García, Serafín J: “Enrique Amorim, un novelista auténtico”, en Mundo Uruguayo, Montevideo, 8 de agosto de l960.

(9) Rodríguez Monegal, Emir: “El mundo uruguayo de Enrique Amorim”, en Narradores de esta América, Editorial Alfa, Montevideo, 1961.

(10) Cotelo, Rubén: “Mito y praxis en el último Enrique Amorim”, Prólogo a Los montaraces, Segunda Edición, Arca, Montevideo, 1973.

(11) Visca, Arturo Sergio: “Enrique Amorim”, en Antología del cuento uruguayo contemporáneo, Universidad de la República, Montevideo, 1962.

(12) Mose, K.E.A.: Enrique Amorim; the passion of a Uruguayan, Editorial Playor, Madrid, 1973. “Producción de La carreta, dirección y estructura de un vehículo convertido en símbolo, en La carreta de Enrique Amorim, Edición crítica (Coordinador Fernando Aínsa) Colección Archivos, Madrid, 1988.

(13) Ruffinelli, Jorge, “Itinerario narrativo de Enrique Amorim”, en Crítica en Marcha, Ensayos sobre literatura latinoamericana, Premiá Editoria, México, 1979.

(14) Visca, Arturo Sergio: “Enrique Amorim”, ob. cit.

(15) Rodríguez Monegal, Emir: “El mundo uruguayo…”, ob. cit.

(16) Silva Valdés, Fernán: “La carreta / Enrique Amorim, en Nosotros Nº 284, Buenos Aires, 1933.

(17) Ruffinelli, Jorge: “Itinerario narrativo”, ob. cit.

(18) Leguizamón, Martiniano: “Del folklore argentino a las quitanderas”, en La Nación, Buenos Aires, 25 de diciembre de 1923.


(19) Amorim, Enrique: “Alrededor del vocablo quitanderas”, en La Nación, Buenos Aires, 1 de diciembre de 1923.

(20) Granada, Daniel: “Opinión y juicio del autor del Vocabulario rioplatense de Daniel Granada”, en La Carreta, Tercera edición, Ediciones Triángulo, Buenos Aires, 1933.

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