lunes

CRISTINA FERNÁNDEZ SE TRANSFORMÓ EN UNA GUITARRA BLANCA

HISTÓRICO RECITAL DE UNA DE NUESTRAS MAYORES CAPITANAS DEL VUELO

Hugo Giovanetti Viola

Canción de ayer  / voz de mujer
hoy como entonces sirena / llamandomé
camino abierto desde siempre y no acaba
llena de voces como una guitarra.
ALFREDO ZITARROSA

Lo que se produjo el miércoles 27 de julio en el Teatro Solís fue una especie de implosión planetaria mucho más poderosa que el ciclón que acababa de azotar Tontovideo, y es posible que Juan Carlos Onetti hubiese opinado que nuestra casi completamente petrificada culturita posmoderna no se lo merecía.

Yo prefiero pensar que el pueblo hondo siempre es merecedor de cualquier maravilla concebida y parida por los que viven al servicio del legado de la Purificación.

He tenido el privilegio de trabajar compositivamente durante décadas con Washington y Cristina y esta vez mi tributo puntual será extenderles, antes que nada, un poema que le dediqué a mi padre en los años 80 y titulé La invencibilidad:

Para nadie hay descanso. / Ni en la felicidad ni en el barro del fondo. / Los hombres contrasurcan una corriente parda / -raramente rielante- / donde al fin flotarán con las branquias quebradas. / ¿Pero cuántos emergen / sobre los maremotos de nuestra travesía / para morder el aire /  y arrancarle burbujas al remanso espacial? / Sólo la luz lo sabe.

Y nuestro pueblo sabe que Washington Carrasco y Cristina Fernández han vivido los últimos cuarenta años tratando de zambullirse en la alta hondura histórica para contracantar con una garra y una fe dignas del Obelisco.


Me sobra corazón

La estructura de este espectáculo-viaje galaico-portugués se concibió como un relato juglarizado por una cantora-cantadora (siendo este segundo rol el que se atribuye Clarissa Pinkola Estés, la genial terapeuta y narradora, que también es una guardiana de antiguos cuentos surgidos de la interpenetración de dos culturas étnicas) y esta vez fue imprescindible la conversa dialéctica exquisitamente modulada por nuestra Gallega entre canción y canción, en un desdoblamiento performático casi tan hipnotizante como la misma música.

Porque el grano (término utilizado por Barthes para definir la fricción corporal generada por el canto) de la voz de Cristina no varió en ningún momento, y hasta la supuesta naturalidad con la que improvisó algún comentario jocoso o emotivo nos llegaba desde su numen, esa grandeza (según Pinkola Estés) presente en el centro de la psique pero más grande que toda la psique.

Esta quintaesencia de la fuerza del alma, especifica la autora de “Mujeres que corren con los lobos”es totalmente accesible y tiene que ser cuidada y alimentada. Su existencia, cualquiera que sea el nombre que reciba, es un hecho psíquico incontrovertible. Difícil e intensamente fructífero, eso es lo que percibe en esencia la persona que se encuentra en un proceso de auténtica maduración. Y se nota tanto por dentro como por fuera en la persona que se esfuerza por alcanzarlos.

Y el entorno lumínico de Legado, que incluyó un cambio de vestuario durante el intervalo instrumental, varió del oro-Rembrandt a una avalancha de inmaculación que al final pareció hacer casi levitar a esta mujer de muchachez eterna (para hablarlo en Onetti), otorgándole una gracia de versatilidad evocadora de las mitologías milenarias que siempre han afirmado que hay una Diosa en y para cada Mujer.

En un país de fragmentariedad artística tan minusválida, esta especie de floración culminante obtenida el miércoles 27 por Cristina Fernández, la empareja con Capitanas del Vuelo del calado de Delmira Agustini, Susana Soca, Olga Pierri, Amalia de la Vega o Marosa di Giorgio, porque durante la insólita orfebrería minimalista y barroca de los matices dinámicos, la irrupción de silencios enigmáticos y la proliferación tímbrica que bordó, literalmente, en la trilogía central de fados (contrapunteada por una ajustadísima interpenetración de la guitarra de Jorge Nocetti, los teclados y el acordeón de Gustavo Dilandro y la percusión de Mario Ipuche) accedió a la sublime insondabilidad de comunicación cósmica que casi nunca reina en este arrabal del mundo tan desecado por el endémico y salvaje consumismo anglosajón como por el castrante recetario académico que La Sorbonne les sigue imponiendo a los popes esnobs.

Y es que a esta propuesta galaico-portuguesa (que incluye traducciones de temas de Fito Páez, Miguel Hernández y Joan Manuel Serrat) le sobra corazón, y los gozos y las sombras terminan por unificarse y mestizarse en una purificadora plenitud del Plata.


Guitarra blanca

Cuando Washington y Cristina visitaron a Zitarrosa durante su pre-desexilio vivido en Buenos Aires a principios de los 80, recibieron el expreso pedido del flaco de ser recibido por una desahogante contracara de su luto perpetuo, y la histórica tarde del reencuentro nuestra Gallega fue elegida por sus colegas para entregarle una inolvidable guitarra hecha con flores blancas.

Y hoy podemos constatar, tres décadas después, que nuestro pueblo hondo jamás bajará la guardia a la hora de perfumar esta terriblemente hermosa aventura que nos exige durar en lo eterno y repartir belleza.

Y aquel que llegue a olvidarse de vivir sosteniendo la antorcha de su legado, diría Atahualpa Yupanqui, las ha de pasar amargas.

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