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LECCIONES DE VIDA (2) - ELISABETH KÜBLER-ROSS Y DAVID KESSLER


NOTA PARA EL LECTOR

Este libro es el resultado de una estrecha colaboración entre Elisabeth Kübler-Ross y David Kessler. Los casos relatados y las experiencias personales proceden de sus conferencias, seminarios y conversaciones con los pacientes y sus familiares. Algunos casos corresponden a David; otros, a Elisabeth, y otros a ambos. Para mayor claridad utilizamos el pronombre “nosotros” a lo largo de todo el libro excepto en los casos y las experiencias personales, que van precedidas por sus iniciales respectivas: EKR y DK.


1 / LA LECCIÓN DE LA AUTENTICIDAD (1)

Stephanie, una mujer de cuarenta y pocos años, compartió esta historia durante una conferencia:

“Un viernes por la tarde, hace unos cuantos años, me dirigía de Los Angeles a Palm Springs. No era el mejor momento para circular por aquella autovía de Los Angeles, pero estaba ansiosa por llegar al desierto y pasar un fin de semana relajado con unos amigos.

“A las afueras de la ciudad, los coches que iban adelante mío se detuvieron. Yo también paré el mío detrás de una larga hilera de vehículos, mirando por el retrovisor y vi que el coche que me seguía no aminoraba la marcha sino que se acercaba al mío a una velocidad enorme. Comprendí que el conductor estaba distraído e iba a chocar conmigo con mucha fuerza. También me percaté de que, debido a su velocidad y a que mi coche estaba parado a pocos centímetros del de delante, me encontraba en un grave peligro. En aquel momento fui consciente de que podía morir.

“Me miré las manos, que sujetaban con rigidez el volante. No las había agarrotado de una forma consciente: ese era mi estado natural y así era como vivía la vida. Decidí que no quería vivir, ni tampoco morir, de aquella manera. Cerré los ojos, inspiré y dejé caer los brazos a los lados. Me dejé ir. Me rendí a la vida y a la muerte. Entonces el otro coche chocó violentamente contra el mío.

“Cuando la sacudida y el ruido cesaron, abrí los ojos. Estaba ilesa. El coche que tenía delante estaba destrozado, el de detrás también, y el mío estaba comprimido como un acordeón.

“La policía me dijo que tuve suerte de estar relajada, porque la tensión muscular aumenta la probabilidad de sufrir lesiones graves. Al marcharme de allí sentí que había recibido un regalo, que no consistía sólo en salir ilesa del accidente, sino en algo mucho más valioso: había visto el modo en que vivía la vida y se me había concedido la oportunidad de cambiar. Hasta entonces me aferraba a la vida con el puño apretado, pero me di cuenta que podía sostenerla con la mano abierta, como una pluma que reposara en la palma de mi mano. Comprendí que si podía relajarme hasta el punto de liberarme del miedo a la muerte, también podía, a partir de entonces, disfrutar de la vida con plenitud. En aquel instante me sentí más conectada conmigo misma de lo que había estado nunca”.

Como muchos otros que se encuentran al borde de la muerte, Stephanie aprendió una lección, no sobre la muerte, sino sobre la vida y cómo vivir.

Todos sabemos que en lo más hondo de nuestro interior hay alguien que es quien estamos destinados a ser. En general nos damos cuenta de cuándo nos estamos convirtiendo en esa persona y también de lo contrario, pues todos sabemos cuándo las cosas no van bien y no somos la persona que debemos ser.

De un modo consciente o inconsciente, todos buscamos respuestas e intentamos aprender las lecciones de la vida. Luchamos contra el miedo y el sentimiento de culpabilidad y buscamos el sentido de la vida, el amor y el poder. Intentamos comprender el miedo, la pérdida y el tiempo y descubrir quiénes somos y cómo podemos ser realmente felices. A veces buscamos estas cosas en el rostro de nuestros seres queridos, la religión, Dios o en otros lugares. Sin embargo, con demasiada frecuencia las buscamos en el dinero, la posición social, el trabajo “perfecto” o en cosas parecidas, y al final descubrimos que no sólo no hallamos el significado que buscábamos, sino que encima nos hacen desgraciados. Si seguimos esos falsos caminos sin un conocimiento profundo de su significado, nos sentiremos inevitablemente vacíos y creeremos que la vida tiene poco o ningún sentido y que el amor y la felicidad no son más que ilusiones.

Algunas personas encuentran el sentido de la vida en el estudio, la cultura o la creatividad. Otras lo descubren cuando se encuentran cara a cara con la infelicidad o incluso con la muerte. Quizá los médicos les han dicho que padecen cáncer o que les quedan sólo seis meses de vida. Quizá han visto a un ser amado luchar por su vida o se han visto amenazadas por los terremotos u otras catástrofes.

Estas personas se hallan en una situación límite, pero también en el umbral de una nueva vida. Si miraron directamente a los ojos del monstruo y se enfrentaron con la muerte sin rodeos, de una forma completa y sincera; si se rindieron ante ella, su visión de la vida cambió para siempre porque aprendieron una lección de vida. Estas personas tuvieron que decidir, en la oscuridad de su desesperación, qué querían hacer con el resto de su existencia. Muchas de estas lecciones no son agradables de aprender, pero todos los que las han recibido opinan que enriquecen la textura de la vida. De modo que ¿por qué esperar el final de nuestra existencia para aprender las lecciones que podemos asimilar ahora?

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