sábado

LA MIRADA DE GUILLERMO FERNÁNDEZ (2) - Hugo Giovanetti Viola

                                                       

para Lola Fernández y Leandro Díaz

Si pudiera explicar
si pudiera explicar
lo hice para quebrar
lo hice para quebrar
lo hice para quebrarme a mí.
FITO PÁEZ

Se eu quiser falar com Deus
tenho que aceitar a dor
tenho que comer o pâo
que o diabo amassou.
GILBERTO GIL

Y si ardo en la cruz
seré un santo
vestido de guerrero.
MAHMUD DARWISH

3 / CRUZ

Sobre el filo de los 70 Guillermo se mudó al primer piso de un caserón que quedaba en Acevedo Díaz y estaba siempre lleno de visitas, porque acababa de divorciarse y se respiraba otra soltura de la que había en el apartamento de la calle 26 de marzo.

Allí le hicimos, junto con mis compañeros de la revista Universo, una jugosa entrevista que titulamos Guillermo Fernández y la forma eficiente.

Claro que en aquel momento yo era muy joven para entender que la eficiencia a la que él aludía -en su ya pleno despegue del dogma torresgarciano- implicaba la imprescindible sintonía, por parte del creador, de lo que era imperiosamente necesario para la comunidad de su época.

Yo todavía no era comunista y dos recientes crisis descalabrantemente tolstoianas de horror a la nada me empujaron a hurgar en los primeros libros publicados en el Uruguay por una editorial protestante donde ya se detectaba el surgimiento de la teología de la liberación que terminó proliferando en Latinoamérica.

Y una tarde imborrable nos quedamos charlando con un celebérrimo filosófo marxista-leninista muy amigo de Guillermo en el dormitorio donde sobre la cama de una plaza colgaba una humildísima cruz hecha con dos palitos, y tuve la funesta idea de comentarle que estaba entusiasmado con las nuevas propuestas cristianas.

Entonces el hombre ya cuarentón largo y de look adolescentemente bronceado se decidió a salvarme de un eventual delirio místico y empezó a monologar con una malignidad tan ávida que después de pitar nada más que un par de veces los cigarrillos se le iban curvando como gusanos de ceniza y yo sentía que la neblina de aquel domingo otoñal era todavía más asfixiante que las de las películas del mismísimo Antonioni.

Hasta que en cierto momento Guillermo entró a buscar algo en el ropero y tuvo tiempo de entender lo que estaba pasando pero no dijo nada y se fue casi enseguida contemplándome con una taladrante reverberación acerada.

Yo me quedé pensando por qué carajo no me había defendido, pero con los años fui aprendiendo que aquel color de su angustia quería decir:

-La vida es la cruz, Huguito.

Y también demoré mucho en aprender que la máxima gloria de Jesús fue alcanzada con su total entrega amorosa en el Gólgota, antes de que el escándalo de la resurrección confirmara para siempre que el Hombre Nuevo es el culmen de la evolución terráquea y no una invención utópica de la soberbia guillotinadora que pretendió mesianizarnos con el desencadenamiento de una cultura del odio incapaz de ir de vuelo.

Diabolos (dia-bollein) significa etimológicamente desgarrar, y el antónimo del término de lo que consideramos diabólico es lo simbólico (sym-bolleim), que significa la reunión de los hombres.

Y recién ahora entiendo que mientras el filósofo trataba de triturarme la fe yo lo único que pude hacer fue aferrarme de por vida a la irradiación de aquellos dos palitos que colgaban sobre la cama de Guillermo y nunca naufragué.


4 / HELP

En la década de los 60 los veinteañeros que nos considerábamos revolucionarios fuimos tatuados por una superposición de dos emblemas tan paradojalmente paradigmáticos que era imposible deslindarlos con lucidez histórica: los Beatles y el Che Guevara.

En mi caso, la lectura casi religiosa de Marcha -una hojarasca que hipnotizaba a las élites ilustradas con un glamour sabiondamente inocuo- me fue alejando del heroico ejercicio autogestionario de mi bandita de rock, y cuando la guerrilla tupamara empezó a desestabilizar la inercia del endémico encharcamiento tontovideano, me deslumbré igual que si estuviera asistiendo a una remake criolla de La batalla de Argel.

En aquel momento mi hermano Sergio recibía clases plásticas de Guillermo, y una tarde estaba pintando en el taller de casa y mi padre recibió la visita de un oscurísimo y adocenado ex-compañero del Taller Torres García y pasó algo brutal.

-¿Por qué no largás esos pinceles y te metés en la revolución? -ladró sobradoramente el homúnculo antes de irse y nuestro santo progenitor quedó angustiado hasta los huesos.

Para colmo, la noche que el MLN le interrumpió durante cinco minutos la transmisión de un clásico de rompirraja a Carlos Solé para emitir un comunicado que escuchó un pueblo entero, Sergio y yo saltábamos de euforia en el patio con parral gritando que aquello era igualito a lo que pasaba en la película de Gillo Pontecorvo.

Y al otro día apareció Guillermo en casa y yo demoré años en saber que había recibido un Help telefónico para que nos hablara un poco del asunto.

Tanto él como mi padre eran votantes del Partido Socialista y todavía faltaba bastante para que se consolidara el Frente Amplio, aunque ya era vox populi que la guerrilla captaba futura carne de cañón en los ámbitos universitarios (yo ya había empezado la facultad de Abogacía y mi hermano estaba terminando preparatorios de Medicina) y aquellas técnicas de seducción inspiradas en el Para comerte mejor del lobo-abuelita siempre fueron rechazadas por el bienintencionado izquierdismo democrático, y en este caso lo que solidificaba a nuestros defensores era su arraigamiento en el arquetipo heroico del universalismo constructivo.

-¿Te das cuenta de lo triste que debe haber sido morir peleando durante las invasiones inglesas cuando faltaban tan pocos años para empezar la revolución artiguista?- terminó por reflexionar Guillermo cuando se tocó el tema de los mártires estudiantiles.

Y hoy creo que eso bastó.

Al otro año Sergio me contó que un amigo le había pedido para enterrar unos fierros en el fondo (táctica criminal utilizada por la dirigencia que integraba el actual blableteador candidato al Nobel de la Paz) y él le aclaró enseguida que la casa era de papi.

-Pa. Me costó muchísimo encontrarle la vuelta al argumento -me confesó Guillermo recién a fines de los 80, cuando andaba obsesionado con la profecía de que si no se les frenaba la demencial voracidad de poder a los héroes que en el 61 se habían burlado de los consejos pacifistas del Che Guevara íbamos a terminar con el Ñato Huidobro de Ministro de Defensa.

Y pensar que la revolución de los Beatles cada día ilumina más a los tristes del mundo.

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